Vidas excesivas II: aberración

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Son las 18:23 del Jueves, 28 de Marzo del 2024.
Vidas excesivas II: aberración

 

“¿Por qué debería quererte? ¿Por qué debería amarte? ¿Acaso eres especial? ¿Alguien digno de mis desvelos? Escúchame bien: sin mí no serías nada. Sin mí no existirías. Sin mí el mundo no te conocería. Yo te he dado la vida: confórmate con eso.

Tampoco a mí me pidieron consentimiento para traerme. Quizá yo hubiera preferido quedarme en la pura y elemental inexistencia. Quizá me hubiese bastado con ser una mera posibilidad indeterminada entre el infinito de secuencias prediseñadas que nunca llegan a hacerse realidad. Pero no: tuvieron que concebirme y acabar con mi apacible no-existencia. Se empeñaron (¡insensatos!) en dar corporeidad a su sueño de ser padres. Y lo hicieron únicamente para satisfacer su vanidad, su deseo, su egoísmo, sus ganas de perpetuarse y dejar huella a través de otro. Como si el universo entero estuviera aguardando semejante ocurrencia. Como si la rueda de la creación fuera a detenerse salvo que ellos dos se aferrasen a un mero acto instintivo. Un instante de placer, ¿y después?: una criatura más en el mundo. Sólo eso.

Contigo sucedió lo mismo. A fin de cuentas, actuamos tal como lo hicieron con nosotros, tal como vimos hacerlo antes. ¡Es tan fácil seguir el camino marcado! Así de limitada e incongruente es nuestra iniciativa. ¿Que existen personas capaces de transcender las barreras? ¿Individuos con voluntad para evolucionar desde la animalidad desnuda? Para mí todo es mucho más simple: comer, dormir, beber, dormir, divertirme, dormir, fornicar, dormir, sobrevivir, dormir. ¿Acaso hay algo más?

¿A qué vienen tus quejas? ¿Y tu llanto? Nada de esto tiene sentido. ¿Por qué debería quererte? ¿Te crees alguien especial? ¿Alguien digno de mi amor sólo porque eres mi hijo? Yo tampoco encontré el amor. No sé si lo busqué pero nunca lo hallé. Y ya tengo bastante con arrastrar mi propia cruz, así que deja de molestarme.

Admito que no supe cuidar de ti. Ni supe quererte. Nadie me enseñó a quererte. La naturaleza no me obliga a quererte. Mira entre los animales: esas crías abandonadas a su suerte, devoradas por sus progenitores, o por las parejas de sus progenitores, tanto da. ¿Se detiene el mundo cuando estos cachorros desaparecen? ¿Llorará alguien su muerte? ¿Dejarán sus padres de seguir viviendo, de seguir gozando, de seguir hiriendo, de seguir matando? Mal harás en confiarte a la compasión de los demás, a su amor, a la solidaridad, a la fraternidad, al humanitarismo, a la benignidad, al compañerismo… ¡Bla, bla, bla! ¡Qué palabras tan inútiles y tediosas! Sólo sirven para llenarse la boca de buenas intenciones. Pero no dan de comer. Ni entretienen. ¡Espabila y sé fuerte! ¡Fíjate en mí!

Lo sé: puede que tu castigo sea excesivo. Que el peso de la condena vaya siempre contigo como una carga que te atormentará todos y cada uno de los días de tu vida aunque tú seas incapaz de averiguar el origen de la inmensa pena, de tu desarraigo, de tu inseguridad, de tu abatimiento. ¡Bah! No serás el primero ni el último. Y pongo la mano en el fuego a que tú también lo harás. Sí: encontrarás tu par y entonces querrás satisfacer tu vanidad, acrecentarás tu egoísmo, no renunciarás a tus ganas de perpetuarte, cumplirás tu afán por dejar huella en la creación, tu necesidad de sentirte único. Y entonces consumarás tu deseo de placer. Darás vida a una nueva vida y de este modo completarás el rompecabezas. Una criatura más en el mundo, sólo eso. No olvides dejar un hueco para la pieza siguiente, porque llegará. Siempre llega. ¡Estúpido!

Te digo estas palabras desde lo más hondo de mi inconsciencia. Ninguna de ellas saldrá de mis labios, menos aún de mi mente. Yo no las he pronunciado ni lo haré jamás porque no puedo asumirlas, no debo asumirlas, no sabría asumirlas. Toda mi vida se yergue sobre el tremendo engaño de la ignorancia y el egoísmo, de lo ilusorio y la superficialidad, del materialismo y la desafección, de la dejadez y la renuncia. Sí: también sobre la iniquidad. Pero esta es mi vida y así la voy viviendo. Entre los rescoldos de mi conciencia, ¿encontraré las semillas calcinadas del amor incondicional que debí profesarte? ¿Quedará para mí alguna esperanza de redención tras haber convertido tu infancia en un vivero marchito?

 

Si yo comprendiese, si aceptara como una maldad cuanto de malo he hecho contigo, si contemplará el rostro de mi crueldad cara a cara en un espejo, si me reconociera incapaz de enmendar el tiempo malgastado, entonces… ¡No podría soportarlo, no podría soportarme, mi vida se descompondría, yo me derrumbaría, perdería la razón y moriría! Moriría más de lo que ya he muerto, aunque yo aún no lo sepa.”

Juan Felipe Molina Fernández

Fotografía: Guillermo Molina Fuentes https://www.flickr.com/photos/guillefuentes/

Juan Felipe Molina Fernández