Campo de aviación en Granátula

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Son las 19:12 del Miércoles, 24 de Abril del 2024.
Campo de aviación en Granátula

 

“¡Buenos días! ¿Qué…, dando un paseíto?” Con guardas rurales como este, da gusto darse un garbeo por el Campo de Calatrava. A dos kilómetros de Granátula hay una vía pecuaria que recorre de sur a norte un paisaje de viñas, olivos y almendros. Hoy vamos de norte a sur, que lo mismo da, porque el sentido de la marcha no altera el producto: olor a tierra mojada e hinojo fresco que inunda el ambiente matinal. “¿No sabrá usted por dónde se encuentra un aeródromo militar de cuando la Guerra Civil? Me han dicho que es por aquí.” El guarda describe los detalles precisos para llegar al enclave. Todo recto hasta un cruce con el camino que conduce a Moral. “Seguid por ese camino. Luego veréis un olivar, luego un viñedo, luego almendros chiquititos. Espera, ¡NO!” Se vuelve a su todoterreno para coger el móvil y vuelve con gesto frustrado. “Me he dejado el móvil. ¡Da igual! Es por dónde os he dicho. Veréis unas paredes que aún quedan de las casas. No se han hundido solas. Las ha hundido la gente. Decían que estorbaban allí. Ya ves, a quién le va a estorbar eso…”

De camino al cruce hay algún que otro vertedero de escombros y muebles viejos. No parecen recientes. La naturaleza acaba diluyendo, se podría decir que incluso dignificando la huella infame que los humanos vamos dejando a nuestro paso. Lo único que necesita es tiempo, precisamente algo que la naturaleza tiene a espuertas. En el cruce, unos indicadores de madera no indican nada de nada. Hace ya años que se borraron las letras sobre su superficie, pero sabemos que Moral está a la izquierda, justo en dirección hacia donde giran esos molinos mastodónticos que han cambiado el “skyline” (perdón por el anglicismo) de nuestro horizonte. Efectivamente hay olivos, vides, almendros, quién sabe si pistacheros en vez de almendros, por ser más rentables, según afirman los que entienden de esto. Para llegar a las ruinas no queda más remedio que abandonar el camino y atravesar un campo arado, donde se hunden un poco los pies debido a las lluvias de la noche anterior.

Apenas quedan unos cuantos muros del polvorín y las casas de los pilotos colindantes al campo de aviación. Ni rastro de los tejados. Muy cerca de estas ruinas se halla la entrada a uno de los refugios antiaéreos. La construcción es sólida, abovedada en piedra caliza, excavada hacia las entrañas de la tierra en una larga pendiente que se hace cada vez más lóbrega. Unos 30 metros más abajo, el túnel se bifurca hacia la izquierda para conformar una habitación de humildes dimensiones, donde poder resguardarse de los posibles bombardeos. Un conejo salta y corre despavorido en la oscuridad de la galería ante la inesperada visita.

Toda esta infraestructura se construyó para servir a los ideales de la República durante la Guerra Civil Española. En realidad, eso ya poco importa. Un ideal es capaz de construir campos de aviación, excavar túneles y levantar casas en medio de ningún sitio. Por un ideal somos capaces de llevar a cabo el más increíble de los propósitos. Luego el inexorable paso del tiempo y los propios moradores de esta tierra se encargan de borrar sus vestigios. El campo de aterrizaje está hoy sembrado de olivos y almendros. Mejor olivos, viñas y almendros que aeródromos militares. Quizás deberíamos quedarnos con eso.

Antonio Carmona