La encina y el viento

¡A saber de qué ha sido testigo este ser! De proles ovinas y manchegas pastoreadas por moradores de esta tierra, de osarios que se disuelven a cámara lenta, de bandadas que bullen en estampida, de la melodía que trae la brisa nocturna con sabor a ruiseñor enseñoreado de luna llena.

¡A saber…! De hojas que navegan sobre el susurro oculto y chispeante por galerías de adelfas, de besos furtivos, de guerras, de amores prohibidos, de personas que se cobijaron bajo su sombra con hambre y con sed, con esperanza, con deseos que no tienen espera, con un vino que mata la pena y con el sueño de un día llegar a ser...

Como aquel mal sueño del frustrado poeta, ingenuamente convencido de la injusta incomprensión de sus poemas, y de que éste —y no otro— era su destino. Quizá tú sepas la respuesta: ¿Cuánto tiempo es necesario vivir para dejar de ser consciente de tu propia existencia?... ¡Cuánto tiempo, cuántas puestas de sol, cuántos eclipses, cuántos inviernos para poder experimentar por fin aquello de que “la vida es sueño”!