Mi querida Eva

Son las 05:59 del Viernes, 3 de Mayo del 2024.
Mi querida Eva
Mi querida y siempre amada Eva:
Ante todo, quisiera pedirte disculpas. Ha pasado demasiado tiempo desde tu última misiva, pero lo cierto es que hasta hoy no he encontrado el momento adecuado para dedicarte unas letras. Tampoco es de extrañar, si tienes en cuenta cuán convulsos han sido los últimos cien años. La gente arrastra su inconsciencia hacia el Apocalipsis, como si estuviera a las puertas de unas rebajas de enero. Sí, También yo echo de menos el Paraíso. Por aquí se lo imaginan como un inmenso jardín, un exótico y frondoso vergel. No sospechan que ni siquiera tú y yo lo describiríamos del mismo modo, si alguien se molestara en pedirnos que lo hiciéramos. Lo que más añoro es que allí los recuerdos eran tan inútiles como la necesidad de labrarse un porvenir. En el Edén se eternizaban los instantes: la magia de tu mirada, el hechizo de nuestro primer beso, la vibración de una caricia, la ingravidez de una puesta de sol… ¿Cuánto tiempo estuvimos allí?... Ya ves, como si la palabra “tiempo” tuviera algún sentido en el Paraíso. Desde esta nueva perspectiva, podríamos decir que duró un millón de años, o una millonésima de segundo.
“Desde esta nueva perspectiva”, sí, cariño, desde que decidimos abandonarlo. Ya sé que en la actualidad la gente cuenta leyendas, historias infundadas sobre una forzada expulsión, un desahucio, que dirían ahora. Y también sé que, en el fondo, soy yo el máximo responsable de tales leyendas. Pero, ¿qué querías que hiciera?... Justo cuando nos marchamos de allí, comenzaron los reproches, las migrañas, el crujir de dientes y, por qué no admitirlo, la inapetencia y los “gatillazos”. Tú siempre has sido mucho más fuerte que yo. Quizá por eso te eché la culpa, en un principio. Y tú, a una serpiente… ¡Ya ves! ¡Pobrecita! Si lo único que hizo fue arrimar el hombro, si aquel árbol ni siquiera era un manzano…
Todo eso nos distanció cuando comenzamos a vivir  fuera del Paraíso. “¡Estás hecho un Adán!”, me increpabas. Y no te faltaba razón. Resultó demasiado duro para mí dejar atrás un Edén como aquél, donde se podía invertir amor a fondo perdido. Fue en aquel tiempo cuando tú me expulsaste de tu pequeño Paraíso en la Tierra. No te puedes imaginar la cantidad de oficios que he ejercido, ni la de regiones por las que he vagado sin ti desde entonces, en un vano intento por encontrar mi propio paraíso. Incluso he aspirado, sin éxito alguno, a ser poeta. Aunque no pierdo la esperanza: reconocerte no-poeta es como una especie de premisa para un día llegar a serlo. 
De sobra sabes el origen de esta vocación literaria. ¿Recuerdas Sus visitas al Edén?... Él venía a menudo por allí y se sentaba a la sombra de aquel árbol en el centro del Paraíso. Lo denominamos el “Árbol de la Ciencia”. ¡Qué ilusión Le hacía que pusiéramos nombre a todo lo que nos rodeaba! Recostado en el tronco, recitaba odas y epopeyas sobre la Creación. Su voz llegaba hasta el último rincón del Edén, mientras un polvillo estelar labraba Sus palabras sobre las hojas de aquel árbol, que caían, aún más vivas, alfombrando el suelo de poesía cuántica. Luego, nosotros jugábamos a escudriñar su mensaje. Sabíamos que era pura poesía, porque no entendíamos nada, a pesar de la inestimable ayuda de la serpiente. Pero, eso sí, nos hacía experimentar sensaciones inenarrables. Aquellas palabras nos empujaron a tomar la decisión sin retorno de abandonar el Paraíso. 
Querida Eva, ahora tengo un trabajo respetable que consiste en tergiversar las palabras para que las mentiras parezcan verdades y viceversa. Incluso he aprendido a hacerme yo mismo el nudo de la corbata. Ya no estoy hecho un Adán. Me he adaptado a este no-paraíso. ¡Cuánto tiempo ha pasado! ¡Cuántos amaneceres, cuántos eclipses, cuántos fríos inviernos han sido necesarios desde el Génesis hasta las puertas del Apocalipsis para darme cuenta de que tú eres mi Paraíso en la Tierra!
Siempre tuyo,
Adán