Por Eduardo Egido Sánchez
Fuera de toda duda, el Santo Voto es la celebración más singular y antigua de nuestra ciudad. Existen en el calendario local otras tradiciones que aún colean, pero claramente se difuminan y pierden vigor con el paso de los años, como sucede con el día del chorizo y el día del hornazo. En cambio, el Santo Voto permanece pujante a pesar de que lo contemplan seis siglos y tres cuartos, nada menos que 676 años.
En 1348 llega la peste negra o bubónica al centro de Castilla, donde se sitúa el Portus Planus de la época romana que se conocerá posteriormente como Puertollano. La peste, una constante histórica de la humanidad que la azota cruelmente, se había originado en esta ocasión, al parecer, en la península de Crimea, al norte del Mar Negro. Desde allí fue extendida por navegantes europeos por las costas mediterráneas y más tarde escaló a toda Europa, provocando una mortandad de inabarcables dimensiones. Su nombre obedece a que se manifestaba mediante bubones o tumores en ingles y axilas que derivaban en manchas negras por el resto del cuerpo y, finalmente, desembocaba en una muerte segura. La prescripción médica de la época resultaba muy sensata: “Huir pronto, lejos y regresar tarde”. Nadie estaba libre de su contagio, ni aun el propio rey de Castilla, Alfonso XI, que la contrajo en el asedio de Gibraltar, plaza dominada a la sazón por el Sultanato de Benimerín, y falleció en el lugar en 1350.
Las respuestas que dieron nuestros antepasados a las Relaciones Topográficas de Felipe II en 1575 ya indican que este Voto es muy antiguo y señalan que se hizo en honor de los desposorios (casamiento) de la Virgen con San José y que se cumple todos los años el día de la octava de la Ascensión del Señor a los cielos y que no ha dejado de celebrarse desde su origen. Es sabido que la octava de la Ascensión es el jueves siguiente a esta festividad, que a su vez tiene lugar 40 días más tarde de la Pascua de Resurrección o Domingo de Resurrección. Así pues, el Santo Voto se celebra, siempre en jueves, 7 días después de la Ascensión o lo que es igual 47 días después del Domingo de Resurrección contando el propio domingo.
Dice la tradición que la peste redujo la población de la villa a 13 vecinos -sinónimo de unidad familiar, que supondrían setenta habitantes aproximadamente- que pidieron protección divina a cambio de la promesa de socorrer con alimento a los necesitados. Su cumplimiento se plasmó, siguiendo con la tradición, sacrificando 13 vacas, una por vecino. Es conveniente que las tradiciones se interpreten a la luz del contexto histórico, lo que hace improbable que las vacas sacrificadas alcanzasen tan elevada cifra en una coyuntura de extrema calamidad.
Situándonos en la época contemporánea, el Santo Voto se celebra en dos jornadas. La víspera por la tarde se pasea la vaca del Voto por las calles céntricas de la ciudad, ataviada para la ocasión y acompañada por un cortejo musical, bien la Banda Municipal de Música o algún grupo folclórico entonando cantos populares. Muchos recordamos la costumbre de subir a lomos de la mansa vaca a los más pequeños, quizá en la confianza de que este rito atraiga la suerte. El desfile termina en la ermita de la Virgen de Gracia, en cuya plaza ya se están repartiendo los panecillos bendecidos. Acto seguido, se celebra un festival folclórico antes de encender con antorchas la leña bajo las calderas gigantes donde se cocinará el guiso de carne con patatas que se repartirá a la población al día siguiente. La ceremonia del encendido, ya entrada la noche, la protagonizan los componentes de la Corporación Municipal acompañados de personalidades locales.
Desde hace unos años se ha añadido al programa de la víspera un mercado medieval para ambientar la festividad y el acto de entrega de las distinciones de Caballero y Dama del Santo Voto a sendas personas que reúnan méritos en su actuación ciudadana.
En la jornada siguiente se celebra un oficio religioso en la ermita de la Virgen de Gracia, que precede a la bendición del guiso. Para entonces, ya hay cientos de personas que guardan cola esperando el reparto. Hasta hace pocos años era necesario llevar un recipiente -las populares ollas del Voto elaboradas en barro cocido- para recoger la comida, pero la actualidad ha impuesto su sello, en aras de la rapidez y salubridad, en el modo de entregar el condumio mediante un higiénico táper. Los miles de personas que retiran los panecillos y el guiso y participan en los actos programados, unido a la antigüedad de la celebración, han conseguido que el Santo Voto haya sido declarado en 1999 Fiesta de Interés Turístico Regional. En el singular acontecimiento existe una mezcla de religiosidad y tradición, aspectos que conviven armónicamente y permiten no excluir a nadie a causa de sus creencias.
No está de más mencionar que en 1486 se produjo otro brote de peste en nuestra ciudad que también diezmó la población. Se efectúa, en consecuencia, un nuevo Voto que ahora se materializa en erigir una ermita en honor de la Virgen, que la población comienza a invocar como Virgen de Gracia debido a la gracia recibida al ser librada de esta nueva pestilencia. En 1489 finaliza la construcción de la ermita y hay que hacer constar que el actual edificio no es el original, incendiado en 1936 durante la Guerra Civil y reconstruido en 1940 al finalizar la contienda. Por tanto, no hay que confundir la peste que originó el Santo Voto con la que dio lugar a la ermita de la Virgen de Gracia.
Acudamos a un poema anónimo escrito en romance y veamos sus dos primeras y dos últimas estrofas (cada una formada por cuatro versos) para diferenciar ambas pestes:
“En el año mil trescientos // Cuarenta y ocho se vio // invadido de la peste // Que tanto estrago causó. // Y fue tan grande el espanto // Que a todos llegó a causar // Que en las calles se quedaban // Los muertos sin enterrar.”
“Del siglo décimo quinto // En el año ochenta y seis // Invadió otra peste al pueblo // Y también le protegéis. // Entonces, llenos de gozo, // Esta ermita te erigió // Y con el nombre de Gracia // ¡Oh Virgen! te saludó.”
Siglos más tarde de uno y otro suceso, la historia de Puertollano atesora con particular relevancia estos dos episodios que hermanan dolor y gozo.