La tragedia de los niños del Horcajo

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Son las 08:50 del Sábado, 20 de Abril del 2024.
La tragedia de los niños del Horcajo

El día de Año Nuevo de 1901 se grabó con tinte indeleble en la historia del poblado minero del Horcajo. Fue una jornada de intensidad creciente según transcurrían las horas a partir del momento en que la noticia comenzó a correr como la pólvora por las calles del poblado. Lo que se inició como una preocupación de un grupo reducido de vecinos fue ampliando su onda expansiva hasta alcanzar al poblado entero y convertirse en una pesadilla. Es natural imaginar que en algún momento de esa intensidad creciente de la jornada doblaron las campanas para dar la alarma al vecindario acerca de una tragedia que iba acentuando su perfil. Entonces, buena parte del poblado se echó al monte portando en la mano cualquier elemento susceptible de alumbrar la tiniebla nocturna que pronto cayó sobre la Sierra de Alcudia en aquella tarde de invierno.

     A principios del siglo XX las minas de galena argentífera de El Horcajo se encontraban en pleno apogeo. El archivo municipal de Almodóvar del Campo conserva una fotografía datada hacia 1900 en la que se aprecia la amplia extensión del poblado, que en esta época de esplendor albergaba más de 500 viviendas y casi 2000 habitantes. Por otro lado, en enero de 1900 tiene lugar una importante visita al Horcajo de ingenieros de minas de diversas procedencias del país para conocer el nuevo sistema de desagüe eléctrico instalado en estas explotaciones, que constituía un innegable avance en favor de la eficacia de la extracción del mineral y hablaba de la excelente cualificación de los directores de estas minas. Los sistemas de desagüe resultaban fundamentales debido a las frecuentes inundaciones de las galerías. Para comprender la excelencia de los directores mineros y las novedosas técnicas de explotación hay que tener en cuenta que este grupo minero se caracterizaba por un alto contenido de plata, estimado entre 1,7 y 2 kilogramos por tonelada de mineral.

     Así pues, hay que suponer que el número de personas que se organizó en batidas para recorrer los alrededores del poblado alcanzaría considerables dimensiones. En este punto del relato conviene no retrasar más la exposición de los hechos: el día 1 de enero de 1901 tres niños, de aproximadamente 8 años de edad, faltan de sus casas a unas horas que resultan inquietantes. El temprano anochecer del invierno no hace sino acrecentar la zozobra de sus familiares, que dan la voz de alarma. Los grupos de búsqueda se dirigen de inmediato hacia los lugares donde se estima que los niños han podido ir a jugar. Un grupo enfila el camino del puerto del Horcajo, en plena Sierra de Alcudia. Poco después de iniciar la ascensión pasan junto al cementerio, donde existe un magnífico ejemplar de madroño que ha dado pie al popular dicho de los lugareños “cuídate, que si no te van a llevar a la madroña”. Llegan a la cumbre y recorren los alrededores cada vez más apremiados por el paso de las horas. Se dirigen al “gastaero”, un osario donde se depositan los despojos de los animales muertos. Ninguna señal de los niños se muestra. Transcurren tres angustiosos días con sus interminables noches. Los malos presagios van apoderándose de la población. Evidentemente, los niños no pueden sobrevivir durante tanto tiempo en un crudo invierno y en esos montes infectados de alimañas. Por fin los descubren. Sus cadáveres, de los que solo quedan los esqueletos y los pies embutidos en los zapatos, que es lo único que no han podido roer los animales salvajes, presumiblemente lobos, se hallan precisamente en el “gastaero”, un lugar por el que se asegura han pasado las batidas anteriormente sin encontrar rastro de los niños.

     Esta circunstancia desata todo tipo de rumores. El que cobra más fuerza centra sus sospechas en el médico del poblado, que tiene un hijo con tuberculosis, por lo que la gente se malicia que ha matado a los niños para transfundir sangre a su hijo con la esperanza de su sanación. Esta versión tiene un amplio predicamento en la población minera y se incrusta con tal intensidad en sus mentes que ha perdurado hasta hoy, en una herencia oral de padres a hijos, sobreponiéndose a la interpretación que pone el acento en las causas naturales: Probablemente los niños se desorientaron en el monte y les sorprendió la noche. El frío, el sueño y las fieras, hicieron el resto. Se puede dar por hecho que el ambiente en el poblado sufriría una transformación a causa de esta tragedia y que las dos corrientes de opinión pugnarían por exponer sus argumentos. Se puede dar por sentado que las familias de los niños pasaron por un calvario del que no llegarían a sobreponerse nunca y que el médico y su familia quedarían estigmatizados para siempre. En cualquier corrillo de aldeanos se musitaría en voz baja la desgracia de los niños, dando pábulo a todo tipo de truculencias.

     Fue tal la impresión que marcó al poblado minero, que se erigió en el punto más elevado del monte, al oeste del puerto, un monolito de mampostería con una altura de cuatro metros aproximadamente. En el suelo, a sus pies, una lápida de mármol blanco contiene la siguiente inscripción. “A la memoria de los niños /  Bonifacio Rubio / Alejandro Muñoz / León Piernas / Aldea del Horcajo / Enero de 1901”. Esta lápida presenta signos evidentes de vandalismo. Según opinión extendida, fue tiroteada por alguien que quería evitar que los visitantes se acercaran al monumento. Actualmente se ha remozado el monolito y se ha colocado otra lápida en tono oscuro en su cuerpo central, con idéntica inscripción.

     Si el caminante asciende a las antenas que se alzan en el promontorio sobre el Puerto de Niefla o avanza por el trazado de la vía del antiguo ferrocarril entre las estaciones de Fuencaliente y El Horcajo y levanta la vista, localizará en la cresta de la Sierra de Alcudia un cúmulo rocoso y a su izquierda el monolito que da testimonio de la tragedia de los tres niños del Horcajo. Su leyenda permanece viva un siglo más tarde.

 

 

Eduardo Egido Sánchez

Eduardo Egido Sánchez