Enfermera

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Son las 01:05 del Sábado, 20 de Abril del 2024.
Enfermera

     En duermevela escucha la sirena de una ambulancia. Al principio es una impresión apenas audible que se intensifica paulatinamente hasta llenar el silencio de la noche. Durante unos segundos duda si el sonido es real o soñado. Al fin abre los ojos y percibe nítidamente la sirena perdiéndose en la lejanía. Pulsa la luz del despertador. Las cuatro y media de la madrugada. Casi no ha dormido en toda la noche y sabe que es buena gana  intentarlo ahora. Hasta las ocho no empieza su turno en el hospital pero no cabe duda de que si se presenta antes de su hora la recibirán con los brazos abiertos porque trabajo no falta. Antes al contrario, sobra trabajo, y si hay que describir la situación con mayor exactitud, están desbordados. Se pregunta cuántas ambulancias como la que acaba de pasar llegarán hoy al servicio de urgencias, donde está destinada. Se levanta conteniendo las ganas de llorar, aunque el equipo psicológico que atiende al personal sanitario recomienda no privarse del llanto para relajar la tensión a la que está sometido. Piensa que ya habrá ocasión a lo largo de la jornada.

     Por ejemplo, al acceder a la sala de recepción de urgencias y toparse con el descorazonador panorama. El trasiego de camillas y sillas de ruedas se disputa el espacio para poder maniobrar. En cambio, sorprende que se mantenga el orden imprescindible para actuar sin precipitación y que las órdenes e indicaciones para actuar se conserven alejadas del griterío.  Cada cual sabe lo que tiene que hacer, sobre todo no venirse abajo. Cuando los compañeros ven a María de Gracia, se miran entre sí y esbozan una media sonrisa, nadie se sorprende de que se haya incorporado antes de hora, es moneda de uso corriente en ella y en tantos otros echar una mano en la actual coyuntura, hoy por ti y mañana por mí. Empuña con determinación la camilla donde yace un hombre de edad y se interna por los pasillos hacia el servicio indicado, aunque el cometido no le corresponda. En situaciones de emergencia, el horario y las atribuciones pasan a un segundo plano para centrarse en lo esencial, achicar el agua que cae a raudales. Según avanza, el silencio se adueña gradualmente de las dependencias hospitalarias ubicadas en el interior, las más resguardadas, las que se conocen en argot como zona cero.

     No resulta fácil mantener la calma cuando alrededor bulle una actividad frenética, especialmente si la agitación está provocada por la necesidad imperiosa de salvar vidas humanas. María de Gracia ya cuenta con experiencia, es consciente de que la medicina no es una ciencia exacta que se aplique matemáticamente. Una operación matemática arroja idéntico resultado independientemente del producto con que se opere pero en el caso de la medicina el producto de la operación es un ser humano al que hay que evaluar previamente y en función de su estado aplicarle el tratamiento específico. De ahí las dudas y la necesidad de consensuar el procedimiento a seguir, de ahí el temor a equivocarse en la terapéutica idónea. Y ello, con un factor añadido de dificultad, la inmediatez con que se deben tomar las decisiones. Todo el personal sanitario se aplica de manera literal la máxima de que el tiempo es oro, y aún más valioso, el tiempo es vida, la rapidez de intervención en muchos casos marca la línea divisoria entre la vida y la muerte de una persona como la que en este momento la enfermera fuera de turno conduce en camilla. No puede evitar mirar sus ojos, apreciar el miedo que refleja su mirada, entender la súplica muda que eleva.

     Desde muy pequeña tuvo clara su vocación. Quería ser enfermera porque siempre ha considerado que de todo el personal sanitario de atención hospitalaria es quien más cerca está del paciente, la que ejerce la función de velar en todo momento por hacer más llevadera su estancia en el hospital y la que aplica directamente el tratamiento establecido por el cuerpo médico. Todos los eslabones son imprescindibles en la profesión, se dice a sí misma, pero no cambia por nada su misión de mantenerse permanentemente dispuesta a facilitar al paciente  aquello que pueda mitigar su dolor físico o moral. Recuerda con satisfacción las numerosas ocasiones en que un paciente y su familia han querido despedirse de ella al abandonar el hospital para agradecerle la atención recibida. Incluso con lágrimas en los ojos lo han hecho. Son instantes que compensan el esfuerzo realizado, momentos que refuerzan su vocación, porque recibir la gratitud de aquellos a quienes se ha ayudado a superar una situación dramática transmite una sensación placentera como pocas. María de Gracia, la enfermera que se mantuvo en todo momento a su lado en el hospital, será para esas personas alguien que recordarán de por vida.

     En ocasiones se pregunta qué es lo más duro de su profesión. Se responde que, sin duda, afrontar la muerte de los que no han logrado superar la circunstancia. En particular, cuando el trato se ha prolongado largo tiempo y se ha establecido una relación de afecto. Recuerda el nombre y la fisonomía de hombres y mujeres que se han despedido del mundo bajo sus cuidados, con los que estuvo hablando poco antes del fatal desenlace sin sospechar que se presentaría tan pronto. Se han grabado de manera especial en su memoria los casos en los que, por diversas circunstancias, ella se encontraba a solas con el enfermo en el instante de su fallecimiento. Compartir con alguien el tránsito a la muerte es una experiencia que deja una huella imborrable. Haber sido quien apretó su mano por última vez.

     En jornadas como la de hoy, María de Gracia no tiene tiempo para rescatar el pasado, se aplica sin descanso a hacer frente a las contingencias que surgen a cada segundo, sin rechazar cometido alguno. Es imprescindible mantenerse fuerte, poner de manifiesto que si los acontecimientos zarandean todo signo de normalidad habrá que multiplicarse para que la tempestad no arruine la vida que aún late en las personas que tiene en sus manos. Tal vez cuando regrese a casa siga el consejo del equipo psicológico y  se abandone al llanto.

Eduardo Egido Sánchez