El Terri, vestigio del tiempo

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El Terri, vestigio del tiempo

El sábado 28 de noviembre de 2002, un grupo de cinco insensatos, gente toda ella prudente de ordinario, acometió la ascensión al montículo del Terri. Por entonces, este coloso presentaba su genuina silueta rematada con aquella joroba característica labrada a lo largo de decenios. La mañana se había presentado con una ligera llovizna que provocó que los integrantes del grupo reconsiderasen su decisión de iniciar el ascenso. Dos expertos de la expedición, uno  en asuntos mineros y otro en temas  geológicos, vaticinaron que la humedad exacerbaría la combustión de las escorias y podría añadir dificultad a la aventura. El escollo no hizo desistir al grupo. La ascensión presentaba cierta penosidad por la pronunciada pendiente y porque no existía ningún trazado que pudiera orientar la marcha. Así que en fila india, asegurando las pisadas, los expedicionarios alcanzaron la cima. El olor a azufre era intenso y por doquier se apreciaban zonas de una ligera incandescencia de las que ascendían tufaradas de humo ceniciento. Al llegar a la mitad del recorrido, la intensidad de estos efectos provocó que el grupo decidiera no continuar y volver sobre sus pasos. El descenso cobró tintes humorísticos porque más de uno salvó los tramos de  pendiente más pronunciada asentando las posaderas en el suelo como medida de seguridad, procedimiento que en la infancia era conocido con el inequívoco apelativo de “arrastraculo”.

     Yo siempre había mirado al Terri con una mezcla de  respeto y miedo. Respeto por el significado que tenía para la ciudad, porque ese monte de escorias era el resultado de un ingente y esforzado trabajo de varias generaciones de mineros. Allí se resumía el símbolo de toda una época, ese periodo de tiempo fundamental en la fisonomía e idiosincrasia de Puertollano. El Terri es el monumento natural y genuino de la minería local, erigido sin pretensiones, formado por la necesidad de depositar los estériles del carbón en algún sitio. Siempre me había llamado la atención aquel ir y venir de vagonetas por el aire, aquel sinfín del esfuerzo humano. El miedo lo causaban los rumores de que algunas personas que se aventuraban en sus laderas para recoger escorias aún aprovechables como combustible habían sufrido quemaduras  al empozarse sus piernas entre las cenizas. Se aseguraba, incluso, que algunos habían sido engullidos por completo. También se consideraba una temeridad aproximarse a su perímetro debido a los desprendimientos de mazacotes en ignición. Por ello, esa mañana en que había hollado la cumbre me acometieron sentimientos encontrados de profanación de un espacio simbólico y superación de un mito de la infancia.

     Para adentrarnos en la genealogía de este montículo nos serviremos del excelente estudio realizado por don José Lorenzo Agudo, que fue durante varios años director de la mina a cielo abierto de Encasur, estudio que divulgó en una conferencia impartida en la Casa Municipal de Cultura. La palabraterri  deriva del término francésterril  y designa acumulaciones de tierra, escorias y otros inertes de los que se observan muestras en diversos países, cuyas fotografías fueron proyectadas en aquella ocasión. Las dimensiones del Terri antes de la modificación que se llevó a cabo para facilitar el acceso a su cumbre eran: 650 mts. de longitud; 260 mts. de anchura; 92 mts. de altura y un volumen de 5.000.000 de metros cúbicos. Además de los datos físicos y del origen del Terri, don José Lorenzo quiso rendir un tributo poético a este espacio singular de nuestra historia y escribió en 2010 “Rimas a modo de dedicatoria del Parque de “El Terri” o “El Terril” como homenaje “a mineros y otros trabajadores que tantos esfuerzos realizaron en su tiempo. Y extensivamente a todos los ciudadanos que vivieron con intensidad aquella crucial etapa fundamentalmente minera de Puertollano”. La última estrofa de estas rimas concluye: ¡¡Un monte de sentimientos / un símbolo duradero / que bien merece llamarse / con orgullo y con respeto / “El Monte de los Mineros”/ ”El Monte de los Esfuerzos”!!

     Hace unos días he regresado a la cumbre del Terri. Un ancho camino conduce hasta ella en un trayecto que apenas supone diez minutos de cómoda ascensión. Desde arriba se divisa toda la cuenca minera  y el valle del Ojailén al sur, mientras que al noreste la ciudad se recuesta en las laderas del puerto que forman los cerros de San Sebastián y Santa Ana; más allá, las chimeneas de Repsol lanzan al viento sus penachos de humo blanquecino. El visitante toma asiento en un moderno banco de madera en forma de ese y contempla abstraído la quietud del horizonte. Nada hace sospechar que bajo sus pies, apelmazada y ya vencida, se encuentra la ceniza que formó parte del carbón que dio una pujanza vital a nuestra ciudad y constituyó el sustento de miles de personas venidas de todos los confines. Lentamente, el visitante se incorpora y comienza a descender embargado por un poso melancólico. 

Eduardo Egido Sánchez