Mi ciudad

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Son las 13:24 del Jueves, 28 de Marzo del 2024.
Mi ciudad

La ciudad donde nací y donde vivo me parece, cada vez más, una dama con quien vengo manteniendo una relación personal íntima y duradera, a veces esquiva, a veces constante, siempre intensa. Y dado que ambos hemos ido evolucionando en mutua compañía (ella, desde luego, con mayor diversidad de matices) en esta relación entre mi ciudad y yo se han ido sucediendo durante el transcurso del tiempo diferentes etapas francamente inolvidables, más o menos reseñables o afortunadas pero muy dignas de recordar. No sé si a ustedes les sucederá lo mismo pero yo he de confesarles que la ciudad, si se lo propone, atrapa hasta ese extremo en que una vez has probado sus encantos (y también sus hieles) quedas enganchado a ella y ya no puedes, o te resulta muy arduo, romper el cordón umbilical.  

Será porque durante los años de la infancia y la adolescencia, aquellos en los cuales te graban a fuego las claves del carácter y la personalidad, mi relación con esta dama fue de una naturaleza casi idéntica a la existente entre una madre y su hijo. La ciudad de esos años me acunó en sus brazos, me despejó el terreno donde empezar a dar las zancadas de calentamiento por la vida, cobijó las primeras correrías y disculpó los errores (en esas edades aún no se les debe llamar fracasos) para achacarlos a la inexperiencia, ocultarlos a los ojos de los demás y ofrecerme a continuación una nueva oportunidad. Esa ciudad ideal o idealizada, como madre amorosa y paciente, puso a mi disposición un universo mágico para explorar repleto de rincones secretos y tesoros ocultos que, poco a poco, se iban desvelando ante la mirada asombrada y estupefacta de quien contempla el mundo y algunas de sus maravillas por primera vez. Aquella ciudad de la infancia y la adolescencia me dejó jugar con ella como en una película de aventuras vivida en primera persona, con sus decorados bien dispuestos, sus paisajes, los personajes buenos y los malos, los peligros, las intrigas, las adversidades, los momentos de suspense y su música en una banda sonora que aún resuena en mis oídos coronando la apoteosis final, cuando el protagonista vence los miedos, derrota a los malvados y logra el premio. Si todo ser humano tiene el derecho de poseer y guardar en su corazón un territorio privado, virginal y primigenio adonde remontarse para hallar sus orígenes y donde refugiarse cuando todo se derrumba o cuando son necesarias algunas respuestas, un territorio seguro e inviolable, una parte del mío está situado dentro de los linderos de esta ciudad.

Luego el adolescente crece, se convierte en un joven y llega a los gloriosos años de la universidad. Se marcha a estudiar fuera y entonces descubre, a mayor o menor distancia de la suya, otra ciudad que pretende hechizarle con sus encantos, y él se lo va permitiendo y se queda a vivir y a gozar en ella. Se deja encandilar por un embrujo desconocido, por calles diferentes y por paisajes novedosos poblados por gentes que están buscando (quizá sin saberlo, quizá como él) un lugar donde largar el ancla y echar las redes. Comienza a comparar y siente que su ciudad se había quedaba pequeña para albergar la lista de planes, proyectos y ambiciones que guardaba en el bolsillo de sus grandes expectativas. Mira hacia atrás y no reniega de lo vivido, pero el instinto le hace dirigir el rostro hacia otros vientos porque en ellos ha percibido un aroma prometedor. La ciudad de la infancia sigue en su sitio, aguardándole y custodiando sus recuerdos, mientras él se empeña en despedirse y probar suerte con otra. Ella, fiel a su cometido, será la madre paciente observando cómo te transformas en el hijo aventurero que desea poner tierra por medio y suelta amarras.

Muchos de mis compañeros y amigos no regresaron. La mayoría echó raíces en otros lugares y únicamente vuelven a su ciudad para visitar a los padres, por la patrona, por Navidad, algún fin de semana, unos días en verano. Les cambió el acento y hasta la forma de vestir. Los veo por las calles de su infancia y algunos me parecen actores que se han confundido de obra, personajes que han salido de su escenario habitual y han entrado en una representación que ya no es del todo la suya. A otros dejé de verlos hace demasiado tiempo. En cuanto a mí la ciudad, aquella madre amorosa y paciente, me sigue cobijando porque a ella volví para quedarme, ya les decía que resulta difícil cortar el vínculo pese a las oportunidades. Y esta dama me parece ahora una buena mujer entrada en años sobre cuyo rostro veo los estragos del tiempo y en cuyo cuerpo puedo palpar algunas heridas mal cerradas y asperezas que antes me eran invisibles. Esta señora coqueta también se ha hecho retoques bastante acertados, se ha estirado la piel y ha crecido a pesar de su edad o gracias a ella, porta sobre los hombros mil batallas perdidas y otras tantas ganadas, sigue criando nuevas generaciones de vástagos, continúa abriendo las puertas de su casa a los forasteros, tal como hizo siempre, y va cambiando su ropaje conforme a las modas y las estaciones. Echa en falta a los hijos perdidos, un número excesivo para cualquier madre, y se resiente en silencio de cuantos abusaron de su amor, pues siempre hubo quien tomó más de la cuenta y no dio nada bueno a cambio. Pese a todo esta dama sigue mirando orgullosa por encima y más allá de las colinas, coge fuerzas y resopla frente a cada traspié, algunos la dieron muchas veces por moribunda pero siempre vendió cara su piel y otras tantas veces resucitó. Ahora eres tú quien disculpa sus errores pues los fracasos de ella (a estas alturas ya se les puede llamar así) son en gran parte la suma de los de sus hijos. Y nunca sabes si viviremos mucho más tiempo, juntos o no (¿quién lo sabe?) pero deseas, necesitas seguir creyendo en esto: el futuro está aún por escribirse. 

Juan Felipe Molina

Fotografía: Guillermo Molina Fuentes

Juan Felipe Molina Fernández
Foto: Guillermo Molina Fuentes