Don Eduardo Mora

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Son las 17:05 del Jueves, 18 de Abril del 2024.
Don Eduardo Mora
Es seguro que muchas personas de Puertollano recordarán al médico don Eduardo Mora Soler (15 de octubre 1907- 1 de enero de 1998) ilustre paisano que durante su longeva vida ejerció su magisterio no solo en la profesión sanitaria sino en los apartados social, cultural y político. Don Eduardo encajaba a la perfección en la doctrina humanista que preconiza una concepción integradora de los valores humanos. Y, en su caso, se añadía la convicción de que hay que ponerse al servicio de los demás para mejorar su calidad de vida.
 
Mi primer recuerdo de don Eduardo data de mi infancia. Hacia los 10 años de edad contraje una pleuresía que me obligó a permanecer un largo periodo en la cama. A lo largo de sus visitas, supo despertar en mí un sentimiento de fe: si afirmaba que la convalecencia iba por buen camino, yo sentía que la opresión en el costado se calmaba. Luego asistí en numerosas ocasiones a su consulta de la calle Cruces, próxima a la antigua estación de la Renfe. Mis padres estaban suscritos al sistema de iguala que permanecía en boga entre médicos y pacientes a mediados del pasado siglo. Al verme, solía aludir a mi condición de tocayo suyo y esa circunstancia -ser tocayo de una persona tan importante- me hacía sentirme orgulloso. Nunca olvidaré su afectuoso trato, que conseguía que asistiese a su consulta sin resquemor, y el frío de la máquina de rayos X al contactar sus planchas metálicas sobre mi pecho y espalda. En las tediosas esperas hasta que nos tocaba el turno, recorría con la vista las estampas taurinas que adornaban la sala de espera.
 
Por esa misma época, don Eduardo tuvo un protagonismo especial en la llamada Operación Mina (1961) puesta en marcha por el sacerdote don Pedro Muñoz en Radio Puertollano con el objetivo de recaudar dinero para los necesitados de la ciudad. Donó un ramo de claveles a la Virgen de Gracia que desató una subasta insospechada para ser quien lo depositase en el altar, puja que empezó con 100 pesetas y fue subiendo hasta alcanzar la desorbitada cantidad de 200.000 pesetas que ofreció…el propio don Eduardo. De modo que fue su esposa, doña Ana Cabo (profesora en el instituto Fray Andrés durante muchos años y más longeva aún que su esposo, ya que falleció en 2020 a los 97 años de edad) quien materializó la ofrenda a la Virgen en una madrugada de pleno invierno que movió a miles de puertollaneros a abarrotar el templo y la explanada contigua para asistir al acontecimiento. Un buen número de ellos fue previamente al domicilio del doctor para acompañarlo hasta la parroquia, lanzando aclamaciones a voz en grito que despertaron a la vecindad y sumaron nuevos acompañantes.
 
El doctor Mora Soler era la consumada estampa del médico de cabecera, aquel que acudía al domicilio del enfermo a velar por su salud, en ocasiones a horas intempestivas. Fui testigo de un episodio que ilustra esta afirmación: una mujer recaló una noche en la estación ferroviaria de nuestra ciudad perdiendo el enlace del tren que debía conducirla a su pueblo natal, donde agonizaba un familiar. Un conductor se ofreció a llevarla de inmediato aunque ella le confesó que no podía pagarle el desplazamiento. Nada más salir de la ciudad detuvo el coche para intentar abusar de ella. Ante la decidida resistencia que opuso la mujer, dio la vuelta y la dejó de nuevo en la estación. Ella buscó refugio en la pensión que regentaban mis padres y allí estalló en un ataque de nervios descontrolado. A pesar de ser madrugada, se avisó a don Eduardo que se presentó poco después y logró calmarla con una facilidad sorprendente.
 
Mi padre necesitó la atención de nuestro médico durante años debido a un accidente ferroviario que acabó provocándole una muerte prematura. Ambos compartieron fecha singular de fallecimiento, el día 1 de enero, aunque mi padre lo hizo treinta años antes. Por tanto, resultaba frecuente la presencia de don Eduardo en nuestro domicilio para atender la evolución del enfermo, siempre atento a aplicar los últimos adelantos para recomponer el aparato respiratorio. Él contaba con amplia experiencia en este campo debido a las enfermedades propias de los mineros. Su labor con este colectivo fue alabada merecidamente en aquella época y le granjeó el reconocimiento de toda la sociedad local, muy vinculada al sector de la minería.
 
 Esa aureola de médico benefactor permanece en la memoria de cuantos conocieron su entrega. Recientemente me comentaba por carta el hijo del periodista don Blas Adánez -otro destacado impulsor de la Operación Mina- que recordaba “a D. Eduardo Mora que fue médico de mi madre durante su larga enfermedad cardíaca y a la que alegraba la vida en cada visita comentándole: `Ignacia ya te has cargado a otro´,  cada vez que fallecía uno de los especialistas que la atendían en Madrid y entre los que se contaba alguno que la había desahuciado hacía ya muchos años”. Se aprecia en estas palabras que la confianza en el reputado médico era moneda de uso común. 
 
Esa popularidad influyó en su contribución a la política local en calidad de edil de tres Corporaciones. Fue elegido concejal por el tercio familiar para la legislatura de 1964 y se mantuvo en el cargo hasta 1971. Posteriormente, ya en las primeras elecciones democráticas, fue concejal por el partido UCD desde el 3 de abril de 1979 hasta el 26 de septiembre del mismo año, en que dimitió por motivos de salud. Paralelamente, desempeñó una activa labor en numerosas causas sociales en las que su sentido común y amor a su ciudad se traducían en entregar su tiempo y esfuerzo para mejorar la sociedad. Ya con edad avanzada era habitual su presencia en las conferencias impartidas en la Casa Municipal de Cultura, en particular si versaban acerca de la historia local. En el turno de preguntas se podía apostar sobre seguro a que pondría en aprietos a los conferenciantes, a pesar de la exquisita delicadeza de sus intervenciones. Su afán por aprender se mantenía intacto a despecho de su edad. Sin embargo, parece ser que en sus últimos años sufrió un abatimiento y apenas salía de su domicilio.
 
Suele suceder que los sepelios de personas fallecidas a edad muy avanzada cuenten con escasa concurrencia porque sus familiares y amigos ya no están. Así ocurrió con don Eduardo en la iglesia de la Virgen de Gracia. Qué diferencia con la memorable jornada del ramo de claveles de la Operación Mina. Sus restos descansan, junto a los de su esposa y padres, en un sencillo nicho situado a ras de suelo, muy distinto a los ostentosos panteones de otros prohombres de nuestra ciudad. No obstante, la memoria colectiva no hace distingos por esta eventualidad. 
Eduardo Egido Sánchez