Migrantes

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Son las 08:44 del Sábado, 20 de Abril del 2024.
Migrantes

Sobre el año 1500 antes de Cristo grupos de arios originarios del Asia central atravesaron las frías llanuras de Persia, recorrieron las desoladas estepas de la Bactriana al norte del actual Afganistán y cruzaron el Hindukush, la imponente estribación de la cordillera del Himalaya que cierra hoy día Pakistán por el oeste. Probablemente atravesaron este macizo montañoso de cumbres superiores a los cinco mil metros por el paso de Jáiber, un peligroso desfiladero en cuyo medio centenar de kilómetros se alcanzan los mil seiscientos metros de altitud y cuyo punto más angosto apenas tiene dieciséis metros de anchura. De la dureza del paso Jáiber queda constancia en los más de treinta túneles y noventa puentes construidos por los británicos para tender la línea de ferrocarril que lo recorre desde 1925.

Las calamidades soportadas por aquellos grupos de arios trashumantes en el transcurso de su largo e incierto viaje se verían recompensadas cuando, a la conclusión del mismo, pudieron contemplar las fértiles tierras del valle del Indo, un río merced a cuyas crecidas anuales el paisaje quedaba sembrado de plantas tropicales y suculentos frutos. Fue en ese paraíso terrenal donde aquellos hombres y mujeres llegados de tierras menos amables engendraron una floreciente, vasta y riquísima cultura que creció y se expandió y cuyo legado llega hasta nuestros días (a veces prácticamente intacto) en las múltiples tradiciones y manifestaciones artísticas, literarias, sociales, religiosas, filosóficas y espirituales presentes en la India actual.

Los arios nómadas que se establecieron en el subcontinente indio probablemente llegaron hasta allí en busca de mejores pastos para el ganado, en pos de una tierra de promisión o simplemente expulsados de su país natal por la guerra. Quizá una guerra fratricida (¿qué guerra no lo es, a fin de cuentas?) desencadenada por motivos religiosos, por luchas de poder o por disputas territoriales que, como todas las guerras, condenaría a los perdedores supervivientes a la reclusión o al ostracismo. Para entonces, hace más de tres mil quinientos años, la lengua de aquel pueblo errante había dejado de ser el indoiranio (un idioma indoeuropeo) y se había convertido en el sánscrito, el bello instrumento de comunicación y creación cuya semilla resuena en tantas lenguas del mundo.

Dado que los sentimientos humanos son universales y éstos, como las lenguas, se entrecruzan, se mezclan y emparentan, así también existen palabras asequibles desde cualquier latitud y condición: uno puede decir “mamá” en la Polinesia o en Vietnam y es seguro que le entenderán. Otras palabras vienen cargadas de resonancias capaces de superar cualquier barrera, ya sea idiomática o cultural. Es el caso deangst, la palabra inglesa, alemana, danesa, noruega y holandesa empleada para referirse al miedo, la ansiedad o la agitación interna. Su equivalente latino es “angustia” y sólo con pronunciarla ya nos azora. La palabra angst existe desde el siglo VIII, procede de la raíz indoeuropea anghu (contención) y está emparentada con la también latina angor (asfixia, obstrucción), equivalente al griego "άγχος" (ankhos): estrés. Dice el diccionario de la Real Academia Española que estrés es la tensión provocada por situaciones agobiantes. Agobiante: he aquí otra palabra con poder suficiente para dejar sin aliento al pronunciarla.

Las lenguas, las palabras y los sentimientos en ellas cobijados pueden trascender cualquier obstáculo en el vasto océano de la historia de la humanidad, viajar por múltiples paisajes, remontar el devenir de los tiempos y depositarse allí donde quede un pedazo libre de tierra donde establecerse. A lo largo de los milenios transcurridos desde el instante mismo de la aparición de la especie humana, gentes de toda raza y cualidad se vieron forzadas a abandonar su tierra madre, a ponerse en marcha y caminar hacia lo desconocido empujadas por una desconcertante variedad de sucesos, ya fuesen naturales o directamente inducidos por la mano del hombre. Aunque no digan nada, o no se les entienda, o se rehúse comprenderlos, uno contempla hoy en día los rostros de estos migrantes contemporáneos a quienes hemos dado en llamar refugiados y siente en ellos la angustia, el agobio y la desesperación que viajan siempre con el equipaje de los desterrados y los exiliados. Sólo con mirarles a los ojos cualquiera debería saber, debería recordar, que no existe en el mundo distancia insalvable, mar indómito ni paso escabroso capaz de disuadir a un padre o una madre cuyo único anhelo sea poner a sus hijos a salvo de la devastación causada por la guerra y la miseria. Aunque en el intento la vida penda de un hilo.

 

Juan Felipe Molina Fernández

Fotografía: Guillermo Molina Fuentes https://www.flickr.com/photos/guillefuentes/

Juan Felipe Molina Fernández