Star Wars, la globalización y el cambio climático

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Son las 06:07 del Viernes, 29 de Marzo del 2024.
Star Wars, la globalización y el cambio climático

12 de noviembre de 1977. Un muchacho come nervioso en la cocina de su casa. Sin dejar de mirar de reojo al reloj, regalo de la primera comunión, hace trozos el filete de hígado empanado que humea en el plato y carga con ellos la cuchara. Otro día cualquiera habría protestado haciendo pucheros (“mamá, me dan arcadas”, “mamá, se me pone la lengua marrón”) pero hoy se cuida de abrir la boca, salvo para tragar sin masticar. El muchacho tan sólo quiere acabar de comer cuanto antes, echarse al bolsillo cincuenta pesetas y despedirse de sus padres. El muchacho, trece años recién cumplidos, ha quedado esta tarde con su mejor amigo y compañero de colegio en la Fuente Agria. Desde allí los dos van a atravesar corriendo el Paseo de San Gregorio para llegar hasta la calle Vélez con el corazón latiendo en la garganta y una duda angustiosa revoloteando en sus cabezas: “¿Habrá mucha gente?”. Cuando lleguen a la taquilla del cine Lepanto suspirarán aliviados: todavía no hay nadie. Hoy ellos quieren ser los primeros de la cola porque estrenan en Puertollano La guerra de las galaxias, la película con la que vienen soñando desde hace semanas. Sueños en blanco y negro, como los anuncios en la televisión, los reportajes de las revistas y las crónicas que han ido llegando desde América, donde la película se estrenó hace ya medio año.

La espera dura más de dos horas.  Cuando al fin abren la taquilla los dos muchachos ya no son los primeros porque un chaval mayor se les ha colado para chulear ante las chicas. La gente se ha ido apretujando sobre la acera, la cola alcanza el Paseo, hay empujones, codazos y riñas por ver quién iba antes. El acomodador llama a la policía municipal y cuando llega la pareja apenas consigue restablecer el orden. El vocerío en la calle es notable. Algunos vecinos se asoman a los balcones, sonríen o se echan las manos a la cabeza. Nada más abrir las puertas del cine el gentío se abalanza en tropel hacia el interior llevando en volandas a los dos muchachos y la sala se llena en un instante. Las butacas de madera crujen bajo la impaciencia que muchos alivian comiendo cotufas o chupando regaliz. Llega la hora. Se apagan las luces, comienza la proyección y se hace el silencio. Suena una fanfarria. Todos se aplican en leer el texto que va emergiendo como una pasarela hacia las estrellas. Los dos muchachos se quedan boquiabiertos y pasmados cuando una imponente nave espacial, un destructor imperial tan apabullante e inabarcable que no cabe en la pantalla, apresa la corbeta de la princesa Leia y Darth Vader surge tras la humareda de disparos láser. Así de pasmados, así de boquiabiertos y extasiados estarán los dos muchachos hasta el último fotograma de la película.

II

Hace tiempo que en España dejamos de nombrar en castellano las películas de Star Wars. Tanto tiempo como el que ha transcurrido desde que nos propusimos ser modernos y alcanzamos el consenso necesario para logarlo. Es cierto: actualmente resulta complicado estar a la última sin saber inglés. Si hoy en día pudiéramos viajar por el hiperespacio y conocer civilizaciones extraterrestres, tarde o temprano acabaríamos entendiéndonos en inglés con los alienígenas. El inglés sería nuestro C-3PO, el androide de Star Wars capaz de comunicarse con más de cien mil formas de vida y, sorprendentemente, de llevarse bien con todas ellas. Para el vigente capitalismo global el inglés es su lengua franca, su salvoconducto planetario. Los mayores imperios de la historia propagaron un idioma, el de sus jerarquías, como herramienta de poder e intercambio. Así sucedió con el latín en el imperio romano, con el castellano en el imperio español y con el inglés en la época del actual imperio del libre comercio internacional. Dado que la motivación prevalente de cualquier propósito imperialista es el dominio económico, los revestimientos ideológicos, culturales y estéticos se agregan después, como justificantes y vehículos de sumisión definitiva y absoluta de unas masas previamente sojuzgadas al poder del dinero. El control sobre los medios de producción y reparto, así como sobre los dividendos generados por la rentabilidad asociada, aparecerá más humano y digerible si se presenta tras el adecuado barniz propagandístico. Como ya no se arrasan a sangre y fuego las voluntades, ni es lícito hacerlo bajo una impunidad imposible en un mundo interconectado, la alternativa pasa por democratizar el acceso a las transacciones y bienes de consumo mediante la divulgación de herramientas asequibles y sencillas, tecnológicamente vanguardistas, puntualmente obsoletas y de efecto inmediato a la hora de satisfacer todas las expectativas, ya sean éstas autónomas o promulgadas desde el propio sistema. Resulta muy complejo esquivar el deseo de sucumbir a la tentación mientras se navega por un portal de compras en internet, más aún sabiendo que no es necesario cambiar divisas ni tocar billetes para llenar la cesta con cualquier mercancía disponible en cualquier rincón del mundo. Nunca fue fácil sustraerse al poder del dinero, aún menos desde que pueden fisgonearse en alta resolución todos los bienes de consumo disponibles en el planeta, así como las mayores riquezas imaginables. Que tal facultad sea o no corruptora de voluntades y conciencias no deja de constituir un prodigioso ejercicio de libre albedrío que, dicho sea de paso, cada vez encuentra más trampas colocadas en el camino. El dinero no da la felicidad pero la auspicia, tal ha sido el mensaje imperecedero que hoy se rescribe con los cuatro caracteres de un número pin.

III

El 18 de diciembre de 2015 se estrenó en España y en el resto del mundo la séptima película de Star Wars: El despertar de la Fuerza.  No será la última, pues ya se ha anunciado una nueva entrega de la saga (que tampoco debería ser la última) para finales de 2016.

En el universo de Star Wars previoa la nueva película asistimos al ascenso y caída de un sinuoso y astuto personaje, un político emboscado tras una fachada de ferviente demócrata hábilmente construida para enmascarar su siniestro plan, que no era otro sino el de controlar la galaxia entera. Este individuo maneja a su antojo los entresijos del gobierno, corrompe desde dentro y con anónima impunidad el sistema republicano al que dice servir, orquesta una rebelión comercial que desencadena una guerra, logra ser encumbrado a máxima autoridad y salvador de la democracia, promulga enmiendas a la constitución en nombre de la seguridad y acaba erigiéndose en emperador del tiránico imperio galáctico que él mismo ha urdido (¿dónde habremos visto antes esto?). Semejante caudal de maléficas facultades proviene del uso que este personaje hace de una poderosa energía oscura que no es sino el reverso tenebroso de una descomunal fuerza (la Fuerza) de la cual se vale para engañar, corromper, someter y asesinar. Y como estamos tratando con una historia de ficción donde la narrativa impone sus contrapesos, los antagonistas de este antihéroe y de todo cuanto él representa son los caballeros jedi, fieles custodios y seguidores del lado luminoso de la Fuerza,  defensores de la paz y la justicia en la galaxia, promotores de la sabiduría y rectos ejecutores de la acción correcta.

Toda esta historia es sobradamente conocida por los seguidores de Star Wars y (obligado es con admiración reconocerlo) ha enganchado a varias generaciones y a millones de espectadores en el transcurso de los últimos cuarenta años. Casualidad o sincronía, cuando se estrenó en España La guerra de las galaxias (que luego sería subtitulada Una nueva esperanza) acababan de celebrarse las primeras elecciones democráticas tras el franquismo y ahora todavía andamos dando vueltas a los resultados de las elecciones generales ocurridas dos días después del estreno de El despertar de la Fuerza. Si bien el tiempo es un concepto relativo, los universos inventados por el cine no necesitan viajar tan lejos como hasta otra galaxia de un lejano pasado para hallar modelos y referentes con los que construir sus historias. El paratexto cinematográfico de Star Wars crece sobre paradigmas netamente terrícolas, atemporales y significativamente relevantes para cualquier habitante de este planeta, sea cual sea su latitud geográfica o su cultura. Y si el poder de la tecnología permite a los cineastas componer universos a su antojo sin más límites que la imaginación, la inspiración y el presupuesto, también habilita a los fans (o a los detractores) de Star Wars para elaborar con sus dispositivos tecnológicos caseros toda suerte de recreaciones, réplicas, interpretaciones, parodias, montajes alternativos o sencillos memes que expanden hasta el infinito este universo particular. Cosas de la globalización.

Por cierto, los nuevos héroes de El despertar de la Fuerza son una joven chatarrera sin familia conocida, un audaz piloto de combate de la resistencia rebelde que lucha contra la tiranía y un soldado que ha desertado y reniega del ejército opresor nacido sobre las cenizas del antiguo imperio. El destino de los tres confluye en Jakku, un planeta desértico donde cada gota de agua es un tesoro, tan parecido al árido y fronterizo Tatooine, abrasado por sus dos bellos soles gemelos allá en la más absoluta periferia de la galaxia. Viéndoles a los tres recordé una conversación oída días atrás al azar en un bar. Entre cañas de cerveza y pinchos de tortilla alguien se quejaba del tórrido verano, del cálido otoño pasado, de la falta de lluvias, de este invierno que no acaba de serlo. Entonces otro parroquiano sentenció: “Pues yo, encantado con lo que estoy ahorrando en calefacción”. En fin: bendita cantina de Mos Eisley.

Juan Felipe Molina Fernández

Fotografía: Guillermo Molina Fuentes https://www.flickr.com/photos/guillefuentes/

Juan Felipe Molina Fernández
Foto: Guillermo Molina Fuentes