Desde hace algún tiempo asistimos a un debate extraño en nuestra sociedad, el de las llamadas pseudociencias que constituyen la nueva herejía de la que nuestros dirigentes nos quieren proteger no sé muy bien con qué objetivos. Quizás con el fin de desviar la atención sobre el creciente deterioro de la sanidad pública o para allanar el terreno a lo que en un futuro la sanidad privada no querrá financiar. Una vez más la realidad se nos presenta desde una perspectiva dicotómica: la verdad o la mentira. De este modo, corremos el riesgo de dotar a la ciencia del carácter de creencia, una nueva religión donde la duda, el carácter crítico y la diversidad dejarían de ser incentivo y motor del pensamiento científico.
En la era de la desinformación los líderes de la “pseudopolítica” están, cada vez con más ahínco, agrandando la fosa de la desigualdad entre los ciudadanos con la pretendida intención de protegernos de todo aquello que nos pudiese hacer daño. La medicina clásica cura, la pseudociencia mata. Así la elección es simple, vida o muerte.
La inoculación mediática de esta dualidad sí que desinforma y hace que muchos pacientes se alejen de la medicina clásica por falta de expectativas sobre sus enfermedades o simplemente por lealtad a sus creencias individuales y colectivas. Sabemos que según estudios rigurosos dirigidos por la propia industria farmacéutica, el 38% de los tratamientos prescritos, incluso los oncológicos, no son seguidos por los pacientes. Estos recurren a otros métodos alternativos o simplemente no siguen ningún otro.
Los presidentes de los colegios médicos de España y Portugal, grandes potencias mundiales en ciencia y en tecnología, han firmado un documento: la llamada Declaración de Madrid, en el que afirman que "la profesión médica europea debe responder con contundencia" ante las pseudociencias, que son ofrecidas "por sanitarios y no sanitarios" como "sin el apoyo científico necesario para avalar su validez ni utilidad, presentándose ante la sociedad con falsa apariencia científica y pretendida finalidad sanitaria". "Todas ellas han de ser expresamente prohibidas y excluidas de cualquier circuito sanitario y consideradas, a todos los efectos, como prácticas que atentan contra la salud pública y la seguridad de los pacientes", añaden. Ciertas universidades, en un movimiento de tipo histeria, están actuando ya contra la homeopatía, la acupuntura, la hipnosis, la osteopatía, la naturopatía, el EMDR (desensibilización de acontecimientos traumáticos por la lateralización de los hemisferios) y tantas otras. Algunas con base científica y clínica demostrada y otras que carecen de fundamento alguno. Qué cara se les habrá puesto a los presidentes de los colegios de médicos de Finlandia, Alemania, Suecia, Austria, Gran Bretaña o Suiza quienes desde décadas integran algunas de esas ciencias alternativas incluso en sus sistemas públicos de salud.
En estas sociedades del bienestar la gente suele tener seguimiento en farmacias y en parafarmacias. En Suiza, cuyo sistema de salud garantiza una de las mejores calidades asistencial del mundo, la hipnosis clínica es una subespecialidad médica reconocida por las autoridades sanitarias federales y por los seguros privados. Así como la quiropráctica y la luminoterapia. El EMDR, auténtica alternativa innovadora y contrastada en el tratamiento de psicotraumas lleva ese camino. Tanto que nos importa, por ejemplo, la violencia de género debemos saber que con estas iniciativas estamos desechando alternativas terapéuticas destinadas al tratamiento de las víctimas.
El Hospital Universitario de Ginebra y el de Lieja (Bélgica) tiene un servicio de Hipnosis Clínica que depende del Servicio de Anestesiología. Las unidades del dolor en todo el país tienen equipos de hipnoterapia. En el Hospital de Tours (Francia) se operan tumores cerebrales con la ayuda de la hipnosis.
De todos modos algo habrá que hacer para desviar nuestra atención de la pérdida progresiva de calidad de vida, de la sanidad estructurada a dos velocidades o del envejecimiento de la población optimizada en términos de aumento de la esperanza de vida. La gestión de las listas de espera para cirugía o la fuga de cerebros, científicos y clínicos, al extranjero, o los copagos farmacéuticos o la venta de la sanidad pública al mejor postor. Todo eso parece ser “pecata minuta”. Debe ser prioritario proteger a la ciudadanía de charlatanes, pretendidos gurús y demás pócimas. Como si los ciudadanos fuésemos estúpidos o necesitásemos la tutela del estado para saber qué es lo que nos conviene o nos perjudica.
¿Hasta cuándo vamos a tener que soportar la ignorancia de los políticos en el desarrollo de la política científica? O es que ¿ya no nos queda memoria? Ya no nos acordamos de los miles de muertos entre los toxicómanos españoles por la ausencia o la precariedad de los programas de reducción de daños. Ahí tampoco había evidencia científica hasta que la voluntad política de algunos diputados y científicos suizos tuvieron el coraje de frenar esa hemorragia de muertos e implementar los sistemas de protección sanitaria más innovadores del mundo, dotándoles de la evidencia científica necesaria.
La evidencia científica constituye la nueva verdad y a su vez la trampa para el desarrollo del pensamiento científico convirtiéndolo en rehén del pensamiento político y económico dominante cuyo mantra es la rentabilidad.
No podemos confundir eficacia clínica con curación ni con rentabilidad financiera. Medir la objetividad de la mejoría clínica es muy difícil. Muchos ensayos clínicos no reflejan la heterogeneidad clínica que presentan los pacientes. Los sesgos de selección hacen que muchos de los pacientes a los que iría destinado el tratamiento no se puedan evaluar. Así como nuestra sociedad es diversa, el cuerpo humano también y lo sabemos cada vez más. La medicina no solo está para curar la enfermedad sino también para prevenir el desarrollo de otras nuevas. También para mejorar la calidad asistencial y la calidad de vida de los pacientes.
Pero en este debate ¿a nadie se le ha ocurrido pensar que las ciencias alternativas y la medicina clásica pueden y deben coexistir en las sociedades que se pretenden plurales y democráticas?
La clínica de psiquiatría y psicoterapia que promoví y que dirijo desde hace 10 años en la ciudad de Ginebra, el Instituto Clínico de Neurociencias, trata a los pacientes bajo una perspectiva individualizada y pluridisciplinar. Utilizamos conjuntamente la farmacología y la psicoterapia en sus diversas vertientes en función de la necesidad cada paciente: psicodinámica, cognitivo-conductual y sistémica y utilizando como instrumentos de intervención la entrevista individual, de grupos, la hipnosis clínica (4 terapeutas) y el EMDR. Podemos utilizar diferentes alternativas conjuntamente en función del proceso en el que se encuentra el paciente. Por supuesto están incluidas en las prestaciones del sistema público de salud y gozan de la necesaria evidencia científica aunque algunas de estas alternativas estén consideradas por las autoridades sanitarias españolas como peligrosas para los pacientes.
Utilizamos también la medicina natural como complemento al tratamiento de nuestros pacientes teniendo en cuenta las potenciales interacciones medicamentosas ya que la persona que trata con plantas es farmacóloga.
Una vez le preguntaron en la televisión a un profesor que tenía en la Universidad de Cantabria que si creía en la capacidad de los curanderos en tratar enfermedades. Y respondió: por qué no, si hacen un buen diagnóstico… Esta broma escondía el verdadero fondo del tema. Cuando se sabe lo que se está tratando cualquier método puede ser bueno.
Propongo que se salga cuanto antes del debate dicotómico y se entre en el desarrollo de proyectos integradores. Que se informe a los pacientes y a los profesionales. Que se prohíba de practicar a todo aquel que no tenga un título que lo acredite y que se fomente una formación sólida que pueda coexistir con la medicina tradicional. La hipnosis por ejemplo no es un tratamiento sino un método de trabajo que se puede utilizar en medicina de manera diversa: en la mejoría del dolor en muchos tipos de cirugía o en las punciones lumbares o en los partos, en las extracciones dentales, en el tratamiento de las adicciones y en los procesos psicoterapéuticos. Evidentemente la hipnosis no cura el cáncer ni ningún otro proceso orgánico pero puede ayudar enormemente a que estos procesos se vivan de otra manera.
Miguel Marset Fernández