La tremebunda y genuina historia jamás antes contada sobre el lagarto del Viso

Son las 12:44 del Viernes, 3 de Mayo del 2024.
La tremebunda y genuina historia jamás antes contada sobre el lagarto del Viso
A finales de la década de los cincuenta del siglo XVI, hallábase Álvaro de Bazán y Guzmán, Grande de España, Señor y Marqués de la villa del Viso, Señor de la villa de Valdepeñas (entre otras titulaciones de rancio abolengo que no vienen al caso), hallábase, decíamos, solazándose por las calles de el Viso en inmejorable compañía, cuando se toparon con Eustaquio, un vecino del lugar de sobra conocido por su petulancia y orondas bravuconadas (en todos los pueblos hay uno, al menos).
 
Traía atado al cinto, oscilando al ritmo de su decidido caminar, un enorme lagarto que, sin duda, habría atrapado en algún descampado cercano a la villa. Dirigiéndose a don Álvaro, le habló de esta guisa: “después da tantas correrías que lleva Vuesa Merced por esos mundos de Dios y de paganos, me apuesto un buen queso de oveja a que nunca ha visto un lagarto tan grande como éste”. Don Álvaro, que era de natural discreto y comedido, solo acertó a pronunciar: “¡Vive Dios que es grande!”, tras lo que se intercambiaron las típicas frases de cortesía para las despedidas, según la usanza en aquella época.
 
Apenas comenzaron los años setenta del mismo siglo, cuando el Imperio otomano comenzó a dar por… a dar problemas. Así que hacia allá: hacia la naval Batalla de Lepanto navegó nuestro intrépido Almirante, capitán General de la Mar Océana, a partir la pana en el griego golfo de Patras. Después de la incontestable victoria, decidió nuestro héroe regocijarse en una terraza Chillout a orillas del Nilo, donde tocaban una calm&relaxing música de cámara. Mientras trasegaba con fruición cubatas “frescas” on the rocks que de forma solícita e incesante le ofrecían, divisó en la orilla del Nilo el mayor lagarto jamás por él visto, al menos veinte veces más grande que el que inspiró la ahora vana jactancia de su vecino Eustaquio. Dio las instrucciones pertinentes para que lo capturaran y lo subieran a bordo del barco rumbo a la costa hispana, desde donde sería trasladado por Rutas Imperiales, a través de Sierra Morena y el puerto de Muradal hasta El Viso, enclave elegido por don Álvaro para desplegar sus prestezas bucólicas y cinegéticas. 
 
Una vez allí, don Álvaro, comedido y discreto, como apuntábamos más arriba, pero con una retranca y sentido del humor un tanto peculiar, informado de que su vecino Eustaquio iba a salir de su casa nada más amanecer a llevar a cabo la sana y rural actividad de la recolecta del espárrago, ordenó que colocaran aquel gigantesco lagarto en el umbral de su puerta a modo de alfombrilla. Don Álvaro y algunos vecinos se apostaron en la esquina más cercana para deleitarse ante la inminente reacción de Eustaquio. Eustaquio, aún medio dormido, abrió la puerta y con su primer paso apoyó el pie derecho sobre el lomo de aquella enorme alimaña. Dio un gran respingo con tan mala fortuna que colisionó su cráneo (también de generosas dimensiones) contra el dintel de su propia puerta. Aquello ahogó las primeras carcajadas que ya se esbozaban en la esquina más próxima al escenario de aquel planeado vodevil. Afortunadamente, no hubo que lamentar más desgracia que la de un chichón incipiente (también de generosas dimensiones) en la aldeana coronilla de Eustaquio.
 
Una vez satisfecho el deseo por el que se había transportado al gigantesco reptil, andaba don Álvaro cavilando por la Plaza del Pradillo qué hacer con el susodicho, cuando se le acercó de repente, como guiado por la mano de Dios, el párroco de Nuestra Señora de la Asunción, quien siempre saludaba (como otros muchos curas) con su frase protocolaria de bienvenida. “¿Qué me traes, hermano?” En esta ocasión, don Álvaro sí que le traía algo que pasaría a formar parte del patrimonio de la villa, una vez disecado e instalado en uno de los muros de la parroquia. A los pocos días, recibió don Álvaro de la mano del compungido Eustaquio un queso de oveja. Las dimensiones de éste no eran tan generosas, dicho sea sin acritud.
 
Nota del cronista: Todos los datos de este artículo han de darse por fidedignos, puesto que se obtuvieron a partir de testimonios y fuentes historiográficas con una garantía irrefutable e intachable: Un par de tertulianos en la barra de un bar que se expresan con fundamento y sapiencia sobre cualquier tema que se tercie. Un historiólogo doctorado en conspiranoias y otras paranoias, actualmente a punto de demostrar que no sólo es incierto que el hombre estuviera en la Luna, sino que la Luna no es nuestro satélite. Muy al contrario, es la Tierra “en su plenitud y planitud” la que gira alrededor de la Luna. También contamos con las inestimables aportaciones de una reputada influencer que cuenta en su haber con millones de followers.