Harmusch, una década buscando fauna sahariana

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Son las 08:14 del Jueves, 25 de Abril del 2024.
Harmusch, una década buscando fauna sahariana

 

Es difícil precisar en qué momento un grupo de amigos se convierte en un equipo de investigación. Los orígenes de Harmusch son así de difusos. Sabemos con certeza, sin embargo, que fue en 2010 cuando formalmente, este afanado grupo de biólogos y naturalistas, se planteó una serie de objetivos muy concretos: buscar fauna al borde de la extinción, o que se creía desaparecida, en el Sahara Atlántico. En 2014 nos legalizamos al convertirnos en Asociación, un trámite más fácil y rápido de lo esperado, cuyo principal obstáculo fue aclarar el nombre elegido. Al funcionario de turno le explicamos que Harmusch es el nombre en hassaní (¿jasa qué? 'Un dialecto del idioma árabe-árabe magrebí hablado en la región desértica del suroeste del Magreb, entre el sur de Marruecos, suroeste de Argelia, Sáhara Occidental y Mauritania, y también en zonas de Malí, Níger y Senegal' respondimos pomposamente siguiendo al pie de la letra lo que dice la wikipedia) de la gacela de Cuvier (Gazella cuvieri), una de tantas especies vapuleadas por furtivos y demás fauna bípeda. Era nuestro pequeño homenaje a este bello ungulado y, también, un tributo a los hermosos paisajes saharianos.
 
Bajo este marco jurídico es posible desarrollar una serie de actividades que al final han resultado esenciales, como firmar convenios, participar en convocatorias de proyectos u obtener permisos para transitar por determinadas zonas. Esto nos ha permitido establecer marcos de colaboración con importantes instituciones científicas, como la Estación Experimental de Zonas Áridas (CSIC), el Instituto Científico de Rabat, el Centro de Investigação em Biodiversidade e Recursos Genéticos (CIBIO) de Portugal o la Estación Biológica de Doñana (CSIC). Además, hemos conseguido ayudas financieras clave para mejorar nuestros medios operativos y sufragar parte de los gastos, como la beca de la Fundación Zoo Barcelona.
 
Varios miembros del grupo, si no todos, habían visitado Marruecos y otras zonas áridas del planeta con motivo de distintas expediciones de trasfondo naturalista. Dar bandazos por las sierras y bosques ibéricos, con los prismáticos colgados del pescuezo y atentos a las huellas que cruzaban los caminos, era moneda común para gran parte de los miembros que forman la Asociación Harmusch. Poco a poco fue operando una especie de selección natural que unió nuestros destinos y el sur de Marruecos se convirtió en el objetivo de una serie de expediciones que consolidaron vínculos y canalizaron nuestro entusiasmo. La proximidad del Sahara y las andanzas de naturalistas como Valverde fueron las chispas que terminaron de encender la hoguera. Al recorrer aquellos espacios, ahora prácticamente vacíos, nos gustaba imaginar lo que habíamos leído en los textos del mítico naturalista: Rebaños de dorcas (Gazella dorcas) corriendo por los reg (llanuras pedregosas), chacales (Canis aureus) al acecho, gatos de las arenas (Felis margarita) imprimiendo sus huellas en las dunas o bandadas de avestruces (Struthio camelus) dando enormes zancadas en paralelo a los land rover.
 
Con el tiempo nos fuimos haciendo con el terreno, exploramos recovecos inimaginables y dimos con algunos de esos especímenes que están al borde de la extinción o incluso se consideraban desaparecidos de la región. Descubrir excrementos, huellas y seguirlos hasta dar con un par de gacelas de Cuvier produce una emoción indescriptible.
 
Fueron estos primeros avistamientos, seguidos de otros de fenecos (Vulpes zerda), zorro de Rüpell (Vulpes rueppellii) o el fascinante lagarto de cola espinosa (Uromastyx nigriventris), los que nos ayudaron a comprender que aún quedaban trocitos de aquel paraíso que fue el Sahara Atlántico y que inventariar la fauna existente y hacer todo lo posible para la conservación de la zona podía ser una tarea tan fascinante como necesaria. Al cabo de pocos años la información apuntada en nuestros cuadernos de campo era abundante y jugosa.
 
Entonces empezaron a tomar forma los primeros estudios, fundamentalmente concentrados en nuestra zona de estudio primordial, el cuadrante norte del Sahara Atlántico. Se trata de un territorio de unos 20.000 km2, comprendido entre el bajo Draa, los montes de Aydar y la región de Sequiat al Hamra. Ya no salíamos de manera más o menos aleatoria, sino con un plan trazado con meses de antelación que miraba al futuro. Las periódicas reuniones de Harmusch, siempre coronadas por una buena pitanza al albor de proyecciones fotográficas de expediciones anteriores, determinaban el rumbo de la Asociación y sus siguientes metas. Gracias a la multidisciplinariedad del grupo contábamos con gente para todo. Los amigos de los micromamíferos se encargaban de poner trampas que revisaban minuciosamente cada mañana, antes de desayunar junto a los rescoldos de la hoguera de la noche anterior.
 
Otros levantaban piedras sin descanso y se colaban en cada aljibe o pozo que se pusiese a tiro, en busca de reptiles y anfibios. Los pajareros anotaban todos y cada uno de los paseriformes, rapaces o anátidas que se cruzaban en nuestro camino. En ruta, varios pares de ojos escrudiñaban el paisaje en busca de siluetas, aves en los cables de la luz o animales atropellados. Es digno de recordar aquellos frenazos en medio de la nada para salir como locos del coche y volcarse sobre el cadáver aplastado de un lagarto de cola espinosa o un pequeño ratón.
 
La gendarmería marroquí no compartía nuestro entusiasmo por la amalgama sangrienta de tripas y escamas, y mucho menos por pasar de 100 a 0 km/h en un suspiro. Los especialistas en huellas eran como sioux capaces de revelarnos si por allí había pasado una gacela macho o hembra.
 
A veces, en el delirio que produce caminar bajo el sol tantas horas, bromeábamos acerca de si la profundidad de la pezuña en la arena podría decirnos algo sobre el tamaño de su cornamenta. Por la noche, los más fervientes amigos de los carnívoros salían a buscar vida nocturna. Mientras tanto una red de cámaras trampas, que se ha ido tupiendo con los años, iba registrando el movimiento faunístico del lugar. Gracias a ellas hemos podido sacar a la luz unos cuantos fantasmas, como el ratel (Mellivora capensis), la hiena rayada (Hyaena hyaena), o el gato de las arenas (Felis margarita) –es la distribución más septentrional documentada–, y aprender sobre sus hábitos.
 
A base de ir solapando expediciones, caminar kilómetros por el desierto, desplegar telescopios para barrer planicies, escudriñar cuevas y relieves, destrozar mil pares de botas caminando entre lascas, jugarse el pellejo cruzando terreno minado, pasar frío, calor y sed, hemos consolidado un exhaustivo conocimiento del territorio. Ello incluye aspectos geográficos, etnográficos, geológicos y culturales pero, sobre todo, zoológicos.
 
La principal conclusión, después de todos estos años de dar bandazos por el desierto, es su sorprendente biodiversidad. Esto vuelve a poner de manifiesto que los procesos de desertificación nada tienen que ver con los desiertos. El único punto en común entre estos ricos ecosistemas y los procesos de degradación es la baja productividad. En el caso de los desiertos está completamente relacionada con el paupérrimo balance hídrico, mientras que en la desertificación se desencadena por una mala gestión de los recursos naturales.
 
Nuestra zona de estudio, en concreto, es una de las que más carnívoros y ungulados silvestres albergan del noroeste de África. Hemos detectado doce especies de carnívoros (por fototrampeo y genética), incluyendo el caracal (Caracal caracal), y tenemos la fundada esperanza de ver un guepardo sahariano (Acinonyx jubatus hecki) descansando en un bosquete de acacias; no dejamos de buscar su rastro en cada árbol que vemos. Además estamos obteniendo valiosa información sobre distintos aspectos biológicos de alguna de estas especies. Por ejemplo, nuestro trabajo ha demostrado que los rateles, aparte de ser mayoritariamente nocturnos (aspecto que podemos estudiar gracias al foto-trampeo), se han especializado en el Sáhara Atlántico en la captura de los enormes lagartos de cola espinosa. Este reptil representa algo más del 70% de la dieta del ratel en el Sáhara Atlántico y, por otro lado, es un recurso que apenas comparte con los otros carnívoros con los que coexiste, como lobos dorados norteafricanos (Canis anthus), zorros rojos (Vulpes vulpes) o gatos monteses (Felis s. lybica). Se trata, en definitiva, de un interesante ejemplo de segregación de nicho trófico.
 
 
Especial atención hemos dedicado a los ungulados. Frente a las tres especies extinguidas –órix de cuernos de cimitarra (Ory dammah), addax (Addax nosomaculatus) y antílope Mohor (Nanger dama mohor)– hay otras tres que ofrecen la esperanza de recuperar el antiguo ecosistema. La especie más abundante en nuestros estudios es la Gacela de Cuvier, siempre asociada a la orografía más complicada. Hemos constatado su reproducción en el hiperárido y una presencia más que significativa en el límite meridional de su distribución. También hemos identificado las áreas óptimas para estas especies con modelos de distribución. El arruí (Ammotragus lervia) resiste acantonado en la zona más abrupta y cualquier intento por recolonizar terrenos más accesibles llama la atención de los cazadores furtivos. Por último, la situación de la gacela dorcas parece realmente al límite. Apenas la hemos conseguido ver después de tantos años dando bandazos por la zona y tampoco es muy habitual en el fototrampeo. La caza ha hecho que abandone las llanuras y busque refugio en la zona más montaraz, el hábitat más típico de la Cuvier.
 
Tras unos primeros años de trabajo de campo en exclusiva, hemos ido sacando a la luz estos descubrimientos en foros académicos y científicos, además de divulgarlos en otros muchos ámbitos. Hemos realizado diversas comunicaciones científicas en Congresos, como el de la SECEM (Sociedad Española para la Conservación y Estudio de los Mamíferos) o el Grupo de Interés Sahelo-Sahariano, y publicado dos trabajos en la revista Quercus (Tras los pasos de Valverde y los resultados de una campaña de fototrampeo). En el libro Expediciones zoológicas al Sahara Atlántico, quisimos mostrar el inventario faunístico realizado hasta la fecha, además de aderezar el texto con las vivencias del grupo por el desierto. Con el tiempo hemos podido publicar en revistas científicas de alto impacto, como Oryx o Scientific Reports. El enorme caudal de datos que vamos generando y procesando está dando forma a una tesis doctoral, además de aportar datos a otra y vislumbrar nuevas publicaciones.
 
Más allá de ampliar el conocimiento científico de este ecosistema y las especies que lo habitan, uno de los principales objetivos es consolidar figuras de protección para estas zonas. Los acuerdos firmados con universidades, como la Mohammed V o la Rey Juan Carlos, e instituciones como el Alto Comisionado de Aguas, Bosques y Lucha contra la Desertificación del Gobierno de Marruecos, nos han permitido avanzar en este sentido. Muchos de los proyectos que solicitamos, como el que nos concedió la Fundación Zoo de Barcelona, nos sirven para esgrimir argumentos a favor de esta iniciativa, mostrando la fauna que aún sobrevive en estos parajes y abriendo las puertas a un futuro que proteja la fauna en lugar de abatirla. También hemos podido ir afianzando lazos con asociaciones naturalista locales (como la Asociación Naturalista ATBHED, de Assa), cuyo interés e iniciativa en proteger sus recursos naturales hay que apoyar desde Europa.
 
 
Si una de las experiencias más cálidas y humanas que hemos tenido ha sido compartir té, tabaco y naranjas con la población local, toparse con furtivos en lugares tan aislados es desagradable y un tanto peligroso. Ser testigo de cómo matan por diversión a los escasos ejemplares que sobreviven en esos duros parajes da rabia y genera impotencia; además, uno se convierte en un testigo incómodo. La única posibilidad para revertir esta situación es proteger la zona y convertir la observación de esta fauna en una fuente de ingresos.
Probablemente, la razón que explica nuestro éxito –que es, ni más ni menos, seguir siendo una piña y tener la posibilidad de viajar por el desierto y dejarnos sorprender por lo que en esa ocasión nos quiera mostrar– es que no hemos dejado de ser colegas. La profesionalidad no está reñida con la amistad.
Tampoco esto es algo nuevo y de hecho hay un magnífico trabajo sobre ello de Fernando T. Maestre en el que se detallan 10 reglas fundamentales para mantener la cohesión de un grupo de investigación y mejorar sus resultados. Harmusch sigue siendo Harmusch porque hay buen rollo. No hay otra manera. El desierto pone a prueba a la gente, las situaciones son duras, muchas veces surgen problemas (¡no hay cobertura!), hay roces, desacuerdos y, si cada uno tirase por su lado, todo se iría a pique. Hay que mantenerse unidos pase lo que pase. Y si eres colega es más fácil. Han pasado diez años desde que comenzó nuestra andadura. En el desierto aguardan desde nuestra última incursión, allá por navidades, varias decenas de cámaras-trampa.
 
Estamos ansiosos por ver las miles de fotos que se han tomado durante estos once meses. La pandemia y el recrudecimiento del conflicto entre el Frente Polisario y Marruecos nos están poniendo las cosas difíciles. Procederemos como solemos hacer: paciencia y a esperar nuestra oportunidad. Así es como ha sobrevivido la fauna durante milenios en aquellos duros y hermosos parajes. Sigamos su ejemplo.
 
El caso de Harmusch no es el único, afortunadamente existen numerosas asociaciones cuya finalidad es la conservación y estudio de la fauna y flora en tierras secas. El trabajo de ANSE (Asociación de Naturalistas del Sureste) o SIECE (Sociedad Ibérica para el Estudio y Conservación de los Ecosistemas) son otros magníficos ejemplos, y hay muchos más (estaremos encantados de recibir vuestros favoritos en los comentarios).
 
ANSE tiene numerosos programas de seguimiento y conservación de especies emblemáticas, como la canastera común (Glareola pratincola) o la cerceta pardilla (Marmaronetta angustirostris), y lidera proyectos LIFE, financiados con fondos europeos, para la conservación de ecosistemas de ribera y humedales de gran valor ambiental. SIECE, por otro lado, participa en el emblemático proyecto LIFE "Olivares vivos", ofreciendo un camino de reencuentro entre las explotaciones de olivar económicamente rentables y la conservación de la biodiversidad y la fertilidad del suelo (podéis ver una charla al respecto aquí).
 
Aunque quizás una de sus aportaciones más importantes es la identificación y seguimiento en puntos negros relacionados con altas tasas de mortalidad de aves debido a tendidos eléctricos mal diseñados, o la eterna lucha entre la conservación de los fringílidos de nuestro país y su caza ilegal. Son sólo algunos ejemplos de la importancia de la actividad y el tesón de los naturalistas para la conservación de una fauna y flora única, y del enorme potencial de colaboración entre los científicos y estas asociaciones para gestionar mejor y de manera más eficiente unos parajes de enorme valor ambiental. Unos conocen perfectamente la taxonomía y hábitos de estas especies, los otros ofrecen una manera sistemática de muestrear dicha diversidad y el conocimiento para analizar y difundir esta información.
 
 

Fernando Maestre es profesor de ecología e investigador principal del Laboratorio de Ecología de Zonas Áridas y Cambio Global de la Universidad de Alicante. Ha estudiado las zonas áridas de cinco continentes y recibido los premios de la Academia de Ciencias-Fundación Pascual en Ciencias de la Vida, el "Miguel Catalán" y el "Humboldt Research Award". 

Santiago Soliveres Codina es investigador Ramón y Cajal en la Universidad de Alicante. Ha trabajado en zonas áridas de Australia, España, EE. UU. y Marruecos, sobre todo en relaciones biodiversidad-funcionamiento, matorralización, interacciones entre plantas y efectos del pastoreo.

Jaime Martínez Valderrama es investigador postdoctoral en la Universidad de Alicante. Es especialista en desertificación y modelos de simulación. Tiene más de 20 años de experiencia en diversas zonas áridas del mundo y cuenta con decenas de publicaciones además de varios libros, entre los que destaca Los desiertos y la desertificación.

Ángel V. Arredondo Acero, socio fundador de la Asociación Harmusch. Nació en Puertollano, Ciudad Real, España, en 1977. Naturalista, ha trabajado como técnico de campo en numerosos proyectos de gestión y conservación de especies protegidas y sus hábitats, en Europa, África y América, 

 coautor de más de 30 publicaciones científicas y divulgativas y más de 10 comunicaciones a congresos y seminarios

gangas moteadas
huella de gato montés
ratel y zorro de rüpell
musaraña y lagarto de cola espinosa
gacela de cuvier
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