Desde el infierno

Son las 06:14 del Viernes, 3 de Mayo del 2024.
Desde el infierno
¡Hola! ¡Se os saluda desde el Infierno! Os aseguro que esta exclamación no es una simple metáfora de bajo presupuesto, referida a nuestra canícula manchega. Me dirijo a vosotros desde el auténtico y genuino Infierno, tal cual. En cuanto a los motivos por los que estoy aquí, mejor que no los queráis saber. Para aquellos que sientan cierta curiosidad o conciban el Infierno como su más que probable destino, dirijo esta misiva con el fin de, si no satisfacer todas sus dudas, al menos trazar un bosquejo básico y definitorio sobre lo que por aquí atisbo y con quien me encuentro por estos despreciables avernos.
 
Lo primero que te llama la atención al llegar es que no hay puerta de entrada, ni portero que te dé la bienvenida. No así como en el Cielo, donde san Pedro, llaves en mano, te abre solícito las puertas, según cuentan los doctores de la Iglesia. Yo nunca he estado allí, dicho sea de paso. Nunca he estado en el Cielo, quiero decir. También es cierto que apenas me he dejado ver por las iglesias. El que no haya puertas en el Infierno, de ningún modo implica que te puedas escapar. De hecho, es imposible salir y en cierto modo tampoco lo deseas, pues aquí te sientes LIBRE. Estar esclavizado y al mismo tiempo sentirte libre es una de las estrategias más sofisticadas y difíciles de conseguir, sólo alcanzadas por algunas dictaduras de última generación, que en algunos lugares siguen llamando “democracias”, como seguramente algunos ya habréis intuido. 
 
Por aquí no hay olas de calor. La experiencia consiste en una especie de tsunami interminable de bochorno, donde la palabra “bochorno” conviene interpretarla como una desagradable (calificativo muy generoso) sensación que te inoculan nada más arribar. Supongo que esas sensaciones son en cierto modo “a la carta”, dependiendo del “cliente” en cuestión. Os puedo describir alguna de ellas (no precisamente las mías) como, por ejemplo, la desazón de tener una hipoteca infinita  con continuas amenazas de embargo y desahucio, sufrir una campaña electoral inacabable (imaginad los personajes que se postulan para gestionar este Antro), la condena de llevar a cabo perpetuas operaciones bancarias por internet, sentir la quemazón de una rabiosa incertidumbre, padecer una enfermedad terminal que nunca termina, albergar el dolor de pérdidas irreparables, constatar continuamente cómo las pesadillas se hacen realidad y las realidades se hacen pesadilla… o sea, como en la Tierra, pero a lo bestia. A todo esto, no puedes recurrir al socorrido “no hay mal que cien años dure”.
 
¡Esto es un infierno! ¡No me siento las piernas! Es como morir sin morir, como morir en soledad o, peor aún, rodeado de gatos o, peor aún, rodeado de toda esta gente, cada uno de su padre y de su madre. Y todos, obviamente, con un currículum que les hace merecedores insignes de una permanencia “sine díe”. El caso es que después de buscar y rebuscar en pozas pestilentes, oscuros abismos, cavernas infectas y demás elementos orográficos que conforman esta caótica geografía, no he conseguido encontrar a personalidades históricas que suponía domiciliadas en “Sheol”, que es la palabra hebrea que usamos para referirnos a este lugar. No he encontrado a Caín (el fratricida), a Judas Iscariote (el traidor), a Esaú (el de las lentejas), a Coré (el rebelde), a los sodomitas (la palabra “sodomita” ya lo dice todo. No ha lugar a más explicaciones)… “Es que la Historia no fue tal como os la contaron”, me explicaba un fulano que lleva aquí desde poco después de La Creación. “¿Pero qué os creéis, que los “fake news”, la mala prensa, las calumnias y otras muchas malas artes las inventasteis vosotros?...
 
Existen desde que el ser humano existe. Puedes conocer —si quieres te los presento— a los que perpetraron tamañas fechorías, cambiando para siempre la Historia”. La verdad es que no estaba interesado en conocerlos. Bastantes calumniadores de esa calaña había conocido ya en la Tierra. Sí que he tenido el dudoso placer de ser debidamente presentado a supuestos santurrones, de cuyo nombre no quiero acordarme, patriarcas, imanes, prelados supremos. También a un nutrido número de políticos (acaban de fundar un gremio y se reúnen en una gruta para la que ya están reivindicando la instalación de aire acondicionado), conspiranoicos, negacionistas (muchos de ellos niegan que exista el Infierno en el Infierno… JAJAJA, ¡Me parto!), cibernautas que insultan en redes desde el anonimato, abusadores del fenómeno “selfie” (ya quisiera yo enviaros mi propio “selfie” desde el Averno, pero el “Tío de la Cuerna y el Rabo” lo tiene terminantemente prohibido. Derechos de imagen, supongo), fingidores de una vida plena para obtener la aprobación ajena, cansinos promocionando sus libros, etc., etc., etc.
 
Uno de los tantos motivos por los que estoy aquí es por haber sido toda mi vida un mal hablado y un blasfemo. Pera evitar estos desmanes, el Cielo nos tiene instalado una especie de filtro envolvente, por medio del cual nos censuran y resulta imposible proferir desde aquí una sola palabra malsonante. Por ejemplo, voy a escribir ahora mismo una espantosa y sucia palabrota. ¡Una, dos y tres!: ¡CÓRCHOLIS! ¿Veis a lo que me refiero?... En fin, a todo se acostumbra uno. Tampoco se está tan mal, no creáis. Como decía aquel sabio, el hombre sobrevive y se adapta a cualquier situación, excepto a más de cuatro días de dicha absoluta. Podéis perder cuidado en lo tocante a este último asunto. Aquí no se disfruta ni de un solo segundo de felicidad. Os deseo un verano llevadero. Ya estoy acariciando el deseo de veros por aquí, aunque tal evento acontezca lo más tarde posible. No tengo prisa.