Mi tí­o Fidel y los chicles

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Son las 01:07 del Viernes, 26 de Abril del 2024.
Mi tí­o Fidel y los chicles

Mi tío Fidel vive en Canarias. Aunque nació en Puertollano, su familia por circunstancias de la vida, se vio obligada a emigrar a las islas afortunadas. Allí creció, se casó, trabajó duramente en tiempos difíciles y, hace unos años se jubiló.

 

         Hacía casi 40 años que no nos visitaba, su familia y las obligaciones laborales no se lo pusieron fácil. Pero el pasado verano, tras enviudar y viendo bien situados a sus hijos (y nietos), le entró morriña. No se sentía necesario por primera vez en muchos años, y decidió volver al lugar que le vio nacer. Por un tiempo, en principio. Después, ya se vería.

 

         Recuerdo el día que llegó, la primavera pasada. Con su maleta, su gorra estilo Delibes y su chaqueta de pana. Parecía un "yayo" de los tantos que, cada vez más, abundan en nuestra ciudad. Se alojó en casa y me preguntó por la ciudad. Sentía curiosidad, la curiosidad de quien quiere recuperar el tiempo perdido durante años de ausencia.

 

         Lo primero fue visitar a la familia, ¡eso si!. Pero pronto observé que a Fidel le gustaba la calle. Quería abarcar el pueblo, poner cara a lo poco que retenía en su memoria (se lo llevaron con apenas 8 añitos). Entusiasmado, me comentaba lo mucho que le gustaba el paseo de San Gregorio. En él se sentía a gusto y relajado, aunque lo recordaba de otra manera (evidente, ya que fue reformado en los años 80 estando ya él en Canarias). Tan solo una cosa le desconcertaba: el suelo del paseo, de muchas calles y especialmente las aceras, que estaban llenos de manchitas redondeadas (algo sabía yo al respecto, pero no quise decir nada).

 

         Salía y le gustaba relacionarse con sus coetáneos, a los que por supuesto no conocía. Pronto se hizo un hueco en los corrillos del paseo, en el centro de mayores e incluso en la asociación vecinal del barrio. Se le veía suelto, conectaba bien, comenzaba a sentirse a gusto.

 

         Llegaron las ferias de mayo y se ofreció a participar con los miembros de las directivas de las asociaciones de vecinos y con la del centro de jubiletas (como él decía) en la organización. Su carácter abierto, su entrega al trabajo y sus dotes organizativas (por su experiencia laboral) le impulsaban a colaborar y aportar ideas. Ideas nuevas en unas asociaciones vetustas en las que, por la edad de los dirigentes y la inercia de muchos años haciendo lo mismo, convenía abrir las ventanas y ventilar. O al menos, eso creía Fidel.

 

         Y ahí empezaron a torcerse las cosas. Apenas hacía dos meses de su llegada, cuando ya comenzó a darse cuenta de que aquí las cosas funcionaban de otra manera. Yo lo observaba en silencio, sin saber cómo ayudar, aunque intuía lo que transmitían sus ojos.

 

         Al cabo de un tiempo, una tarde recién estrenado el verano, me invitó a dar un paseo. "Quisiera hablar contigo, sobrino", me dijo. Y yo, que me imaginaba por donde podía ir el asunto, accedí. Salimos, buscamos un lugar tranquilo para caminar y me dispuse a escucharle.

 

         "Me voy", me soltó a bocajarro. Y, aunque lo sospechaba, me quedé pasmado mirándole, esperando las explicaciones que habrían de venir. “Sabes que he intentado adaptarme, es lo que más deseaba”, me dijo, “pero el ambiente cerrado que aquí se respira me agobia, me ahoga, no me deja respirar”.

 

         "He tratado de participar, de ayudar y colaborar en la organización de actividades, festejos y en el día a día. Pero me he dado cuenta de algo con lo que no contaba en un principio". Fidel me miraba mientras hablaba, sus ojos me transmitían tristeza, decepción, incredulidad.

 

         "Me han puesto un apodo", continuó. Lo cual no me extrañó demasiado, conociendo el percal. Aunque si me sorprendió, lo que vino a continuación. ¿Cuál?, le pregunté. "Fidel el facha", me susurró. "¿Y sabes por qué?". A lo cual negué con la cabeza, estupefacto. "Porque no me gusta mezclar el trabajo diario con la política, no me identifico con el partido. Y aquí los directivos de las asociaciones que conozco son simpatizantes, cuando no directamente miembros del partido que gobierna la ciudad". "A mí, que pertenecí al comité de empresa durante 20 años, que sigo teniendo carnet sindical, ¡a mí me llaman facha!".

 

         "Sobrino, en esta ciudad todo pasa por los mismos, son un solo bloque. Las asociaciones están dirigidas por amigos (cuando no militantes) cercanos al poder. Manejan los hilos, deciden cuando, como y a quien se le dan los dineros y como se gastan. Y, si decides ir por libre, te ignoran, te ningunean y te apartan de la toma de decisiones. Éste pueblo es la Cuba de La Mancha. Por eso he decidido irme. Éste no es mi lugar, he visto con pesar, que nunca llegará a serlo."

 

         Vi lágrimas asomando a sus ojos, me dio pena y no supe que decirle. Pero se rehízo, se me quedó mirando y me dijo indignado: "ya sé el porqué de las manchas en el suelo: ¡chicles!, son chicles que unos y otros mascan y después tiran al suelo sin ningún pudor".

Pepito Grillo