Peña Escrita en el mapa

Son las 07:27 del Viernes, 3 de Mayo del 2024.
Peña Escrita en el mapa
 
 
Han pasado cuarenta años desde que se celebrara en 1983 el “Bicentenario de la Pintura Esquemática de Peña Escrita”. Para ilustrar este relevante episodio histórico sobre la prehistoria en nuestra provincia, el Museo de Ciudad Real editó una revista con textos de Gratiniano Nieto Gallo, conservador de museo, catedrático y rector de la Universidad Autónoma de Madrid y el ciudadrealeño Alfonso Caballero Klink, joven doctor en Historia del Arte que por aquellos entonces estaba enfrascado en su tesis doctoral sobre la pintura rupestre esquemática en Sierra Morena. En dicha publicación vierten una pormenorizada información tanto sobre las características de estas expresiones pictóricas ancestrales, como una completa historiografía referida al descubrimiento de Peña Escrita, apoyándose en antiguos documentos que habían sido recién hallados.  
 
     No nos vamos a detener en esos aspectos, excepto para mencionar dos maravillosos trabajos sobre pintura esquemática que, como no podría ser de otro modo, incluyen a este yacimiento pictórico protegido como “monumento arquitectónico-artístico” desde el 25 de abril de 1924 y descubierto, junto a La Batanera en Fuencaliente (Ciudad Real), por don Fernando José López de Cárdenas, el “Cura de Montoro”, en 1783, detonando así el pistoletazo de salida para la Historia del Arte Rupestre peninsular. 
 
Se trata de un enclave que no debería necesitar presentación a estas alturas, cuya descripción y estudio fue llevado a cabo por Henri Breuil a principios de siglo XX, más tarde publicado en el volumen III, dedicado íntegramente a Sierra Morena, de su magnífica obra de cuatro volúmenes “Les peintures rupestres schéma-tiques de la Péninsule Ibérique” (1933). Comienza con estas palabras: “La montaña cuarcítica de Piedra Escita (o Peña) acaba al oeste con unas masas rocosas ruiniformes muy escarpadas y escalonadas, llegando hasta una pequeña meseta cubierta de ‘jaras’ (‘jaras’, escrito en español). Está a unos quince metros por encima de la pendiente, al pie de los riscos hay una grieta cuya fachada forma un friso que fue pintado en tiempos prehistóricos. Está orientado al suroeste y mide un total de 21.60 metros de longitud.” 
 
     Alfonso Caballero Klink ofrece en su tesis doctoral de 1983 muchos más detalles sobre las coordenadas de su ubicación, acceso y bibliografía, en la que menciona, obviamente, a Henri Breuil, así como a Obermaier, Góngora y Martínez, M. y López de Cárdenas. Identifica nuevas formas, incrementando así el listado de figuras hasta 103 en ocho paneles consecutivos, seis de los cuales ya estaban protegidos con una verja en aquella fecha.
 
     Podría parecer chocante que de esas 103 formas esquemáticas con las que cuenta este excepcional yacimiento, nos detengamos hoy en una de ellas, precisamente por su forma atípica de difícil catalogación dentro de unos cánones relativamente regulares y uniformes a los que suele amoldarse este estilo pictórico. Tampoco su conservación ha resistido al paso del tiempo con la entereza mostrada por el resto de figuras. Sin embargo, si establecemos comparaciones y paralelismos con nuevos hallazgos tanto de este estilo como de otras formas de expresión cultural de diferentes épocas y áreas geográficas ya sea en pintura como en grabado sobre roca, este trazado nos sugiere un significado que a continuación pasamos a exponer.
 
     Nos estamos refiriendo a la figura que Henri Breuil ubica en el panel V y describe con las siguientes palabras: “finalmente, una figura difícil de interpretar, formada por una ‘U’ muy alargada en cuyo interior penetra una varilla con muchos apéndices mal definidos, doblada en su parte superior.” El Abate Breuil, tan proclive a la interpretación o identificación de una imagen o símbolo como representativo de un objeto del mundo real, no encuentra en este caso una explicación convincente, ni se atreve a establecer paralelismo alguno con otros diseños de diferentes culturas por él mismo estudiadas.
 
     Muy diferente es el punto de vista “objetivista” que caracteriza a Alfonso Caballero, siempre centrado en la descripción de elementos, formas y rasgos identificativos que tienen tal o cual forma, colocación, orientación, características de tamaño, posicionamiento y distancia entre ellos, etc., rehuyendo cualquier connotación interpretativa en pos de un máximo cientifismo, basándose en un material empírico plenamente descontaminado de opiniones apriorísticas. No olvidemos que la arqueología, así como la antropología son ciencias y como tales han de cimentarse con los mismos preceptos de casuística y veracidad para poder ser validados, comprobados o falsados por cualquier otro científico. De no ser así, el entusiasmo ante una teoría apasionante podría obnubilar el buen juicio científico.   Setenta años después de Breuil, en su tesis doctoral, describe Alfonso Caballero esta figura que sitúa en el panel 4, con estas palabras: “Figura muy compleja y actualmente distinta a la registrada por Breuil; consta de un largo eje vertical con numerosos apéndices y engrosamiento del extremo superior dirigido a la derecha; a cada lado se desarrolla otra barra vertical y paralela con pequeños trazos que se unen al eje central. Corresponde a la figura 8 de la lámina VI de López de Cárdenas.”
     Alfonso Caballero se refiere al descubridor del yacimiento en 1783, más arriba mencionado, López de Cárdenas, el único que aventuró una descripción con connotaciones interpretativas. En su lámina VI, define así la figura 8: “Sítula con un aspérgilo dentro.” Una sítula es una vasija usada como contenedor de agua y el aspérgilo no es otra cosa sino el instrumento alargado con el que se esparce el agua bendita durante la ceremonia de bendición. No es de extrañar que un párroco en 1783 identificara un símbolo que ni siquiera consideraba prehistórico con un objeto perteneciente a un contexto que le resultaba familiar. Este particular no resta ni un ápice de mérito al hecho de que alguien en el siglo XVIII pusiera en valor unas formas esquemáticas que cualquier otra persona habría despreciado.
 
   Haciendo examen de conciencia, no estaría de más reconocer por mi parte la familiaridad y la pasión que siempre he sentido por la cartografía. Permítanme que interprete la figura en cuestión, que los tres grandes investigadores anteriores describieron tal cual acabamos de narrar, como un MAPA del propio valle donde se ubica el yacimiento pictórico de Peña Escrita, por donde discurre el arroyo del mismo nombre. Un mapa es —siempre ha sido— una representación esquemática regida por unas convenciones que la mayoría de las veces, como veremos, son universales. El esquematismo se postula aquí como palabra clave del estilo pictórico que nos ocupa. En este ámbito, el “naturalismo” es con respecto a la representación de un paisaje a pequeña escala lo que el “esquematismo” es a un alejamiento intencionado de la realidad para convertirse en un instrumento representativo de una gran superficie, donde la orientación cobra protagonismo. Al esquematismo, y por ende a los mapas, no le preocupa una imagen fiel de la realidad, sino crear una ilusión verosímil de la realidad geográfica circundante.
 
     La idea de que cuando diseñamos un mapa estamos “ordenando” el mundo creemos que se defiende por sí misma. Estamos estableciendo unos espacios en base a unos conceptos que son de nuestro interés: recursos, fronteras, pueblos, cursos de agua… Así se ha hecho desde hace milenios con ejemplos tan evidentes como las representaciones de Catal Hüyük en la provincia turca de Konya (antigua Anatolia, 6200 a.C.), o las representaciones de Nuzi, cerca de Kirkuk en Iraq (antigua Babilonia, siglo VI a VII a.C.) o el Petroglifo de Bedolina en Valcamónica (Italia, 2500 a.C.) con representaciones rivereñas y campos de cultivo, tal como se hacía en Grecia, Egipto, Japón, China, India, o en otros continentes: Mayas, Aztecas, Iowas, Inuit, Aborígenes Australianos, etc. Tan distantes en espacio y tiempo, aunque guardando unas asombrosas características comunes.
 
 Es así como comprobamos que tanto los mapas más antiguos de la (Pre) Historia como los contemporáneos, elaborados por sociedades que con cierta displicencia seguimos llamando “primitivas” en Occidente, se caracterizan por atestiguar “marcas” que dejaron sus ancestros en determinados enclaves. Ancestros que siguen eternamente habitando y vigilando el lugar y que son una especie de propietarios, cuidadores y guardianes del mismo. Estos lugares son susceptibles de conformar el escenario para rituales periódicos y ceremonias estacionales, al haber obtenido la categoría de “enclave clánico”. ¿No os recuerda celebraciones y romerías llevadas a cabo por nuestra propia sociedad? Estos personajes totémicos dejaron huellas en el paisaje en forma de manantial, fuente, peña con silueta o color llamativo, árbol vetusto de gran envergadura, etc. Todo lo cual suele estar asociado a un relato, inscrito en un itinerario que todos conocen en el grupo con el que se identifican, a pesar de que ciertas “marcas” o lugares no sean accesibles para los no iniciados.
 
     Uno de los grupos humanos que mejor ilustran lo hasta aquí dicho son los Warlpiri, pueblo que actualmente vive en Territorio del Norte (Australia). Pintan y graban diseños referidos a nombres y lugares clánicos, creyendo tener de este modo acceso al conjunto del recorrido, porque cada enclave es un sinónimo de todo el Itinerario de Peregrinaje, de toda la Ruta Sagrada y de su nombre totémico (pensad en itinerarios hacia la Virgen de la Cabeza, la Virgen del Rocío, el Camino de Santiago). Subrayar, en cualquier caso, que estos itinerarios míticos de los Warlpiri no cumplen una función delimitadora de territorio, ni establecen fronteras, sino que enlazan lugares para convertirse más bien en una conexión con los ancestros y entre ancestros (pensad en el encuentro de la Virgen del Rosario con San José, provenientes de pueblos diferentes, se juntan en mitad del cauce del río Tirteafuera durante las fiestas de mayo de Villamayor de Calatrava).
 
     Nos parece que Peña Escrita alberga uno de estos “mapas” que requieren nuestra más atenta “lectura”, aunque suene paradójico si tenemos en cuenta que esta representación pertenece a una sociedad ágrafa, a un pueblo que habitaba este valle y sentía una fuerte identificación con su gente y su tierra, marcada con hitos para reforzar esta identidad individual y colectiva. Estos hitos podrían haber estado constituidos por elementos del paisaje, como antes apuntábamos, y, ¿cómo no?, hasta nuestros días han llegado ciertos hitos cargados de significado, quizá emocional, político, social o religioso con los que rememorar a sus personalidades míticas y ancestros, materializados en estaciones pictóricas como la de Peña Escrita y muchas otras en el propio valle y alrededores, destacando La Batanera, con la que parece establecerse en el mapa una conexión por medio de un trazado grueso e inclinado a la derecha. Dentro de estas 720 hectáreas representadas en este “mapa-esquema”, quedan marcadas las rutas a diversos hitos, las rutas para obtención del agua, las explotaciones agrícolas (huertas regadas por un arroyo permanente durante todo el año), una visión del entorno llevada a cabo por el representante de un grupo sedentario que se considera ligado para siempre a este enclave.
 
     Por supuesto que todo lo hasta aquí argumentado podría estar bien orientado hacia una correcta interpretación del universo de nuestros antepasados, o podría también ser una elucubración resultante de largas y tórridas noches de verano. Ni que decir tiene que un servidor se inclina por la primera opción, en la que habrá que seguir insistiendo para encontrar muchos más puntales sobre los que sustentar estas teorías. Con este artículo, o lo que quiera que esto sea, nos damos por satisfechos si conseguimos visibilizar aún más nuestro Monumento Prehistórico por excelencia. Peña Escrita es una piedra escrita, son unas páginas pétreas con inscripciones y símbolos que llevan allí milenios esperando tu visita. ¡Obsérvalas! ¡Léelas! ¡Cuéntanos lo que a ti te dicen! Vuelve a poner Peña Escrita en el mapa. Acércate por allí preferiblemente durante el amanecer o el atardecer. La orientación de sus paredones cuarcíticos te harán vivir un momento mágico e inolvidable.
Antonio Carmona Márquez
Fotogrametría de Peña Escrita realizada por David Amarillo
Mapa Bedolina
Mapa nippur