Camino de Santiago versus Dehesa Boyal

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Son las 15:31 del Jueves, 18 de Abril del 2024.
Camino de Santiago versus Dehesa Boyal
     A mediados del pasado mes de julio realicé el Camino de Santiago en su tramo conocido como Camino Inglés, que discurre de norte a sur desde Ferrol a Santiago de Compostela con un recorrido de 120 kilómetros. A las personas que me han preguntado si vale la pena acometer la empresa les he respondido que resulta una experiencia interesante, recomendación que no está exenta de matizar ciertos aspectos para que nadie se llame a engaño, ya que el Camino defrauda algunos esquemas que hayamos podido formarnos a priori. Aquí señalo algunas de esas matizaciones.
     La primera es que si alguien va con la esperanza de ver peregrinos de esos de bordón, calabaza, concha, esportilla y sombrero de ala ancha va a ver pocos por no decir ninguno. Los caminantes actuales –el término peregrino exige algunos requisitos que hoy brillan por su ausencia- no usan tales aditamentos y en su lugar portan palo telescópico, botella de plástico, macuto minúsculo (el grande suele viajar en autobús o taxi) y gorro de visera adquiridos en Decathlon. Acerca de la actitud interior con la que se acomete el Camino también existe una diferencia abismal entre aquellos peregrinos históricos movidos por connotaciones religiosas y los actuales caminantes espoleados por la gesta deportiva.
     Para impregnarse del espíritu auténtico del peregrinaje jacobeo es muy recomendable el libro “Los peregrinos del Camino de Santiago” de Juan García Atienza, editado por  Edaf, que rompe tópicos y descripciones idílicas al tiempo que informa con exactitud de los orígenes, historia, devoción auténtica e interés de la autoridad religiosa –en particular la abadía de Cluny- de homogeneizar esta ruta de siglos con destino al supuesto sepulcro del apóstol Santiago en Compostela.
     Otra circunstancia sorprendente es que el caminante va a pisar más asfalto del previsto y va a sortear más vehículos a motor de los que cabía esperar. Es un comentario generalizado entre los caminantes la sospecha de que al trazar el recorrido se intenta que atraviese el mayor número posible de poblaciones para reactivar su economía y ello provoca que el itinerario discurra por vías asfaltadas de diversa consideración, por polígonos industriales y, lógicamente, por las calles de estas poblaciones. Sería injusto dejar de mencionar que los conductores de los vehículos que salen al paso son en su  mayoría respetuosos con los caminantes y suelen darles prioridad. Sin embargo, conviene andar alerta para evitar accidentes.
     La señalización del recorrido no admite objeción, los mojones indicativos saltan a la vista en los cruces del camino y en las intersecciones urbanas, con la vistosa vieira de color amarillo incrustada en la piedra y la distancia kilométrica exacta –medida en metros- que separa al caminante de la plaza compostelana del Obradoiro. Si surge alguna duda y se pregunta a algún autóctono, se comprobará la amabilidad y dulzura de acento de la gente gallega. En cambio, el camino carece de otro tipo de infraestructura, en particular aseos o descansaderos. Las necesidades fisiológicas hay que satisfacerlas por lo general en los bares de las poblaciones, quizá un efecto buscado a propósito.
     Obviamente, existen muchos atractivos en el Camino de Santiago. Conviene marchar atento a las sorpresas que regala el itinerario, esa pequeña iglesia de piedra cubierta de moho con su espadaña erosionada por la lluvia y el viento, ese cementerio sin tapia que lo separe del camino o con una simple verja que no impide divisar los enterramientos y comprobar que los deudos dejaron de llevar flores hace tiempo a sus antepasados, ese hórreo que dejó de almacenar grano desde hace generaciones, la arquitectura popular que se extiende por pueblos y campos. Estas sorpresas impresionan con mayor emoción cuando se camina a solas y uno puede dedicarles tanto tiempo como desee. Lo mismo ocurre al adentrarnos en un bosque cerrado y avanzar bajo la galería que forma el follaje, oyendo nuestras pisadas mezcladas con el trino de las aves y admirando el juego de luces entre las ramas. De vez en cuando nos sale al paso una fuente dotada de alguna particularidad que la hace admirable: el caño que surge de la boca de algún animal forjado en la base, la escalinata que desciende hasta su manantial, la inscripción que la identifica al pasajero. Siempre su agua fresca para remojarnos y gozar sus propiedades. 
     Una faceta del Camino de Santiago altamente apreciada cuando se efectúa en verano es la temperatura moderada de Galicia, especialmente si quien lo acomete habita la meseta castellana y tiene su infernal canícula como referencia. Aunque debemos superar repechos que hacen sudar profusamente, las nubes y las frondosas copas de los árboles permiten que la marcha se cobije bajo sus sombras y no haya que combatir el temible sol de justicia de nuestra latitud. El camino  se hace amable con las condiciones ambientales de la zona, que permiten que el esfuerzo de superar largas distancias no pase una costosa factura a nuestro organismo. No es lo mismo salvar veinte kilómetros bajo las moderadas condiciones meteorológicas gallegas que bajo las extremas temperaturas manchegas.
     El Camino de Santiago se presta,  como la vida misma, a un doble punto de vista: se puede ver la botella medio llena o medio vacía. Es conveniente mirarlo desde un prisma positivo, punto de vista en el que la gastronomía y los caldos gallegos tienen mucho que decir. 
     Finalmente, al regreso, el caminante pertinaz retomará su hábito en el espacio más acogedor de nuestra ciudad, la Dehesa Boyal y, sin establecer comparaciones con el territorio que ha dejado atrás, pronto se adaptará de nuevo a su ambiente local: terrosos caminos y trochas de largo recorrido entre los pinos, la soledad de apenas cruzarse con algún ciclista o senderista, el canto desgarrado de la cigarra, la vista panorámica del pinar desde la torreta de la loma de los chaparrales, los recuerdos que el lugar va dejando después de tantos años de recorrer sus vericuetos y de celebrar en su entorno las tradiciones locales. A fin de cuentas cada ser humano está moldeado por las particularidades en las que se desenvuelve su vida, por más dificultades que haya que superar. Así, la Dehesa Boyal ahorma caracteres austeros y forja querencia. 
Eduardo Egido Sánchez