Serpientes del verano: La playa, Puertollano y un señor de La Rioja

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Son las 22:38 del Jueves, 18 de Abril del 2024.
Serpientes del verano: La playa, Puertollano y un señor de La Rioja

La playa es uno de los lugares más igualitarios del mundo. Prácticamente todas las peculiaridades que hacen a unas personas diferentes de otras (linaje, fortuna, raza, ideología, religión y aspiraciones) se quedan en la orilla cuando esas personas se bañan en la playa. En lo que respecta al dinero, salvo por el reloj de oro o su imitación de mercadillo (difíciles de discernir a simple vista bajo el sol cegador) tanto el rico como el pobre se parecen bastante en bañador. Antes del chapuzón, bajo la sombrilla, el rico y el pobre dejan atrás algunas de sus distinciones: una cartera más o menos abultada, unas chanclas caras o de marca blanca, una camiseta de Armani o del todo a cien, el móvil con contactos de envergadura o con los números de los amiguetes y poco más. Observen la cara del rico y la cara del pobre justo cuando la primera ola les alcanza el ombligo: idéntica mueca de sorpresa, el mismo gesto estupefacto de agradable escalofrío. Y una vez tanteado el estado del mar se puede apreciar, así en el pobre como en el rico, una similar fuerza de voluntad a la hora de lanzarse sin titubeos contra la siguiente ola, sumergirse de cuerpo entero sin contemplaciones, sin pensárselo dos veces, dicho y hecho, y bucear unas brazadas, y sacar enseguida la cabeza empapada, y sacudirla como un perrillo, y alisarse el pelo hacia atrás con ambas manos, con mucha suavidad, resoplando, y apartarse el agua salada de las cejas con la punta de los dedos. Esta sucesión de gestos tan simple, tan universal, nos reconcilia con la igualdad de oportunidades en la que todos depositamos nuestra confianza.

 

La playa es también un destacado enclave de socialización. Será porque yendo prácticamente desnudos entre la multitud (en la intimidad sería otra cosa bien distinta) los seres humanos perdemos ciertas inhibiciones y no tenemos mayores reparos en entablar relación con extraños. Lo de pisar descalzos la misma arena y bañarse casi en cueros en las mismas aguas es algo que elimina de golpe muchos prejuicios. Y con el agua hasta el pecho, de pronto, alguien que no has visto en tu vida te roza sin querer, notas su piel mojada contra tu piel mojada, y tú le miras frente a frente (bueno, poniendo una mueca chinesca porque el sol te deslumbra y apenas logras entornar los ojos). “Está muy buena el agua hoy” te dice el desconocido. Y tú respondes que sí, que está muy buena, que mejor que ayer, y que con este calor se agradece. Entonces el anónimo desconocido te observa con mayor detenimiento, como para asegurarse si eres de fiar, y añade: “Usted debe de ser de Madrid”. Y tú, para no entrar en particularidades geográficas que (intuyes) el desconocido desconocerá, ni caer en localismos que (supones) están fuera de lugar en medio de tanta diversidad, o siquiera por preservar un poco ese pudor tuyo ya bastante expuesto y al desnudo, replicas, sin más, que eres de la provincia de Ciudad Real. “Pues yo nací en Tetuán, en tiempos del protectorado español. Pero a los cuatro años mis padres se trasladaron a La Rioja. Así que soy medio africano, medio riojano.” Vaya, un hombre de mundo, piensas. Y puestos a confraternizar lo dices en voz alta. “Bueno, he viajado mucho por mi trabajo. Ahora, jubilado, viajo menos. Sólo aquí, a la casita de la playa. Aunque esto está cada vez más masificado. Cada año vienen más turistas”. Y cuando vas a decir adiós porque te has dado por aludido te percatas de que el desconocido no tiene prisa por cerrar la conversación, que se encuentra a gusto, que por alguna razón le has caído bien. “Por cierto -continúa- hará casi cincuenta años anduve por un pueblo de Ciudad Real ¿Cómo se llamaba…? ¡Maldita memoria! Sí, bueno, la empresa me mandó allí para construir una central térmica ¡Menuda chimenea levantamos! ¿Cómo puñetas se llamaba aquel lugar…?”. Y en ese momento, ahora sí, caídas todas las barreras, pronuncias el nombre de tu ciudad. “¡Eso es! ¡Puertollano! Allí trabaje yo una larga temporada. Buen sitio. Aunque no he vuelto desde entonces. Ya ha llovido, ya…”. Y tú metes la cabeza bajo del agua y al sacarla allí sigue el amable desconocido que, observándote, te pregunta: “Y usted, ¿de qué lugar de Ciudad Real me ha dicho que era?”.

 

 

 

Fotografía: Guillermo Molina Fuentes https://www.flickr.com/photos/guillefuentes/

Juan Felipe Molina Fernández