Puertollano – Estación de Atocha – Puertollano

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Son las 05:26 del Martes, 3 de Diciembre del 2024.
Puertollano – Estación de Atocha – Puertollano

 

No sabría deciros si estoy dispuesto a admitir que una estación sin cafetería es una estación de trenes con todas las de la ley. Al menos, las llegadas y salidas de los trenes suelen ser puntuales y a la altura del Minero de Puertollano ya estás recibiendo información e instrucciones por megafonía en español e inglés. “RENFE les da la bienvenida a bordo de este tren con destino: Madrid-Puerta de Atocha-Almudena Grandes (…) Por favor, baje el volumen de su móvil, que sólo debería ser usado en los espacios entre los vagones. La tripulación está a su disposición y en nombre de RENFE les desea un feliz viaje.”

A veces resulta complicado escuchar el mensaje porque ya hay alguien detrás, delante, al lado tuyo, a primera hora, por la mañana, con una voz aún tempranera, carrasposa… Un viajero dando instrucciones con el móvil a otro alguien: “Tú abre la pantalla izquierda y amplía el esquema. Sí, sí, sí… ¡No! En la pantalla derecha vas apuntando las incidencias.”… “¿Se ha tomado el biberón entero?”… “No, si al final acabaremos todos siendo víctimas de lo que hacemos.” Ésta última frase parece interesante. ¡Qué lástima no poder escuchar lo que dice la otra parte. La verdad es que durante el viaje no se escucha nada más que estas locuciones sin réplica, ideas inacabadas. Nadie habla con nadie. Se acabó el rítmico tatlá-tatlán que antaño se ajustaba perfectamente a los compases de esa canción de rock sinfónico interpretada en tu cabeza sin necesidad de auriculares. Lees y lees y te cansas de leer y descansas la vista en el paisaje. Levantas la mirada y ves el río Jabalón, ves el Guadiana, ves el Tajo. ¿Coincidencia? Coincidencia... No lo sé.

Megafonía: “Próxima estación: Madrid-Puerta de Atocha-Almudena Grandes. Final de viaje. (…). Por favor, permanezcan en sus asientos hasta que el tren pare por completo y no olviden sus objetos personales (…) Gracia por su colaboración.” La recomendación consigue, no obstante, que los viajeros comiencen a desperezarse y que más de uno tome posiciones para salir a escape. En Madrid se camina más rápido que en otros lugares. La comunidad incomunicada que conforma el convoy de alta velocidad se disuelve de inmediato en el tumulto. Miles de voces con diferentes tonos, acentos, idiomas. Miles de caras con diferentes rasgos, gestos de preocupación, alegría, pesadumbre. Cada uno va a lo suyo.

La Estación de Atocha ya sería motivo más que suficiente para visitar Madrid. Un museo vivo integrado por humanos convalecientes de su propia vida, que pululan bajo una gran nave como si supieran a dónde van. Muchos de los viajeros no podrían imaginar la Atocha de antes, en la que los andenes y los trenes llegaban hasta lo que a día de hoy es un jardín exótico, con vagones llenos de soldados de permiso y olor rancio a sudor, tabaco negro, embutido y queso manchego. La Atocha de ahora está tomada por los andamios y las obras de restauración. Es un vericueto de vallas y andamios, un galimatías. Quizá deberían dejarlo así como símbolo de nuestro tiempo.

De vuelta a casa, a Puertollano (Puertollano es casa), más megafonía, más incomunicación. Es el reverso del paisaje anterior sin posibilidad de retorno en el tiempo. Entonces se aproxima el cerro de Santa Ana, unas veces de color hierba verde, otras, de pasto estival, si es que no está de luto incendiario. Puertollano ya está aquí. Creo que no he olvidado ningún objeto personal. Puertollano y su estación de tren sin cafetería.

Antonio Carmona