Por Antonio Carmona
La belleza no admite intencionalidad. La estética impostada deja siempre regusto a literatura con pretensiones, a cara que no dice nada, a poema adulterado… El paisaje, sin embargo, te atrapa justo en su debido momento. Suele ser puntual todo aquello que marca los tiempos: las nubes tintadas de arrebol, el reloj de arena del río, la fachada blanca, la cal tendida al sol.
La belleza del paisaje no se nutre de sí misma, sino de un equilibrio frágil e inestable que no viste hábito concertado, ni maneja estilo explícito. Nunca hace tentativas, sus transgresiones a la armonía y la proporción la revelan aún más bella. Mora exteriores e interiores o se reivindica nómada pertinaz, pero en cualquier caso nunca se reconoce hija de ningún lugar.