Satisfacciones cotidianas

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Son las 18:49 del Jueves, 25 de Abril del 2024.
Satisfacciones cotidianas

     A veces, cuando menos lo esperamos, surge una situación que nos regala un momento de alegría. Se trata de hechos sin especial relevancia que solo precisan fijar en ellos nuestra atención y que pueblan cualquier instante del día a día. Se atribuye a John Lennon la frase  “la vida es lo que te sucede mientras tú haces otros planes”.  Mientras haces otros planes o mientras te martirizan las miserias de la realidad. Según esto, la vida va a su bola y tú tienes que acomodarte a su representación y procurar no perderte los pequeños detalles que suelen pasar desapercibidos. De este modo, en ocasiones nos percataremos de algo del entorno que nos saluda con una palmada en la espalda, como sin venir a cuento. Sin pedir nada a cambio. Con el propósito de pasar desapercibido y permanecer en el anonimato. Satisfacciones cotidianas que valen su peso en oro.

     Recientemente conocimos la noticia de que el colectivo Acta non verba (expresión latina que puede traducirse por “hechos, no palabras”) había realizado una batida de limpieza por el caminillo del antiguo trazado del trenillo de Calzada y sus alrededores. Una treintena de personas, jóvenes en su mayoría a juzgar por las imágenes que ilustraban la noticia, se dieron cita para retirar todo tipo de objetos abandonados lamentablemente en el espacio público y llenaron un número considerable de bolsas de basura. Unos días más tarde resultaba apreciable el trabajo realizado en la zona en beneficio de los numerosos caminantes, ciclistas y paseantes de perros que utilizan el caminillo a diario. No es la primera vez que este colectivo da muestras de ejecutar acciones que mejoran la imagen de nuestra ciudad en un apartado tan sensible como es la limpieza de lugares concurridos en los que la actuación incívica de una minoría empaña el comportamiento correcto de la mayoría. Este efecto perverso es moneda de uso corriente por desgracia. Con todo, hay que quedarse con el hecho de que hay gente que dedica un fin de semana a enmendar atentados ambientales que ponen en tela de juicio la condición de toda una ciudad.

     Prestando atención podemos ver actitudes que transmiten sentimientos positivos en las personas con las que nos cruzamos por la calle. Hace unos días observé a dos niños que caminaban delante de mí. Uno llevaba echado el brazo sobre el hombro del otro. De inmediato me vino a la memoria que ese gesto resultaba muy frecuente en mi infancia, que los amigos caminábamos de ese modo por lo general, mostrando la amistad que nos unía, y que los hermanos mayores cuidaban y protegían a los menores con semejante ademán. Todos recordamos la entrañable fotografía del rey emérito Juan Carlos paseando con Adolfo Suárez ya minado por su terrible enfermedad. Se les ve de espaldas y el rey lleva el brazo sobre el hombro de su acompañante en un gesto muy elocuente de afecto al presidente de gobierno que restauró la democracia en nuestro país. Los dos niños que caminaban unidos por este gesto iban hablando de manera animada, quizá haciendo planes en común, pero, sin duda, lo sustancial de su comunicación se resumía en el contacto corporal que mantenían, indicativo de su aprecio recíproco.

     También supone una satisfacción intercambiar un saludo con un desconocido al cruzarse en el camino. Las personas que frecuentan determinados itinerarios suelen ser las mismas y a fuerza de coincidir lo normal es que se acaben saludando aunque el saludo se limite al usual “buenos días”. Quizá en alguna ocasión se añada algún comentario relativo a cualquier circunstancia, la climatología, algún vertido que aparece en las márgenes del camino, el comportamiento del perro que acompaña a uno de los caminantes…Son frases fugaces, casi sin detener la marcha, pero ese breve intercambio de palabras consigue hacer más hospitalaria la mañana, sirve para ahuyentar los negros presagios que frecuentemente nos aturden. Como digo, los perros que corretean por el camino son en ocasiones los introductores de nuevas amistades, dicho sea en un sentido protocolario. Así me ocurrió con una joven de acento argentino con la que recientemente me cruzaba con frecuencia por el caminillo. La primera vez que ocurrió, el perro que la acompañaba –de raza seguramente considerada peligrosa- se acercó a mí a pesar de las llamadas de su cuidadora, lo que la obligó a disculparse por no llevarlo sujeto con la correa. Desde entonces, siempre nos deteníamos un instante para darnos los buenos días y hacer algún comentario trivial sobre cualquier detalle que nos pareciese de interés compartir. Desde hace tiempo he dejado de verla, supongo que quizá haya cambiado de ciudad, y echo en falta su presencia. Siempre resulta agradable descubrir que otras personas participan de nuestro modo de ver las cosas.

     Y qué satisfactoria impresión nos produce descubrir un rostro que transmite bondad. Puede suceder mientras caminamos o al ver imágenes en un medio de comunicación o en cualquier pantalla. De pronto, nos concentramos en la expresión de esa persona y tenemos la sensación de que su bondad nos alcanza, que de algún modo entra en nosotros. Séneca consideraba la bondad como el atributo más valioso del ser humano y por ello en sus epístolas a su amigo Lucilio se despedía invariablemente de él con la frase “consérvate bueno”. De donde se deduce que ya le atribuía esa cualidad. Afortunadamente, no es difícil descubrir rostros bondadosos en el momento más inesperado, rostros que parecen aquilatar una profunda experiencia de la vida y se muestran serenos e impasibles como respuesta a las vivencias que han debido sobreponerse. Hay dos rostros que son el paradigma de la bondad en mi interpretación particular: los de Teresa de Calcuta y Nelson Mandela. Sus biografías avalan su bondad a lo largo de toda su vida. La madre Teresa entregándose al cuidado de las castas más pobres de la India, lo que la definió como benefactora de la humanidad, siempre con la actitud humilde que mereció tantos reconocimientos. El dirigente sudafricano logrando superar la división racial de su nación tras pasar 27 años en prisión y llegar a ser luego presidente del país, merced a su actitud de abandonar todo espíritu de revancha, lo que le granjeó la consideración de blancos y negros.

     Por lo tanto, cada día es una oportunidad para transitar entre el aluvión de malas noticias de los medios de comunicación y quedarse con aquella que nos anima a mantenernos informados, para apreciar el minúsculo gesto afectivo que destaca sobre la distancia cada vez más creciente que nos imponemos, para cruzar un saludo e intercambiar una frase amable con los desconocidos que pueden dejar de serlo, para distinguir un rostro bondadoso que nos reconcilia con la vida. Cada día. Ahora.

Eduardo Egido Sánchez
Foto: Marta Gijón