Propósitos para el nuevo año

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Son las 19:25 del Martes, 23 de Abril del 2024.
Propósitos para el nuevo año

Cuando un año va a finalizar y nos preparamos para recibir al siguiente solemos llenar la voluntad de buenas intenciones. Es como si, coincidiendo con los alegres y festivos días de transición entre dos calendarios, uno gastado y el otro aún por deshojar, pretendiéramos largar el lastre acumulado en el transcurso de los doce meses anteriores y entonces, más sueltos y livianos, poder remontar el vuelo con la perspectiva de un nuevo horizonte hacia el que dirigirnos. Esas buenas intenciones, esos proyectos que nos proponemos acometer al principio de cada nuevo año confluyen, las más de las veces, en el laberíntico cruce de caminos llamado deseo. Por ejemplo, el enclenque que ansía poseer un cuerpo musculado decidirá que es buen momento para apuntarse al gimnasio, el obeso que lleva tiempo dando vueltas a la dieta de adelgazamiento elegirá por fin una, el barbudo estudiará rasurarse, el metódico sopesará dar un paso hacia el desaliño o el casquivano tanteará la prudencia. La mayoría, en fin, desearemos ser algo distinto de lo que hasta ahora veníamos siendo, en una o en varias facetas de nuestra vida. Quizá ni mejores ni peores, pero sí diferentes.

Todos estos propósitos que nos hacemos para el nuevo año son como regalos recién abiertos: una vez les hemos quitado el envoltorio debemos empezar a utilizarlos de inmediato pues, de lo contrario, corremos el riesgo de arrinconarlos en el fondo de un armario y olvidarnos de ellos. Luego, cuando este nuevo año finalice dentro de doce meses y toque hacer limpieza en el trastero de las ilusiones, volveremos a encontrarnos con esos viejos deseos sin usar: cubiertos de polvo, carentes ya de su atractivo original, irrelevantes o, cuando menos, difíciles de retomar. Así pues, amigo lector, si usted realmente desea cambiar su vida en este nuevo año, empiece a hacerlo en este preciso instante.

Uno de los propósitos que más prodigamos cuando comienza el año, uno de los gestos que más hemos repetido estas fechas, es desear felicidad durante los próximos doce meses a nuestros parientes, amigos o conocidos. Incluso a cuantas personas se cruzan estos días en nuestro camino, ya sea al farmacéutico que nos dispensa el jarabe para la tos, al tendero que nos vende el pan o al mendigo al que damos una limosna. Es fácil ser bienintencionado con aquellos a quienes nos une un vínculo emocional o afectivo, por mínimo que éste sea, y con los desconocidos que, siendo aparentemente insignificantes en nuestras vidas, nada malo nos han hecho, ni nada malo tememos de ellos. Pero qué me dicen de esos otros sujetos escasamente practicantes de la bondad que, muy a nuestro pesar, nos acongojan, fustigan y atormentan, en ocasiones sin motivo aparente, siempre sin justificación ¿Deberíamos desear feliz año a los pérfidos, a los malvados, a los perversos, a los energúmenos, a los gilipuertas y a los chupasangre que desfilan por nuestras vidas? Porque estas personas existen, son tan reales como usted o como yo, y lo peor de todo es que las tenemos a veces tan peligrosamente cerca y son tan insoportables y dañinas como para desear huir de ellas, cuanto más lejos mejor. Aunque, pensándolo bien, tampoco sería cuestión de que semejantes individuos quebrantasen nuestras buenas intenciones, ni de que echasen a perder la magnanimidad con la que inauguramos cada nuevo año. Así pues, feliz año también para ellos, sólo sea por ayudarles a encontrar la luz. Y, puestos a desear, que nos dejen en paz.

 

Fotografía: Guillermo Molina Fuentes

Juan Felipe Molina Fernández
Foto: Guillermo Molina Fuentes