Reflexiones pandémicas III: Aprobado general

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Son las 21:36 del Martes, 16 de Abril del 2024.
Reflexiones pandémicas III: Aprobado general

Dicen que la calle es la universidad de la vida y parece que el confinamiento pandémico que estamos sufriendo nos quiere dar la razón.

El gobierno de España y en general el de una buena parte de las autonomías del Estado han acordado que todos los alumnos pasen de curso, salvo en casos muy excepcionales. En esta medida, como en tantas otras, no han faltado las opiniones ácidas e interesadas de los “amigos de la bronca”, esos que abundan en nuestra clase política y que dicen tener mucho que decir pero muy pocas cosas que aportar. Como si eso de suspender las clases por una causa, la mayoría de las veces justa, fuese una novedad. En la transición democrática, institutos y facultades, paraban frecuentemente. Yo, que siempre fui un alumno medio que no mediocre, me quedé sin la última evaluación del COU por la huelga de profesores no numerarios y no por ello dejé de terminar mis estudios. Suspendí muchas veces y creo que a pesar de todo, soy un buen profesional. Este hecho no me creó ningún estigma ya que la mayoría de las lecciones que aprendí y también las que a veces enseñé se realizaron fuera de las aulas. Viví en una sociedad comprometida con su destino: en el barrio, con el escultismo, en la familia y sobre todo con la convicción que nos formábamos no solo para el desarrollo personal sino también para un bien común.

La educación es uno de los pilares básicos de la socialización de los individuos. No lo es menos la familia y el contexto social y político en el que se desarrollan.

En los últimos años hemos visto que el sistema educativo ha fomentado valores egoístas y cainitas utilizando la competencia como método y la ética del mérito como religión. La uniformidad del ser y el devenir de cada quien desde la perspectiva de las leyes del mercado. Se busca la excelencia en la consecución de resultados objetivables que nos enfrentan unos a otros y  nos orientan en una misma dirección y no en el incentivo de valores compartidos y el pensamiento crítico.

La sociedad española, enfrentada a un confinamiento pandémico forzado, inesperado e inoportuno ha desarrollado entre sus ciudadanos valores de confianza, solidaridad y resiliencia aunque se hayan perdido notables cotas de libertad. Nunca tanto como antes las familias estuvieron reunidas, los jóvenes tuvieron la impresión de pertenecer a un mundo globalizado en el que también se comparten las desgracias.  Por ello, en la gestión de la pandemia del Covid19 la sociedad española y por ende sus estudiantes merecen un aprobado general. Esta es una decisión que aplaudo con efusión por considerarla justa. Los sanitarios, por supuesto un sobresaliente y los políticos un suspenso sin paliativos. Dejemos, de todos modos, que puedan recuperar en septiembre porque aunque hayan cometido errores desde el principio de la pandemia necesitamos que acierten en la gestión del final. Con esta ciudadanía lo tienen fácil. Pero si, a pesar de todo, vuelven a las andadas las urnas deberán emitir su implacable veredicto.

Martin Luther King, preconizaba la consecución de la excelencia como objetivo irrenunciable en la vida de las personas, en especial los jóvenes. Y esto consiste en hacer las cosas lo mejor posible con la belleza, el amor y la justicia como valores eternos: “…si no puedes volar, corre. Si no puedes correr, anda. Si no puedes andar, arrástrate. Pero por todos los medios, avanza”. Este es el mensaje que creo que los estudiantes pueden guardar de esta dramática experiencia.

Nuestros estudiantes compensarán las materias no impartidas con un esfuerzo suplementario como siempre lo han hecho cuando en la vida han venido “mal dadas”. Pero lo más importante es que, con lo aprendido en este confinamiento, la vida les dará siempre una nueva oportunidad.

 

 

                                                           

 

                                                                                        Al periodista y profesor José Mari Calleja

 

Ilustración: Miguel López Alcobendas 

Texto: Miguel Marset

Miguel Marset