Elogio de la polí­tica

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Son las 11:06 del Sábado, 20 de Abril del 2024.
Elogio de la polí­tica

Mis amigos dicen que estoy loco al escribir un artículo con semejante título. Quizá tengan razón. Hace tiempo aprendí que si un buen amigo te critica debes abrir los oídos pues seguramente se quede corto. Con los enemigos todo es más sencillo, no se entretienen en enjuiciarte, no les interesa la crítica, simplemente cargan contra ti para destruirte y ya está. Así las cosas, he decidido desatender sus sabios consejos y arrinconar por unas líneas la prudencia. Lo dicho: una locura.

Quien más quien menos ha formulado alguna vez a un niño la siguiente pregunta: “Y tú ¿qué quieres ser de mayor?”. A mí ninguno de los interrogados me respondió jamás que desease dedicarse a la política. Sería tanto como esperar que un niño confiese que de mayor quiere ser enólogo, marchante, tapicero o fresador. El interés por la cosa pública suele aparecer más tardíamente, en la adolescencia o en la primera juventud, allí cuando determinados valores y nociones se han aposentado de forma permanente en la personalidad del individuo. No en vano se supone que el ejercicio de la política debe estar jalonado por los más elevados preceptos morales y atributos del carácter: la búsqueda del bien común y del progreso social, una ética ciudadana, la disposición para trabajar en favor de la comunidad, la capacidad de entrega y sacrificio hacia los demás, una afinada inteligencia, perspicacia, tesón, valentía para hallar y defender la verdad, paciencia, capacidad de diálogo, compasión, integridad, empatía, prudencia, entereza… ¿Y algún defecto? Todos los inherentes a la naturaleza humana pero en su justa medida y proporción, con plena conciencia de los mismos y voluntad para atenuarlos o aceptarlos. Pues solamente quien ha comprendido los vericuetos del alma humana, los ha padecido y los ha disfrutado, debería aventurarse a liderar el destino de sus conciudadanos. 

Es en este momento cuando mis amigos me tachan de iluso, utópico e iluminado, se refieren al actual (¿acaso atemporal?) desprestigio de la política (¿o de los políticos?) y citan a Platón: “Sólo a los gobernantes pertenece el poder mentir, a fin de engañar al enemigo o a los ciudadanos en beneficio del Estado”. La frase es aterradora en sí misma leída desde la perspectiva de nuestro tiempo pero si intercambiamos el término “Estado” por otros como oligarquía, grupo de presión, élite, interés partidista o corporativismo el asunto adquiere un cariz espeluznante. Por fortuna las reglas del gobierno y la política no están escritas en ninguna tabla de la ley con caracteres indelebles.

Descendamos a la realidad actual, propongo a mis amigos. No habría de ser tan descabellado que los políticos hiciesen un sucinto despliegue de algunas de las cualidades adheridas a su condición de responsables públicos (véase más arriba) con la finalidad de que alcanzasen una razonable coherencia, unos con otros, en cada una de sus decisiones y acciones trascendentes, coherencia orientada a la consecución del bien común de la sociedad por ellos representada. En ese preciso instante caemos en la cuenta de que la palabra “política” es un sustantivo de género femenino pero resulta endemoniadamente inexplicable la ridícula presencia de mujeres en los más altos puestos del poder político de nuestro país. No sólo en esa escala de poder integrada por concejalas, alcaldesas, diputadas, senadoras, presidentas de comunidades autónomas y ministras en la que cuanto más ascendemos menos mujeres hallamos, sino en la mismísima cúspide del poder político y ejecutivo, en la cima habitada por los máximos dirigentes (presidentes o secretarios generales) de cada uno los grandes partidos políticos y por la presidencia del gobierno: ¡son todos y siempre han sido todos hombres!

Disculpen la inmodestia pero creo firmemente que las cualidades que mejor definen a un buen servidor del Estado, de la política y de la sociedad están más presentes y con mayor calidad, por regla general, en las mujeres. Alejar a las mujeres de las máximas responsabilidades políticas del país es un error y una tragedia, un disparate únicamente superado por el deliberado y sistemático apartamiento al que históricamente se han visto sometidas para relegarlas a posiciones marginales y subsidiarias en casi todos los demás órdenes de la vida.  

Para ir acabando con nuestro pequeño debate lanzo a mis amigos una propuesta: cuando sea necesario lograr acuerdos entre las principales fuerzas políticas para resolver los problemas del país, que los líderes den un paso atrás y dejen las negociaciones en manos de las mujeres de sus partidos, de las dirigentes que habitualmente están en segunda fila. Y que convoquen también para participar en las negociaciones a sus esposas, novias, compañeras o amantes. Que sean ellas quienes dialoguen, concuerden y decidan. Luego, si quieren, que den ellos la rueda de prensa. 

Juan Felipe Molina Fernández
Guillermo Molina Fuentes https://www.flickr.com/photos/guillefuentes/