El pasado domingo, 5 de diciembre, se celebró el XXVII Festival Flamenco “Día del Minero 2021” en el Auditorio Municipal. Tuvimos ocasión de escuchar dos voces que dejaron una grata impresión en los 200 espectadores que nos dimos cita en el recinto: Jesús Méndez, de Jerez (familia de la famosa La Paquera de Jerez) que dejó la calidad de su voz grave y de honda resonancia flamenca; y la joven Rocío Luna, que se entregó a fondo para ir abriéndose paso en el complicado arte que ha elegido. Estuvieron a la altura los guitarristas Antonio Higuero y Chaparro hijo, y el cuadro flamenco de la veterana Yolanda Osuna. Con este festival se mantiene una larga tradición de esta temática en Puertollano.
El cante flamenco está, efectivamente, profundamente arraigado en nuestra ciudad, minera por excelencia. Las minas son un caldo de cultivo para crear afición porque existe un estrecho vínculo entre el carácter de este cante y la idiosincrasia del minero. Las penalidades que el oficio presenta a diario, la angustia de sumergirse en la profundidad de la tierra, el peligro de exponerse a los derrumbes y los gases nocivos provocados por la apertura de las galerías subterráneas, se ven reflejados en las letras de los “palos” del cante flamenco considerados más difíciles: los cantes de las minas. Palabras mayores reservadas sólo para los más capaces.
El lugar donde el cante flamenco encuentra acomodo de manera natural es la taberna. Flamenco y taberna van de la mano sin desentonar. Allí acude el minero para recuperarse del duro trabajo no sólo en el aspecto físico sino también para templar el ánimo que se necesita para volver al tajo. Asimismo, tienen lugar los espectáculos flamencos en Puertollano durante buena parte del siglo pasado en dos escenarios emblemáticos de la ciudad: el Gran Teatro y la Plaza de Toros, con la celebración de festivales que reunían a famosos artistas nacionales a los que se añadían aficionados locales que despuntaban en la modalidad.
Paulatinamente, la taberna va desapareciendo a la par que las minas de galería en nuestra ciudad. A finales de los años setenta del pasado siglo ambas desaparecen y pasan a engrosar un reseñable capítulo de nuestra historia. A partir de entonces la minería se desarrolla a cielo abierto y el flamenco se instala en nuevos escenarios: la Casa Municipal de Cultura, el cine Córdoba, las salas de fiesta que proliferan desde inicios de los años ochenta, la Peña Flamenca Fosforito, el teatro salesiano (alquilado por el Ayuntamiento para organizar sus actos culturales ante la carencia de otros escenarios) y, finalmente, el Auditorio Municipal, inaugurado en 1995, que se ha convertido en el marco habitual de los festivales flamencos.
El flamenco recibe el espaldarazo definitivo al ser declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en noviembre de 2010. De este modo se daba carta de naturaleza a una manifestación artística hondamente enraizada en la cultura de nuestro país y más específicamente en Andalucía. Fruto de esa raigambre nacen en todo el territorio nacional agrupaciones que cobijan y promueven los diversos apartados de este arte: las peñas flamencas.
En Puertollano se funda el 29 de noviembre de 1984 la Peña Flamenca “Fosforito” a la que da nombre el maestro del cante Antonio Fernández Díaz, conocido artísticamente con ese apodo. Su primer presidente fue José Viñas, que actuó de anfitrión del cantante en el acto que tuvo lugar en la sala de fiestas Impala. Tras el acontecimiento, Fosforito mantuvo una animada charla con los peñistas en el bar Vinagrito, sede de la Peña, dejando constancia de su magisterio. El testigo de Pepe Viñas lo han recogido destacados aficionados de nuestra ciudad que han dedicado mucho tiempo y energía para dar continuidad a un sostén imprescindible para preservar el flamenco local, entre otros Luis López Hidalgo, Jesús Barrera, Emiliano López Hidalgo…hasta el presidente que tomó las riendas en octubre del pasado año y que, curiosamente, se llama igual que “Fosforito”, Antonio Fernández.
Fruto del trabajo de estas personas y sus correspondientes juntas directivas, con la colaboración del Ayuntamiento y otras entidades de diversa índole, en nuestra ciudad han actuado los cantantes, guitarristas y cuerpos de baile más importantes del panorama nacional, con la sola excepción del malogrado José Monje “Camarón de la Isla”. Así, citamos de memoria a Antonio Molina, Juanito Valderrama, Fosforito, El Cabrero, Miguel Poveda, Luis de Córdoba, José Menese, Calixto Sánchez, Carmen Linares, José Mercé, Gabriel Moreno, Chano Lobato y un largo etcétera que han dado renombre al palmarés flamenco de nuestra ciudad.
En ocasiones, tras la actuación pública de los artistas, se daban las condiciones adecuadas para ampliar su intervención en la sede de la Peña acompañados de un grupo reducido de aficionados, que tenían la oportunidad de disfrutar de una propina excepcional. Recuerdo una de las visitas de El Cabrero y la posterior velada en la sede de la Peña. Se arrancó a cantar y la letra de una de las composiciones me resultó conocida: era el llamado “soneto de Borges” del admirado escritor argentino. Las letras del flamenco se enriquecen con la aportación de importantes escritores y poetas.
En Puertollano ha habido –me temo que están en vías de extinción- reputados cantaores flamencos. Como muestra, quiero sacar a colación a dos de ellos, ya tristemente desaparecidos. José María Hernández, el Niño de Azuaga”, ya era un viejecito entrañable cuando lo conocí. Era habitual verlo deambular por el paseo de san Gregorio acompañado de su inseparable hijo Rafaelito, un adulto inocente a la sombra protectora de padre. José María cultivaba con generosidad el abrazo a sus amigos, se colgaba de la muñeca la garrota para liberar las manos y extendía los brazos alrededor de quien tenía la suerte de encontrarse con él. Me hizo un regalo que conservo como oro en paño: la cinta casete “La rosa”, que tiene como principal reclamo la composición “Era un jardín sonriente” de los hermanos Álvarez Quintero, cantada por granaínas por Pepe Marchena. Su tocayo José María Manzano también se caracterizaba por la cordialidad de su saludo, que dispensaba con profusión saliendo al encuentro de sus conocidos. Muchos lo recordamos cantando saetas en las procesiones de Semana Santa y participando en cuantos festivales se organizaban en la ciudad en recuerdo de compañeros o beneficio de causas sociales. Dos hombres buenos que los aficionados al flamenco y cuantos los conocieron recuerdan con respeto y afecto. El flamenco, además de las cualidades antedichas, también es cuna de nobles sentimientos.