Despidiendo al Gran Teatro

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Son las 21:52 del Jueves, 18 de Abril del 2024.
Despidiendo al Gran Teatro

Hoy hemos vuelto al lugar de los hechos. Rastreando indicios del pasado hemos seguido los pasos del fotógrafo que capturó un instante en la vida de Puertollano desplegándose ante la mirada de su Gran Teatro y hemos llegado hasta la ubicación exacta desde donde fue tomada la fotografía antigua. Hemos buscado el mismo encuadre, prácticamente la misma luz, aproximadamente la misma hora, y hemos disparado la cámara. Pero tantos años después ya nada es igual que entonces. Unos edificios han desaparecido, los que quedan han envejecido, la calle es diferente, las personas… ¿dónde estarán las personas de la fotografía antigua?; ¿qué habrá sido de ellas?

Tan solo la perspectiva ha resistido el paso del tiempo. Y esa perspectiva, que a fin de cuentas no es más que el punto de vista del fotógrafo, señala directamente como un dedo acusador al espacio antaño ocupado por el Gran Teatro. En ese preciso lugar existe ahora y desde hace años un edificio de viviendas y negocios. No es el Gran Teatro, ya lo sabemos. Pero, ironías de la vida, se llama así. Aunque pusieron al recién nacido el nombre del hijo muerto, el Gran Teatro de la fotografía antigua no se parece en nada al edificio con igual nombre de la fotografía actual. Entre uno y otro median ciertos pronunciamientos desfavorables, el vuelo rasante del progreso y un urbanismo aquejado de miopía. No obstante, la sentencia estaba dictada desde mucho antes de hacerse efectiva: dejarán que te consumas de inanición, te cerrarán, te despojaran de todas tus galas, te venderán para pisos, te arrebatarán el alma y serás aniquilado.

Mientras abatían al Gran Teatro, al de verdad (la excavadora hizo bien su trabajo) tendieron una manguera para ahogar el polvo de la demolición. El chorro de agua tibia caía sobre los cascotes como lágrimas en el funeral. Una nube ocre ocultó el cielo de verano conforme el mal presagio se iba cumpliendo. Los vecinos miraban, aguardaban y se despedían. Algunos derramaron lágrimas de impotencia, que junto con las de la desesperación son las más amargas. Quienes estuviesen atentos pudieron escuchar al crujir de las maderas del escenario mezclarse con el quejido de los sillares y paramentos mientras unas y otros daban con sus cuerpos en tierra y expiraban. Los camiones retiraron los restos, los condujeron hasta un vertedero y los arrojaron a una fosa común. En el mismo solar alzaron poco después otro edifico y lo llamaron igual que al cadáver. Del difunto se conserva en la actualidad (fotografías, recuerdos, añoranzas e imposturas aparte) una inscripción en una lápida colocada a la vuelta de donde un día se hallase su fachada, ya en la calle Juan Bravo. Los epitafios en los cementerios se muestran siempre cara a cara, frente a frente de quien los quiera contemplar. Pero a este difunto llamado Gran Teatro tardaron muchos años en ponerle una lápida tras haberlo enterrado sin honores.

Siempre que visito el panteón de edificios ilustres de Puertollano me detengo ante el Gran Teatro. Veo los tubos fluorescentes orlados por decenas de bombillas iluminando su fachada al caer la noche antes de subir el telón los días de feria, cuando las mejores compañías llegan a la ciudad y en la taquilla un público animoso aguarda expectante el próximo estreno. Detrás de mí, en el cruce, el guardia de la porra dirige el tráfico con su elegante coreografía de autómata señorial, su casco blanco impecable que parece sacado de una película de lanceros bengalíes, sus manos enguantadas en blanco, el correaje blanco en su uniforme, los botones brillantes de su abrigo y los aguinaldos alrededor de la peana por Navidad. De las cornisas de las dos torres cuelgan carámbanos que se ciernen como aguijones sobre las cabezas de los viandantes pero al llegar la primavera un aire suave traspasa los ventanales y se cuela por el vestíbulo trayendo desde los parterres del Paseo el dulce aroma de los capullos en flor. Luego entro en el patio de butacas, busco a mis amigos de la infancia y me siento con ellos a ver lo que echan. Sea lo que sea nos quedamos embobados, comemos pipas y regaliz, aplaudimos a rabiar y al acabar el pase nos despedimos hasta la próxima. De vuelta a casa, con el Gran Teatro a la espalda, voy dejando atrás las calles del ayer mientras me cruzo con rostros que han dejado de estar y me pregunto si tendré tiempo de olvidar tantos recuerdos.

 

Juan Felipe Molina Fernández

Fotografía: Guillermo Molina Fuentes https://www.flickr.com/photos/guillefuentes/

Juan Felipe Molina Fernández
Foto: Guillermo Molina Fuentes