Mentiras mediáticas y promesas electorales en la era de la posverdad

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Son las 05:39 del Miércoles, 24 de Abril del 2024.
Mentiras mediáticas y promesas electorales en la era de la posverdad

En un encuentro de Año Nuevo con la prensa en el Palacio del Elíseo, Emmanuel Macron, reciente Presidente de la República Francesa, ha sorprendido a la sociedad con una iniciativa tan cargada de sentido como sorprendente en la era de la posverdad: “desarrollaremos una ley que proteja las campañas electorales de noticias falsas”. Macron manifestó a los periodistas que esta ley “no debe cuestionar ninguna de las libertades de prensa” existentes en ese país.

 

            Esta nueva ley, según Macron, establecerá que los casos de publicación de noticias falsas durante una campaña electoral podrán ser llevados ante la Justicia y que entre las posibles sanciones se incluyen borrar contenido o bloquear o cerrar sitios web. En esta ley, las plataformas de internet se verían obligadas a publicar los nombres de los anunciantes del contenido patrocinado y limitar las cifras gastadas en dicho contenido. Macron afirmó su intención de proteger al Estado frente a "cualquier intento de desestabilización por parte de servicios de televisión controlados o influenciados por países extranjeros". Evidentemente, el Sr Macron se refiriere a la influencia que los poderes mediáticos y estatales, propios y extraños, pueden ejercer sobre la opinión pública aparentemente honrada, para alcanzar el poder y ejercerlo de manera interesada y perversa.

   Estamos asistiendo desde hace algún tiempo a la intromisión de influencias oscuras manejadas presuntamente por Rusia o por China, con el fin de actuar en la decisión final del elector dirigiendo su voto hacia alternativas populistas con verdades sesgadas, incompletas o informaciones claramente falsas, imposibles de verificar a corto plazo y movilizando las emociones o creencias de los ciudadanos frente a la reflexión racional basada en datos objetivos. De este modo, se influye en campañas electorales o se propician procesos de inestabilidad social que da incuestionables réditos económicos a ciertas oligarquías, agudizando la pobreza entre las víctimas. Ya se sabe: “A rio revuelto, ganancia de pescadores”.

 

    Así pues se ha definido como posverdad al fenómeno tradicionalmente conocido como mentira. Mucho más tolerable y por lo tanto, más fácilmente practicable. Se crean argumentos que buscan la afinidad al sistema de creencias del ciudadano dejando la objetividad en un segundo plano. De este modo se consigue una adhesión al argumento lográndose un equilibrio entre la emoción y el pensamiento, aunque la información sea falsa. Este acuerdo tácito descarta todo sentimiento de culpabilidad y refuerza la aceptación de las mentiras, también llamadas “hechos alternativos”.

 

    Este fenómeno se puede explicar a través de lo que se conoce en psicología como la teoría de la disonancia cognitiva, desarrollada por el psicólogo Leon Festinger. Esta describe el desajuste que existe en el individuo cuando las creencias, actitudes y conductas no son coherentes entre sí. Esta contradicción conduce a estados de tensión, malestar o ansiedad al no ser capaces de armonizar lo que pensamos con lo que hacemos. A pesar de ello, el individuo tiende a evitar este “desencuentro” cambiando de conducta o defendiendo sus creencias para reducir el malestar que siente llegando incluso al “autoengaño”. Así los mentirosos resuelven su disonancia cognitiva “aceptando la mentira como una verdad”.  

          Este hecho, llamado “fake news” o noticias falsas, ha llevado al referente económico y social de occidente, la democracia pretendidamente más consolidada, a elegir al Presidente más estúpido de su historia: abiertamente misógino, bélico, antiecológico y racista.  Esto también ha ocurrido en el llamado procés y en el “derecho a decidir unilateralmente” de los partidos independentistas catalanes que, inventando una realidad, han llevado a la mitad de su población a un desprestigio internacional y a una debacle económica y social sin precedentes, sobredimensionando su potencial y negando la capacidad de reacción del constitucionalismo y del sistema judicial en vigor.

               

       La mentira siempre ha existido. Lo que añade la posverdad es la aceptación de la misma como formando parte de un proceso natural en función de la consecución de los objetivos. Aquí, más que nunca, es válida la máxima maquiavélica de que “el fin justifica los medios”. La facilidad con la que se extienden los bulos y su impacto en la opinión pública está más influida por los estímulos emocionales y las creencias personales que por los hechos objetivos.  Así, asistimos con estupor al debate televisivo entre las candidatas Inés Arrimadas de Ciudadanos y Marta Rovira de ERC en el que los datos que aportaron en política económica eran erróneos. ¿Quizás falsos? ¿Premeditadamente o por ignorancia? Poco importa ya que el envite tenía un fuerte componente emotivo e identitario. Así es que fueron mayoritariamente votadas por los ciudadanos frente a otros partidos, como el PSC, que tenía propuestas más transversales e inclusivas.

               

En el fondo, una ley que proteja a los ciudadanos de las “mentiras emotivas” de la posverdad o de la manipulación perversa de poderes desestabilizadores me parece saludable para la democracia de un país. Es justo y necesario. Sin embargo, ¿Qué hacemos con las promesas electorales? El incumplimiento sistemático de las mismas se asume como formando parte del juego político tradicional y por consiguiente son tácitamente aceptadas por la ciudadanía. Los partidos aducen falta de información y el efecto de conceptos tan opacos como misteriosos: los mercados, la crisis, la Unión Europea, las primas de riesgo y todo eso que no entiende nadie bien cómo funciona ni el impacto real que tiene sobre nuestra vida cotidiana. Por eso hay quien dice, no sin sorna, que la economía es la ciencia de adivinar el pasado. Y sin embargo, seguimos votando, haciéndonos cómplices de lo que los políticos hacen de nuestro voto. No me voy a extender con los ejemplos porque, como dicen en mi pueblo, los hay “a espuertas”.

 

Todavía no he visto a nadie que proponga la intervención sobre las promesas electorales incumplidas, una especie de “defensor del elector” que garantice la dignidad del votante cuando con la mejor de las intenciones confíe su voto a políticos o partidos que, cualquiera que sea la coyuntura, tienen la obligación de cumplir con sus promesas. Esta me parece que sería también una forma saludable de sobrepasar la era de la posverdad y de consolidar la democracia.

 

 

 

 

 

 

Miguel Marset
Emmanuel Macron, Presidente de Francia (L. Marin, Reuters. 2018)