Pobres

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Son las 16:08 del Viernes, 29 de Marzo del 2024.
Pobres

   Nos habíamos acostumbrado a contemplar la pobreza desde un pedestal en la distancia. Plácidamente instalados en la comodidad de nuestros hogares veíamos las imágenes de seres humanos desnutridos en países olvidados que nos servían los telediarios y al cambiar de canal nos decíamos que aquello era demasiado lejano para conmovernos y dábamos otro bocado al filete. En el primer mundo los vagabundos que tiraban de sus carros por las calles de las grandes urbes estadounidenses, rebuscaban en los contenedores o se calentaban las manos en hogueras fabricadas en el interior de bidones de petróleo nos parecían personajes sacados de una novela de Dickens que daban bien en las películas como figurantes del gran sueño americano, una estampa más en el decorado del gigante con los pies de barro. Sin necesidad de ir tan lejos, aquí nos topábamos con los mendigos a la puertas de las iglesias, los bancos y los supermercados, alguna vez les lanzábamos una limosna como alivio de la mala conciencia, pero su presencia era silenciosa, prudente, inadvertida, casi había que buscarlos, como cuando al pasar ante ellos bajo los puentes de las autovías o en los subterráneos de las capitales desviábamos la mirada, cerrábamos los seguros y pisábamos el acelerador. Evitábamos los barrios y las calles donde moraban los excluidos, porque los habíamos arrinconado en guetos mal iluminados como quien esconde los trastos viejos de la casa antes de una visita ilustre. Todos estos pobres eran para nosotros individuos sin nombre, desconocidos desprovistos de existencia real, meras imágenes y estadísticas, piezas retiradas de la gran cadena de montaje de la civilización moderna que habían sido apartadas del sistema, descatalogadas y arrojadas al cubo de los deshechos como paso previo a su desaparición tácita.

   Estábamos tan ocupados en llegar a fin de mes, en mantener nuestro nivel de vida anterior a la crisis, en conservar el trabajo, en creernos de verdad privilegiados por tener un sueldo y un techo, que habíamos anestesiado una parte de nuestro campo visual para quedar inmunes frente a la avalancha del desánimo. Y de repente un día la vida descorre el telón para que veas lo que hay al otro lado y te das cuenta de que los pobres son individuos reales, seres con existencia corpórea y presencia física. El pobre hoy es tu vecino que perdió su trabajo hace años, está al borde del desahucio, malvive gracias a la caridad y deambula hacia el vacío de una vida laboral plagada de espacios en blanco. El pobre hoy es aquel amigo de la infancia que tenía un buen empleo, no logró esquivar los zarpazos de la crisis y ahora zurce su último par de calcetines. Los pobres hoy son la pareja joven que antes limpiaba los portales de tu calle, con un niño pequeño que ella pasa de un pecho seco al otro para darle al menos el consuelo de su calor maternal. Los pobres hoy son los compañeros de pupitre de tu hijo a quienes habéis comprado el material escolar haciendo una colecta entre las familias que aún conserváis los ahorros. A los pobres de hoy te los encuentras haciendo cola ante las puertas de las iglesias, de las organizaciones humanitarias, de los comedores sociales, esperando la leche y el pan, los pañales, una palabra de consuelo, y reconoces los rostros de muchos de ellos, eres capaz de ponerles nombre y apellidos, recuerdas sus historias, te preguntas cómo es posible, sigues caminando pero con un paso más lento, más pesado. El pobre de hoy se sienta frente a ti en el autobús y hueles su desesperación, ves sus lágrimas retenidas, sientes el frío de la impotencia, el vacio de la desesperanza. Los pobres de hoy cierran los puños para agarrarse a la amarga ironía de un pasado mejor, cuando no eran pobres y la ropa deslucida que ahora visten era nueva y lustrosa, había gasolina para llenar el depósito, en la nevera no sobraba espacio y los recibos se podían pagar. Los pobres de hoy no nacieron todos pobres, no estuvieron siempre ausentes de la gran fiesta del progreso, tienen marcada en el calendario la fecha de inicio del desastre, aprietan los labios como un atleta antes de la carrera para retener el coraje, que no acaben de arrebatarles su dignidad, el último aval que les queda en su haber.

   Y tú te preguntas si nuestra acomodada sociedad tendrá estómago para digerir la visión de los pobres de hoy, tal como ha venido haciendo con las imágenes de los africanos famélicos de vientres abultados mostradas por los telediarios, sin que se nos atragante el filete. 

Juan Felipe Molina Fernández