Noviembre

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Son las 13:31 del Sábado, 20 de Abril del 2024.
Noviembre

Noviembre hace el número once de los meses del año. Sucede a octubre, que fue el número diez, y antecede a diciembre, que será el inevitable final y vuelta a empezar. Obviedades al margen, a un número tan redondo y excelso como el diez le sumas uno y obtienes la perfección expandida. Si ya es difícil llegar al diez en cualquier empresa humana, superarlo es tarea de titanes. En un examen el once representaría la matrícula de honor, el cum laude, gloria y alabanza para el afortunado.

En una prueba de méritos ser calificado con un once equivaldría a recibir la condecoración de superhéroe y pasar a convertirse en un coloso más próximo al olimpo celestial que a este mundanal ruido. Si tu pareja te pone un once de nota tras un encuentro amatorio, enhorabuena: habéis alcanzado el estadio ulterior al éxtasis pasional –como os será difícil repetir la proeza, mejor no acostumbrarse. Siempre es preferible salirse de la tabla en la intimidad que hacerlo ante la mirada escrutadora del ojo público. Es altamente probable que cuando demuestres tus cualidades frente a la audiencia primero te admiren y después, consecutiva e inexorablemente, te envidien, te odien y te denuesten.

La excelencia es una virtud bastante mal tolerada en este país, salvo que te llames Rafa Nadal o hayas muerto en el intento –y aún así, con matices. De modo que rebasar el diez y ser, más que sobresaliente, descollante puede plantear serios inconvenientes. La salud se quebranta cuando uno se ve sometido a exigencias mayúsculas y el ocaso de los dioses, o de los héroes, no tarda en llegar. Son los peligros de romper el molde. Como esas estrellas supernovas que, tras haber alcanzado el cénit de su máximo esplendor, estallan dejando un rastro de polvo brillante que acabará consumido en el espacio infinito.

Hablando de cosas intangibles, este mes undécimo apunta bastante hacia el más allá, pues se inicia con la celebración del Día de Todos los Santos y su devenir lo sitúa como último puente a cruzar en el camino para acabar el año. Muchas personas –cada vez más y con más ahínco– le dan portazo a octubre acudiendo a los bazares para comprarse un disfraz de zombi y hacer como que no les da miedo la muerte. Pero el 1 de noviembre seguimos yendo a los cementerios, visitamos nuestras sepulturas, recordamos a nuestros difuntos, revivimos el duelo, enjugamos la pena comiendo buñuelos de viento y huesos de santo y añoramos aquellos noviembres no tan lejanos, cuando las señoras se ponían tupidas medias negras y los caballeros se alzaban el cuello de la americana porque ya hacía frío. La luz de las tardes otoñales se apaga más temprano cada día a pesar del anticiclón perpetuo que hemos convertido en una plaga de dimensiones bíblicas. Atrás quedó la perfección cabezota del calendario, cuando las estaciones giraban con la exactitud de un reloj suizo y el orden de la naturaleza aún permanecía a salvo de la necedad y la codicia.

Ahora preferimos los relojes de saldo, que unas veces se atrasan, otras se adelantan y otras se paran sin previo aviso, pero son tan bonitos y están tan a la moda... Después de la perfección sólo queda el recogimiento. Vayamos preparando el epílogo porque el fin se acerca y a este año le queda una bocanada, poco más. Muy pronto nos encontraremos brindando entre risas y campanadas, diciéndonos unos a otros –como para convencernos  a nosotros mismos– que siempre hay algo que celebrar mientras la vida siga pasando y estemos ahí para saludarla. Hasta ese día aún tendremos tiempo de no dar el año por perdido. Y podremos seguir aferrándonos a la esperanza de que el cielo se abra sobre nuestras cabezas y derrame la lluvia salvadora que alimentará las cosechas, limpiará el polvo del camino y lavará nuestras heridas. Bendita melancolía otoñal.

Juan Felipe Molina Fernández
Foto: Guillermo Molina Fuentes