Cambios en la ciudad

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Son las 00:32 del Viernes, 26 de Abril del 2024.
Cambios en la ciudad
     Siempre que se acometen cambios en el entramado urbanístico de cualquier ciudad, la polémica salta a la palestra. Nadie debe sorprenderse de que así sea, la transformación de los espacios donde se han desarrollado los acontecimientos de nuestra vida necesita del auxilio del tiempo para ser aceptada, y solo el tiempo será el legítimo juez que dará el veredicto final acerca del acierto o error de las modificaciones llevadas a cabo.
     La morfología de nuestra ciudad ha cambiado mucho en las últimas décadas. Cuando un puertollanero lleva tiempo residiendo fuera de la ciudad y regresa ocasionalmente, uno de los temas favoritos de conversación es repasar a fondo los cambios observados desde su anterior visita. Estas personas suelen dar testimonio de poseer una memoria fotográfica que recuerda con fidelidad qué había antes donde ahora hay otra cosa. Es un saludable ejercicio para recuperar los escenarios donde discurrió buena parte de su vida. 
     Parece fuera de discusión que nuestra ciudad ha cambiado para bien, no hay más que recordar las calles sin asfaltar por las que corría el lodo al menor aguacero, especialmente en la periferia, o las humildes viviendas construidas con materiales deleznables. Hoy Puertollano presenta sus credenciales de ciudad en múltiples zonas. No todos los cambios fueron bien recibidos en un primer momento, basta con recordar el temor que suscitó el traslado del recinto ferial al polígono de las 630, extendiéndose la opinión de que se estaba asestando un golpe de muerte a la feria local. Luego pudo comprobarse que no era así. También la remodelación de las vías de entrada y salida hacia Argamasilla fue objeto de discordia porque se alteraba el ancho paseo de la avenida Ciudad Real; sin embargo ahora se pone de manifiesto la fluidez del tráfico rodado merced al doble carril creado en cada sentido. Y sin alterar apenas la cómoda movilidad de los peatones.
     Por el contrario, una desaparición monumental que no ha dejado de lamentarse es el derribo del Gran Teatro. Al condenar que la ciudad esté perdiendo sus señas de identidad, la alusión a este emblemático edificio es invariable. Ciertamente se debía haber conservado intacta la fachada y solo haber remodelado lo imprescindible del interior. No obstante, como contrapartida, surgió el espléndido Auditorio que actualmente disfrutamos, un recinto que despierta comentarios elogiosos de cuantas personas han actuado en su escenario. Decantarse entre uno u otro recinto cultural seguro que daba de sí para un acalorado e interesante debate.        
     Actualmente hay dos obras en Puertollano que han levantado un coro de voces que pone en tela de juicio las actuaciones que se acometerán en dos lugares céntricos, la zona de El Bosque del paseo de san Gregorio, y la calle Ancha. No es posible negar el derecho que asiste a estas personas para manifestar su opinión, antes al contrario ello supone un saludable ejercicio de compromiso ciudadano con el lugar donde residen. Tampoco sorprende que la protesta sobre ambas obras se focalice en la tala de árboles que  incluyen los dos proyectos. En efecto, la sensibilidad ciudadana ha madurado en los últimos años en el sentido de exigir que los elementos naturales que embellecen y mejoran la calidad de vida de la población urbana se respeten al máximo. Al final, la clave del asunto estriba en el número de árboles que puedan desaparecer. Y, en otro orden de cosas, hay que prestar atención a las mejoras que las obras puedan suponer, a los beneficios de diversa índole que puedan reportar a los puertollaneros.
     Veamos la realidad actual de uno y otro espacio. La zona de El Bosque se inauguró en julio de 1988, por lo que cuenta con más de treinta y cuatro años de antigüedad. Fue un proyecto también polémico a causa de su arquitectura, basada en columnatas de tipología greco-latina que poco tenía que ver con nuestro emblemático Paseo de san Gregorio. Sin embargo, el propósito era poner en valor el erial polvoriento de escaso beneficio que existía en el lugar. Esta circunstancia moduló las opiniones contrarias. Además, se construyó un aparcamiento subterráneo que paliaba en buena medida las dificultades de aparcamiento en el centro urbano. El recinto no acabó nunca de contar con las simpatías de la población, a lo que se añade que el aparcamiento ha sufrido un progresivo deterioro que minusvalora su aprovechamiento. Quizá hoy sean minoritarias las opiniones a favor de mantener intacto el lugar, que opten por salvarlo de la piqueta. Admitiendo esta hipótesis, ahora debe velarse porque el nuevo espacio se asemeje a la zona sur del Paseo, con su abundante y diverso arbolado,  zonas ajardinadas, fuentes rumorosas, largos bulevares, múltiples bancos donde descansar y entablar tertulia. Un espacio, en definitiva, donde se encontrara a gusto el general Narváez, que tanto aportó para embellecer los jardines del balneario de agua agria.
     La configuración actual de la calle Ancha es aún más antigua que El Bosque. Ofrece comodidad para los peatones, que disponen de amplias aceras para caminar, y es un suplicio para los conductores, obligados a circular por una vía de dos direcciones y aparcamientos a ambos lados donde deben esquivar a los vehículos que vienen en dirección contraria en un ejercicio de destreza conductora. Cuando empezó por parte del Ayuntamiento a plantearse la conveniencia de remodelar esta vía, el asunto, me atrevo a afirmar, no levantó objeciones, particularmente porque se trataba de mejorar el tráfico rodado que todos los conductores padecían. Las protestas sobre el nuevo proyecto estriban en la tala de una cantidad de árboles acerca de cuya cifra existen opiniones contrarias. Es un hecho que el tramo de la calle en el que se van a iniciar las obras –el comprendido entre la calle Muelle y los aledaños de la Virgen de Gracia- dispone de amplias parcelas ajardinadas y abundante arbolado que suponen un moderno concepto de ciudad. En consecuencia, hay que confiar en que la remodelación no se aleje de esta fisonomía, de modo que la calle Ancha no pierda su personalidad.
     Ya se sabe lo que ocurre con las obras: mientras las sufrimos llegamos a arrepentirnos de haberlas iniciado y cuando terminan nos alegramos de lo nuevo que reluce todo. Lo bueno, en este caso, es que el tiempo pasa volando.
 
 
Eduardo Egido Sánchez