Por Antonio Carmona Márquez
Durante siete minutos y medio se convocan en un solo tema una suerte de asombrosos registros musicales. Corrían los años setenta cuando obras maestras como la que aquí os traigo, sorprendían a propios y extraños. Nada más sonar las primeras notas al piano de Tony Banks, acompañado por Mike Rutherford y Steve Hackett, junto a la inconfundible voz de Phil Collins, te parece estar pisando la tierra firme de una armonía bien equilibrada y estable. Pero, ¡qué va! Apenas pasan algo más de dos minutos, la música evoluciona por nuevos derroteros que demandan tu atención, desvanecen el suelo bajo tus pies y dan un golpe de timón (A trick of the tail), tal como lo haría un buen guion cinematográfico. Aquí no queda margen para la pasividad receptiva, ni para ritmos monocordes.
Eran otros tiempos. No nos importaba dejarlo todo y “pararnos a escuchar” un tema. Digerirlo. Melodías siempre en continuo movimiento con regusto a “música clásica”. Cuantos más caminos diferentes se experimentan en el mundo del arte, más encrucijadas salen a tu encuentro y este grupo, Genesis, no es que resolviera la orientación a seguir con elegancia, sino que hacía de la encrucijada su hábitat natural, un territorio de nuevas e inspiradoras sensaciones.
Eran otros tiempos en los que se arriesgaba mucho más. No diré que no se tuviera en cuenta el mercado, pero por encima de todo estaba “eso” que llevabas dentro y te veías abocado a expresar. Música y letra poética que van más allá del tiempo, de las modas y las etiquetas. Es el desapacible viaje, la ensoñación de un lunático: Mad Man Moon by Genesis.