Telerealidad

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Son las 14:28 del Sábado, 20 de Abril del 2024.
Telerealidad

G. R. es un ciudadano extranjero, asiático para más señas, que cada año desde hace quince viaja a España por motivos profesionales. Su estancia en el país es breve, apenas dura dos semanas, y todo en ella está organizado con meticulosa precisión.

El primer día G. R. lo dedica a recuperarse del largo viaje, que ha incluido escalas en dos aeropuertos y tres cambios horarios. Para ello permanece en la habitación del hotel, descansando y sin salir de ella más que para bajar al restaurante, acompasando su reloj biológico al de su nueva y transitoria ubicación.

El segundo día G. R. lo emplea, según sus palabras, en “sobrevolar la realidad virtual española”. Para ello permanece frente al televisor de su habitación desde la mañana hasta la noche viendo todos los programas de las cadenas nacionales que es capaz de alternar, especialmente informativos, tertulias, debates y los de mayor audiencia (también, dicho sea de paso, aprovecha para organizar su agenda de trabajo y repasa la prensa local). Este es “el día más comprometido y extenuante” de su estancia en España y cuando G. R. lo da por concluido cerca de la medianoche, apaga las luces y se mete en la cama, antes de caer vencido por el sueño, con los ojos aún deslumbrados por la luz de la pantalla, su mente es un vertiginoso visor panorámico por el cual siguen pasando las imágenes vistas y oídas en las horas previas. Instantes después, ya en sueños, G. R. se ve a sí mismo dentro del televisor, sumido de lleno en una realidad virtual, deambulando por medio de un territorio yermo y abrupto donde es zarandeado sin recato por una muchedumbre abigarrada y compacta, una especie de ejército del caos entre cuyas filas destaca por encima de la tropa de a pie la siguiente oficialía: individuos moral o financieramente pervertidos, dirigentes puestos de perfil, evasores, prevaricadores, corruptos, expertos en el trapicheo social, sepultureros de la verdad, exhumadores profesionales de trapos sucios, polemistas y contendientes de yugular inflada, maledicentes de gesto avinagrado, gente desquiciada y vociferante, sujetos procazmente descarados que airean sus vergüenzas y las ajenas o tipos muy bien maquillados que se casan sin conocerse, conviven sin quererse y se ganan la vida con la impostura. Cuando al fin y no sin gran esfuerzo logra zafarse de este gentío, G. R. llega en su sueño hasta un laberinto frondoso de altos muros en cuya salida hay dispuesta una espléndida alfombra bajo la cual alguien ha ocultado a los héroes verdaderos de la epopeya. G. R. se tiende sobre esta alfombra, cierra los ojos y se deja adormecer por el arrullo de las palabras melodiosas y esperanzadoras que estos héroes no paran de entonar.

En la madrugada del tercer día G. R. se despierta lúcido y sereno. El sueño profundo ha reciclado las imágenes e impresiones del día anterior y su mente, aclarada y ecuánime, está tranquila como la superficie de un lago en calma, preparada para reflejar con nitidez los rayos del sol. G. R. se viste con esmero y sale a la calle dispuesto a cumplir sus compromisos profesionales. Nada más traspasar el umbral del hotel abre bien los ojos para apreciar, sin que nadie se la cuente, la realidad española.

Juan Felipe Molina

Fotografía: Guillermo Molina Fuentes

Juan Felipe Molina Fernández
Guillermo Molina Fuentes