Panteón de edificios ilustres de Puertollano: las casas con mirador acristalado.

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Son las 00:46 del Viernes, 29 de Marzo del 2024.
Panteón de edificios ilustres de Puertollano: las casas con mirador acristalado.
No eran las más grandes ni las más elegantes, tampoco las más señoriales, pero eran muy hermosas. Aquellas casas con mirador de forja acristalado que se levantaron en Puertollano en los principios del siglo pasado tuvieron la osadía de enfrentarse al clima y al destino. Porque un simple balcón en voladizo protegido por una escueta barandilla ofrecía poca defensa contra la severidad de las frialdades y las calorinas mesetarias. Y aunque este pueblo ubicado en un rinconcito manchego no estaba llamado a exhibir grandes audacias arquitectónicas, el signo de los tiempos obraba a favor.  
 
Ya desde antiguo se habían empleado en el norte peninsular galerías de madera para defender las viviendas del viento y la lluvia, además de proporcionarles luz natural. Algún burgués soñador copiaría esta idea, un arquitecto la enriquecería con hierro forjado y vidrio y así la trasladaría hasta las fachadas de las mejores fincas en las grandes ciudades. Desde allí hasta aquí había sólo un paso, de gigante quizás, pero no impracticable. Sustituyamos la galerna por el ábrego y el solano, el sirimiri por el pedrisco, un barrio coruñés o el santanderino Paseo de Pereda por la calle de las Cruces o de la Aduana y ya hemos llegado a Puertollano.
 
Aquellas casas con miradores acristalados que se levantaron hará un siglo proyectaban sus fachadas hacia un nuevo mundo tal como el valiente saca pecho ante lo desconocido. Por delante y a los lados se abrían los tres puntos cardinales de un horizonte por descubrir. Por debajo marchaba el trajín de unos convecinos que ya no pisaban charcos, polvo y barrizales sino adoquines de granito pulido y brillante. Sobre las cabezas, un cielo plagado de estrellas aún sin nombrar, nada más y nada menos que el futuro, rutilante y excelso. Aquellos miradores acristalados, con sus esbeltos balaustres, sus frisos repujados con habilidad de orfebre y sus vidrios tornasolados fueron capillas levantados en honor al dios del progreso. Desde su interior, sentado a un velador de forja, a resguardo de las miradas ajenas, oculto tras visillos de organdí con cenefas de ganchillo, uno podía observar, siempre a salvo, el devenir de los acontecimientos. Dentro de aquellas burbujas de vidrio y hierro se hojeaba a ratos el periódico a ratos el paisaje urbano, se daban sorbitos cortos a una limonada fría en verano o se charlaba junto a una taza de chocolate con picatostes viendo gotear los carámbanos en los aleros de las casas vecinas. La gente saludaba desde abajo al pasar, el panadero detenía su carromato frente al postigo, colocaba una hogaza en el cesto y arreaba la mula para seguir su camino y dejar sitio al lechero, quien también tiraba de caballería haciendo resonar sus cántaras y su medida de cuartillo. Del comedor llegaban los acordes de una serenata dando vueltas y chascando en el gramófono mientras en la cocina las ascuas repiqueteaban haciendo bailar al guiso borboteando y oloroso. El tiempo desenredaba su madeja y la vida parecía discurrir siempre a su amor, siempre a su antojo. Aún nadie había encontrado el antídoto contra el sufrimiento, la cura para el desamor ni la vacuna contra las guerras. Miserias y desgracias pasaban todas los días por la calle, pero dentro del mirador uno parecía estar protegido de todo contratiempo, aislado de cualquier adversidad. 
 
Quisimos fotografiar una de aquellas casas con mirador de forja acristalado que se levantaron en Puertollano allá en el siglo pasado. Salimos a la calle, las buscamos con denuedo, recorrimos kilómetros de fachadas, volvimos sobre los pasos olvidados pero no encontramos ninguna. La memoria nos había jugado una mala pasada. No recordábamos, o no quisimos recordar, que se las habían llevado todas. Bendito siglo XX. Si queríamos visitar una de aquellas casas perdidas tendríamos que acudir al panteón de edificios ilustres de Puertollano. Si queríamos fotografiar una casa con mirador de forja acristalado que aún se mantuviera en pie, digna y retadora, no quedaba más remedio que desplazarse a otra localidad. Vale.
Juan Felipe Molina Fernández