El árbol del ahorcado

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Son las 06:55 del Viernes, 29 de Marzo del 2024.
El árbol del ahorcado

Una vez conocido su emplazamiento, el árbol del ahorcado resulta visible desde numerosos lugares de la dehesa boyal. Particularmente,  su copa resalta al situarnos en la loma de los chaparrales, junto a la antigua torreta de vigilancia forestal, perspectiva que mejora si osamos subir por su derruida escalera de caracol hasta alcanzar su planta más elevada. Quizá sea el pino más corpulento de toda la dehesa. Su perfil, desde esta perspectiva, se recorta en la línea del horizonte, entre el cuarto y el quinto montículo contados desde el puerto de Mestanza hacia el oeste. Allí está, singular e imponente, un magnífico ejemplar que se muestra sobrado para sostener el cuerpo de una persona por muy corpulenta que sea.

     Después de leer el párrafo precedente, la pregunta surge de inmediato, ¿por qué adjudicar este nombre al árbol? Y la respuesta es obvia: porque alguien lo eligió  para poner fin a su vida, según todos los indicios. ¿De qué indicios se trata? Vayamos con el asunto. Un grupo de caminantes que tiene como uno de sus lugares habituales para practicar senderismo la dehesa boyal, decide un día abandonar los itinerarios más trillados y se interna por las trochas que ascienden por la Sierra de Cabezarrubias. El objetivo es alcanzar el punto más alto para divisar las poblaciones de Hinojosas y Cabezarrubias. Logrado el propósito, a costa de un considerable esfuerzo, el comentario que surge invariablemente es que vale la pena explorar nuevos territorios en vez de ir siempre a los mismos lugares. De modo que al regresar  dejan que sus pasos les lleven por vericuetos nunca antes hollados. Aventura de ida y vuelta.

     Ya descienden por un tortuoso sendero cuando uno de los componentes del grupo, que ha quedado algo retrasado, llama a gritos la atención de los demás para que vuelvan sobre sus pasos. El viejo truco para recuperar la distancia perdida. Pero el rezagado insiste en que no se trata de ningún truco sino que quiere mostrarles algo que acaba de descubrir. Primero regresa uno, luego otro, y, al final, todos. La escena no deja indiferente a ninguno: junto a un árbol de dimensiones especiales se encuentra abandonada en el suelo una soga de grueso diámetro y a su lado un recipiente con flores de plástico. Sin necesidad de palabras todos los caminantes coinciden en que se encuentran ante el escenario de un suicidio.

     Desde entonces –hará doce o catorce años- cuando el caminante  transita por determinadas zonas, dirige la mirada para comprobar si el árbol resulta visible desde ellas. Y en las ocasiones en que lo divisa le asalta un torrente de preguntas. Por algunas pesquisas que hizo en su momento, parece que fue un hombre quien protagonizó el suceso –casi nadie  apostaría a que se tratase de una mujer- pero poco más pudo averiguar. Por ello, se deja llevar por todo tipo de conjeturas. Se puede dar por seguro que ese hombre conocería la existencia del  árbol y que su elección respondería a su localización apartada y a su robustez, que haría improbable que la rama utilizada para soportar su peso se desgajase y quedara sin efecto su propósito. Propósito que debía de estar bien determinado, ya que el camino es largo hasta  llegar al emplazamiento y de no estar totalmente convencido la voluntad podría flaquear. Quizá su decisión era tan firme que caminó con parsimonia a lo largo de todo el trayecto para sentir que pocas veces había seguido tan férreamente su voluntad, para vivir intensamente el poco tiempo que le restaba de vida. Quizá el suicidio fue la respuesta que encontró para vengar una afrenta y la lentitud de su paso obedeciera a otro motivo, embeberse  del sentimiento de culpa que su acción provocaría en la persona que lo afrentó.

     Es probable que comunicase su decisión a alguien. No resulta fácil dar con el árbol y querría evitar que su cuerpo permaneciera allí indefinidamente. ¿Lo comunicó mediante una nota? ¿Hizo saber que si alguna vez desaparecía lo buscasen en aquel pino? Si hubo afrenta ¿lo comunicó a la persona que la provocó? Si hubo otros motivos ¿eligió a su mejor amigo de confidente? ¿Hizo un plano indicando el itinerario a seguir? ¿Qué hora eligió para ejecutar su acción? Y la pregunta fundamental ¿cuál fue el motivo que le condujo a su decisión de quitarse la vida?

     En buena lógica, un grupo de personas encontró el cuerpo suspendido en el árbol. Es difícil imaginar que alguien en solitario echase sobre su espalda el trance de enfrentarse a una situación tan dramática. Tampoco hay que descartar que alguien lo hallase de manera fortuita y sufriera una terrible sorpresa. Finalmente, hubo personas que tuvieron que llevar a cabo los trámites para que el cuerpo fuese descolgado, quizá hubieron de esperar un tiempo interminable hasta que se autorizó retirar el cadáver y más aún hasta darle sepultura. Luego regresaron al lugar para depositar un ramo de flores artificiales con objeto de que se conservara un  largo periodo sin ajarse. Y hubo una persona que tomó la decisión de no retirar la soga del lugar, quizá para no tener que elegir entre conservarla (¿dónde se guarda una cosa como esta?) o desprenderse de ella en el vertedero, quizá para que las personas que diesen casualmente con el sitio supieran lo que sucedió en este robusto árbol de la dehesa boyal. Un árbol que resulta visible desde muchos lugares como si de un monolito se tratara.

 

     Posdata.- Ya redactado lo que antecede, el grupo de caminantes retorna al lugar doce o catorce años más tarde –el sábado 9 de marzo de 2019- con la intención de localizar el árbol. Lo primero que se pone de manifiesto es que el tiempo no ha pasado en balde y las piernas y el resuello se quejan por lo empinado de la trocha. Van intercambiando comentarios acerca de cómo recuerda cada uno las circunstancias de la ascensión anterior y comprueban que surgen desacuerdos en cuestiones diversas, incluso “el rezagado” que descubrió el árbol no está seguro de que ocurriera así el acontecimiento. Tras algunas dudas a la hora de tomar este o aquel sendero, encuentran el árbol. No es un pino sino un alcornoque, aunque también muy corpulento y llamativo. La soga no se encuentra en el lugar, el recipiente es el mismo (posee una decoración inconfundible) pero las flores de plástico han desaparecido. Una cruz de hierro está clavada verticalmente bajo la copa del árbol.

     El redactor decide mantener el relato ya compuesto porque los nuevos descubrimientos no alteran lo esencial de la historia. Una vez en la zona baja de la dehesa boyal vuelve la mirada para intentar avistar el árbol y distingue la copa del pino que creyó que era el escenario del suceso pero no ocurre lo mismo con el alcornoque.  

Eduardo Egido Sánchez