No tiene pinta de llover. El coche avanza por la recta interminable del Valle de Alcudia tras dejar atrás Puerto Pulido. En el horizonte se dibujan nubes blanquecinas de escasa consistencia que tamizan el sol, nubes de sombra, no de agua. Es un día templado de mayo que invita a caminar al aire libre. Viene a la memoria la frase de Robert Louis Stevenson: “No pido otra cosa: el cielo sobre mi cabeza y el camino bajo mis pies”. Hay que estar atento para no sobrepasar la desviación a la explanada en lo alto del Puerto de Niefla, a la derecha de la carretera. Una reducida plataforma asfaltada a escasos metros de la salida nos permite aparcar el coche. Zona elevada, el viento nos recibe impetuoso al iniciar la marcha.
Hacia el oeste, asciende el carreterín que conduce a “las antenas”, en plena Sierra de Alcudia. Ahora existe un cartel que reza: “Camino particular. Prohibido el paso.” Se trata de una subida serpenteante y no demasiado exigente que pone ante la vista diversos encuadres del maravilloso Valle de Alcudia. Al borde del camino asfaltado abundan los madroños, que ofrecen sus frutos de un rojo intenso para combatir la sed y teñir la mente de un dulce bienestar. Se dice que el madroño embriaga. Pudiera ser, pero antes estimula. Media hora más tarde se alcanza la cima, que cuenta con el añadido de una torreta de vigilancia forestal para mejorar la perspectiva. Al norte se extiende la llanura del Valle de Alcudia, al suroeste la sucesión de elevaciones de Sierra Madrona. La vista se recrea sin concebir el hartazgo, registrando la infinidad de accidentes que pueblan la geografía circundante. En días despejados, a la derecha del horizonte se divisa el Monumento a los niños de El Horcajo. Realidad y leyenda superpuestas.
Desde el Puerto de Niefla baja un anchuroso camino hacia el sur que nos lleva hasta el trazado de la antigua vía ferroviaria conocida como “la estrecha” o de “ancho métrico” porque sus raíles distaban un metro entre sí. Pasamos junto a la salida vallada del túnel convertido en la actualidad en micro reserva protegida de murciélagos. Unos pasos más adelante topamos con una alambrada que durante años había que salvar deslizándose por una rotura provocada en la misma. La cuestión es que se construyó una vivienda junto al trazado de la vía que originó una polémica acerca de su legalidad. De ahí la alambrada y de ahí su rotura, exponentes de puntos de vista contrarios. Actualmente, en el lugar de la rotura se ha instalado una puerta con cerrojo y sin candado junto a un rótulo donde se puede leer: “Parque Natural del Valle de Alcudia y Sierra Madrona. Acceso restringido excepto en épocas de peligro de incendios. Túnel de El Horcajo: 4,7 kms.” En resumidas cuentas, el Parque ha tomado cartas en el asunto para facilitar el acceso y ha hecho más transitable el recorrido, despojándolo de diversos obstáculos que antes incomodaban la marcha. En dos palabras: un acierto. Ha puesto al alcance de los caminantes un trayecto delicioso y solitario.
Iniciamos la marcha y, de inmediato, el espectáculo de la naturaleza nos obliga a detenernos. La ladera del monte aparece revestida por la flor de la jara. Si nos fijamos, la flor cuenta con cinco hojas, en unos casos completamente blancas y más frecuentemente con una impregnación marrón en cada una. Seguimos avanzando y un centenar de metros más adelante encontramos la derruida estación ferroviaria de Fuencaliente-Escorial, alejada de la población la sorprendente distancia de 19 kms. A partir de entonces el trazado de la antigua vía ferroviaria es una alternancia de trincheras y plataformas elevadas para salvar los frecuentes desniveles del terreno montaraz. Hay trincheras excavadas a una profundidad de cinco o seis metros pero resultan más espectaculares las plataformas elevadas sobre desniveles de quince o veinte metros de pronunciadas pendientes. Causa admiración el esfuerzo que debió de suponer a los trabajadores allanar el itinerario de los trenes, labores que en buena medida era obligado ejecutar de forma manual y que a buen seguro provocaría no pocos accidentes.
Si el recorrido se efectúa en silencio nos acompañarán los sonidos de la naturaleza: los trinos de aves no siempre visibles, camufladas en el espesor de los bosques; las ráfagas de viento que anuncian su llegada por el espacio; los ruidos entre los matojos de las márgenes del camino que hacen suponer el movimiento nervioso de algún lagarto o lagartija. Cuando hice el trayecto el sábado último, una pareja de buitres surcaba el cielo describiendo círculos. En un momento determinado uno de ellos descendió hasta una altura desacostumbrada sobrevolando mi cabeza. Puede parecer increíble pero escuché nítidamente el zumbido de su pausado aleteo y me invadió una emoción infantil. El silencio también se mostrará propicio para permitir la visión de algún animal como el conejo que atravesó el camino en veloz carrera o el ciervo que entreví en la maleza avisado por sus movimientos entre las ramas.
Desde el puente sobre el río Montoro se divisa el túnel de El Horcajo. Constituye una experiencia singular atravesar a pie sus 1055 metros de longitud, especialmente si caminamos a oscuras con la única referencia del punto de luz de la salida del túnel. Se escucha el goteo de las filtraciones del agua y se siente la humedad del recinto mientras una notoria inquietud se apodera de nuestro ánimo por el ambiente opresivo. La luz solar se recibe con alivio al dejarlo atrás. Ante la vista se presenta el antiguo poblado minero de El Horcajo, ubicado sobre un pronunciado desnivel. Sirve de carta de presentación un castillete de mampostería que desafía a pie firme los embates del tiempo. Avanzamos entre las escasas viviendas de su única calle contemplando en derredor las ruinas de lo que fue pujante población, con su monumental iglesia.
Finalmente alcanzamos el descansadero de la ruta de don Quijote, adecuado para recobrar el aliento en uno de sus bancos. Desde allí podemos admirar la llamada “casa de la luz”, dos torres circulares de aspecto medieval que proporcionaban energía eléctrica merced a la corriente del arroyo de la Basilisa. Hay que aprovechar la ocasión para ver, siquiera a distancia porque una alambrada impide el acceso, el viaducto ferroviario, imponente obra de arquitectura civil que se eleva a una altitud de una decena de metros sobre un arroyo y tiene la particularidad de su trazado curvo.
Volvemos sobre nuestros pasos y después de cruzar de nuevo el túnel, emprendemos el retorno por el trazado de la vía ferroviaria que en ligera cuesta ascendente nos permitirá transitar otra vez el paisaje agreste para disfrute de nuestros sentidos.