Despertando de un sueño de verano

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Son las 21:01 del Jueves, 28 de Marzo del 2024.
Despertando de un sueño de verano

Algunos días te levantas ya cansado. Seguramente hoy sea uno de ellos. Me siento extenuado, desganado, desmoralizado. El calor no ayuda. He arrastrado mi actividad matutina hasta la hora del almuerzo y he comido poco y sin ganas. ¡Son ciclos!, me dicen en casa, como queriendo decir que de vez en cuando eso le pasa a cualquiera. Te quedas sin energías. No es la primera vez que me ocurre, desde luego. Normalmente me tumbo un rato en el sillón y echo una cabezadita sobre el monocorde soniquete del Telediario. Pero hoy he decidido irme directamente a la cama. Me gusta auto-medicarme con una buena dosis de siesta.

El largo pasillo en “L”, desde el salón a la habitación, no consigue amortiguar la cantinela del televisor. El bochorno ralentiza los quehaceres rutinarios. Todos los días parecen iguales. Las noticias son las mismas. El parte meteorológico es igual al de ayer y antes de ayer. Y yo —ni siquiera sé por qué— no consigo dormir a pesar de sentirme abatido… Hasta la vieja mancha de una gotera en el techo sigue siendo la misma. Sin embargo, hoy veo imágenes diferentes en el entramado gris-crema de su extensión. La mente traduce del abstracto a nuestra realidad sin apenas proponérselo. En la forma de una mancha o de una nube, nuestra percepción vislumbra un camello o un barco o una galaxia o yo qué sé. En parte puede ser que las personas funcionemos siempre así. Tal vez vemos, en todo lo que nos rodea, lo que queremos ver.

Creo que en realidad he dormido más de lo que me atrevería a reconocer. Entre sueños, me llega el olor de mi propia saliva sobre la funda de la almohada. Desde el salón me llegan voces de la programación vespertina mezcladas con voces más familiares. “Me he comportado como una ilusa. Yo nunca le he dado a usted pie para…¿Acaso ha perdido el oremus?”

—No sé cómo puedes tragarte estos culebrones, mamá. ¡Vaya coñazo!—, recrimina mi hija. Música de piano, de violín, de telenovela. “Para tal cometido, no me queda más remedio que salir a escape.” “Así ha de ser, cariño. Por lo tanto, en dicho caso, propongo…”

—Pues hija, si no te gusta, ya sabes…— Y más arpegios pianísticos, y más notas sostenidas sobre las cuerdas melodramáticas de un violín. Pero… ¡No puede ser! Entonces no es que me haya dormido durante un rato, es que aún sigo durmiendo. Acabo de escuchar mi propia voz abriéndose paso desde el salón, por el largo pasillo, hasta la habitación:

—Tengo algo muy importante que contaros—, estoy diciendo en este momento. Casi puedo ver las caras de inquietud de mi hija y mi mujer. Mi hijo sigue absorto, con la mirada fija sobre la pantalla de su móvil. Aunque quizá me esté escuchando, nunca se sabe. —Tengo algo muy importante que contaros—. Mi voz suena ahora profunda y grave. Resulta ciertamente irónica su coincidencia con un compás armónico y burlón que adereza una de esas escenas supuestamente cómicas, con el fin de desdramatizar el argumento de la telenovela durante unos minutos, para conceder un respiro a los televidentes.

—Pero, ¿qué te pasa? ¿Qué te ocurre?— Puedo sentir el desasosiego en las preguntas de mi familia. Y me vuelvo a escuchar a mí mismo profiriendo argumentos sin sentido, cifras, números de teléfono que no acabo de recordar, nombres de personas que ni siquiera conozco.

 

—¡PAPÁ, VEEEEN, CORREEEE! ¡MIRA, ALGO GRAVE HA PASADO!— Ahora sí que me he espabilado de verdad. —¡Han interrumpido la emisión para dar una noticia urgente!—, vocifera mi hijo. Desde que se gana la vida como comercial está mejorando mucho su léxico: “Han interrumpido la emisión…”, ha dicho, y me cuesta creer que haya dicho algo así. Tardo un segundo en desperezarme y, efectivamente, corro por el pasillo. Casi derrapo sobre el vértice de la “L”. “¡Ya la han liado el Trump ese y el norcoreano!”, pienso para mis adentros, mientras aún suena la sintonía del avance informativo. Cualquier diría que las notas musicales de la sintonía repiquetean a más velocidad y volumen del acostumbrado, como queriéndose solidarizar con una situación de extrema gravedad.

Lo que aparece en pantalla, sin embargo, nada tiene que ver con mi augurio de apocalipsis nuclear. Son imágenes inconexas desde la Rambla de Barcelona casi vacía y tomada por la policía. Estrépito de sirenas. Fluye un raudal improvisado de palabras, articuladas por unos periodistas desconcertados. Nuestro salón se llena de todas esas palabras. Palabras como atropello, atentado, abominable, furgoneta, indignación, rabia, yihad…, y todas las demás palabras —como decían las antiguas reglas ortográficas— acabadas en desesperación y en ira.

Parece ser que hay un gran número de víctimas, muchos heridos, algunos ya han muerto. Nosotros hemos despertado.

Antonio Carmona

Antonio Carmona