Cuestión de principios

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Son las 12:08 del Martes, 16 de Abril del 2024.
Cuestión de principios

En todas las sociedades los usos, las costumbres, las modas y las tendencias van y vienen en imparable sucesión. Más aun en la sociedad actual, donde todo cambia a la velocidad del rayo. Lo que hasta ayer era evidente mañana será un debate superado por el devenir de los acontecimientos, por el paso implacable del tiempo. Un tiempo que, como decían los clásicos, todo lo muda porque a nada ni a nadie respeta. Esta transformación constante, esta sustitución de lo obsoleto por lo actual, de lo viejo por lo nuevo, también se manifiesta en la política y en la economía. Claro está que el poder económico y el poder político caminan siempre cerca el uno del otro, ya sea para rivalizar, ya sea para vigilarse mutuamente y, las más de las veces, como buenos socios o, pura y simplemente, como amigos de conveniencia.

Por ejemplo, hasta hace unos años (pongamos que hasta finales de la década anterior) eran numerosos los ideólogos, precursores y practicantes del ultraliberalismo económico que defendían a los cuatro vientos las bondades de este sistema, teoría, dogma, entelequia, paradigma, aspiración o llámenlo como ustedes prefieran. Los mercados financieros (se nos decía) son capaces de autorregularse, de funcionar óptimamente sin necesidad de cortapisa o reglamentación proveniente del poder político y, por extensión,  de cualquier otro poder de los existentes en las sociedades y estados. Para rematar la benignidad inherente a los mercados financieros, la predisposición de los mismos a obrar en pos del progreso del conjunto de la sociedad y de su crecimiento económico traducido en bienestar general, el ultraliberalismo calificaba de “intromisiones” e “injerencias” cualquier intento de los poderes públicos por organizar y vigilar dichos mercados. Y como bastantes de estos ideólogos, precursores y practicantes del ultraliberalismo económico postulaban su ideario con solvencia y aplomo, manejando el discurso con esa elegancia acendrada característica de los individuos de impecable costura y procedencia, era fácil sucumbir ante su aureola de fina dialéctica, soberbia apostura y férreas certezas. Vamos: que, para muchos, cuanto decían iba a misa.

En la actualidad, después de suceder cuanto está ocurriendo durante los años de la despiadada crisis económica, aquellos alegatos en favor del ultraliberalismo económico son menos visibles y quienes los portaron parecen haber silenciado un tanto sus ideas, o se han retirado de la primera línea mediática, o aguardan en sus cuarteles de invierno a la espera de circunstancias más propicias. Pero cuando alguien habla de las bondades consustanciales a este o aquel dogma ideológico, político o económico, uno recuerda al viejo agricultor que dependía para su sustento de lo que le proporcionaban sus plantíos y su huerta. Éste hombre de campo, sensato y realista, siempre afirmaba con la serenidad y sobria sabiduría característica de las personas apegadas a la tierra que pocas plantas de cuantas cultivó a lo largo de su vida no necesitaron ser guiadas para crecer bien y dar los frutos de ellas esperados.

Los mercados financieros, en fin, son parte integrante e imprescindible de la economía de mercado en la que vivimos, de esta nuestra sociedad capitalista. Y no se trata de resucitar utopías fracasadas ni modelos inviables, pero pretender que los estados y los gobiernos, que el conjunto de la sociedad, deje a la economía y a sus mercados funcionar a su libre albedrío, campando a sus anchas sin control ni supervisión, confiados a la benignidad inherente de los mismos, es descabellado. Todos recordaremos que cuando la crisis económica abrió el gaznate con la intención de zamparnos comenzó siendo una crisis financiera, enseguida creció, se propagó como una metástasis y sacudió al mundo entero hasta no dejar títere con cabeza. Y estaría bien preguntarse qué hubiera sucedido si las hipotecas basura, los productos financieros tóxicos y toda la retahíla de componendas que despedazaron las economías y las sociedades mundiales hubiesen quedado guardadas bajo siete llaves dentro del cofre de las ideas bárbaras y los proyectos inviables de los defensores del ultraliberalimo económico. O, como mucho, sólo hubiesen visto la luz en las tarjetas del Monopoly. Tanto nos hubiésemos ahorrado.

Hoy día, mientras unos hablan de recuperación económica, otras voces vaticinan una nueva recesión económica mundial para dentro de poco tiempo, tan pronto como para el próximo año. A quienes contemplamos los acontecimientos como espectadores forzosos y, las más de las veces, como meros peones sobre el tablero de ajedrez, el devenir de los tiempos nos hace preguntarnos sobre la verdad encerrada tras los discursos. Las tendencias económicas, las circunstancias políticas, van y vienen. También cambian los protagonistas, las caras reconocibles asociadas a esta o aquella doctrina. Con frecuencia resulta difícil discernir lo viejo de lo nuevo, lo obsoleto de lo actual, las previsiones de las informaciones, los hechos de los deseos. Quizá el fondo del asunto resida en cuestiones tan volátiles como un estado de ánimo, una percepción o una sencilla inspiración. También en la confianza, un concepto del cual se habla mucho en estos órdenes de la política y la economía. Y, en caso de duda, siempre se puede acudir a los principios para dilucidar el enredo, pues esto da bastante tranquilidad. ¿Quién no se fiaría de unos buenos principios? Porque, a fin de cuentas, el ultraliberalismo económico no se llegó a poner en práctica hasta sus últimas consecuencias. ¿No?

Juan Felipe Molina Fernández

Fotografía: Guillermo Molina Fuentes https://www.flickr.com/photos/guillefuentes/

Juan Felipe Molina Fernández
Foto: Guiller Molina