Un cura de barrio

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Son las 16:46 del Viernes, 29 de Marzo del 2024.
Un cura de barrio

     Me llegó la noticia de que don Mariano había sufrido una enfermedad y estaba  en el Hospital Santa Bárbara. Después me informaron que había recibido el alta y, aún convaleciente, se encontraba en la residencia de ancianos de Miguelturra, población donde nació hace noventa primaveras. Ya sé que el término se utiliza habitualmente para designar la juventud de las mocitas pero por qué no asignarlo a quien ha vivido primaveralmente (fecundamente) su vida.

     De modo que el pasado domingo del Corpus decidí hacerle una visita. La primera sorpresa al entrar en la residencia fue descubrir que un hombre de edad – a tono con el ambiente- se encontraba tras una mesa minúscula con un ordenador. Deduje que podía ejercer funciones de informante y me acerqué hasta él. De inmediato, la memoria actuó con una eficacia increíble e identifiqué en esa persona a un profesor de mi bachillerato, iniciado hace 55 años. Le pregunté por don Mariano Mondéjar y me indicó dónde podía encontrarlo. Antes de retirarme, le dije: “Usted es don Esaú de María, mi profesor de religión en primer y tercer curso de bachillerato en Puertollano”. Confirmó su identidad e intercambiamos algunos recuerdos sobre esa circunstancia. El caso es que don Esaú tiene 88 años y ha realizado una labor encomiable con los pobres a lo largo de toda su vida de sacerdocio. Quien tenga curiosidad por averiguar su singular trayectoria que indague en internet y descubrirá facetas poco convencionales en un cura. Vale la pena.

     Descubro a don Mariano sentado tras un andador y rodeado de coetáneos. Se sorprende al verme. Trasluce alegría por la inesperada visita. Solicita a una joven que nos facilite un lugar tranquilo para charlar. La sala que nos brinda es acogedora. Las paredes están adornadas con las letras del abecedario en grandes caracteres y con los números del sistema decimal. Coloristas, sugerentes en sus trazos. Hay que reforzar la memoria. Don Mariano no lo necesita. Iniciamos una conversación de recuerdos compartidos. Tuve el honor de presentarlo cuando pronunció el pregón de la Feria de Mayo en nuestra ciudad. Nos hemos parado en innumerables ocasiones en el paseo de san Gregorio para saludarnos. He asistido a las presentaciones de sus libros y  los conservo todos con cariñosas dedicatorias. Mientras habla con su proverbial mesura y cadencia –estamos sentados muy próximos, sin objetos interpuestos que obstaculicen la comunicación- cada tanto extiende su mano y la posa en mi brazo. Noto el calor físico del contacto. Noto la corriente de afecto que transmite. Me llama la atención un gesto que repite  – arquea las cejas, dibuja una o con los labios- para expresar admiración por el trasfondo de un comentario cualquiera: “La riada del Ojailén fue una catástrofe para mucha gente de la barriada del Muelle de María Isabel”.

     Queda anunciado que don Mariano fue, mejor dicho, es, porque ese tipo de atributo no prescribe, un cura de barrio. Anduvo de la ceca a la meca por pueblos y barriadas. Los nacidos en la barriada minera de Asdrúbal lo quieren y aún mantienen relación con él. Esa barriada fue uno de sus primeros destinos, lo mismo que la barriada Estación, de Brazatortas, cuya fotografía de 1952, cuando contaba 23 años, ilustra este artículo. Ninguna compañía le resulta más grata que la espiritual de la Virgen y la física de la gente humilde. La virtud que mejor describe su carácter es la bondad. Con la experiencia que dan los años, se aprende que el rasgo más atractivo de la personalidad del ser humano es ese precisamente, la bondad. Séneca se despide en cada una de sus epístolas a Lucilio con la frase “Consérvate bueno” dando por hecho que lo es e instándole a que se mantenga así.

     Además de cura de barrio, don Mariano es escritor y reparte sus preferencias entre la historia y la poesía. En la investigación histórica ha rendido tributo a su pueblo natal: “Miguelturra. Historia y tradición” y a su pueblo de adopción: “Breve historia de Puertollano”. Ambas obras suponen una valiosa ayuda para introducirse en el conocimiento del pasado de las dos poblaciones. Ambas son ofrendas que el hijo agradecido dedica a los lugares que lo han acogido.  En la vertiente poética, es autor de una nómina de títulos que desgranan  versos sencillos y de una hondura religiosa que enternece la sensibilidad del lector: “Casi a flor de labio”, “Breviario íntimo”, “Antología inicial”, “Con versos a María”, “Canciones de la otra Navidad”, “Veinte poemas a la Virgen de Gracia, Señora del Santo Voto”. Como muestra, este botón en modo de villancico: “Angelitos del alba / decid requiebros / que del Oriente nos llega / el Rey del Cielo / Se hace cuna la noche / las pajas heno / y un villancico grita / Paz en el suelo / Pastorcillos del llano / venid al puerto / que ha nacido el que salva / almas y cuerpos”. Es digna de valorar la sutileza con la que el autor ubica el villancico en una ciudad dotada de llano y puerto. Las dos verdades que nos definen.

     Durante un largo periodo ejerció como capellán del Hospital Santa Bárbara, un cometido que requiere una sensibilidad especial, nada menos que compartir con los enfermos momentos de dolor físico y, con frecuencia, de angustia ante la posibilidad de abandonar la vida. En semejante trance, la persona encargada de proporcionar consuelo ha de estar dotada de una empatía natural, de una capacidad absoluta para ponerse en lugar del otro. Cuántas confidencias habrá escuchado don Mariano, cuántas desesperadas peticiones de auxilio impelidas por el temor a las postrimerías. Seguro que  supo trasmitir alivio con palabras similares a las de la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross cuando afirmaba que las personas que han estado clínicamente muertas y han vuelto a la vida aseguran haber perdido el miedo a la muerte, dicen saber que la muerte sólo es desechar un cuerpo físico, recuerdan haber tenido una profunda sensación de integridad y haberse sentido conectadas con todo y con todos. Finalmente, cuentan que nunca estuvieron solas, que alguien estaba a su lado. Algo parecido les diría él.

     Cuando mi madre se encontraba a las puertas de la muerte, llamamos a don Mariano a su domicilio. Se presentó de inmediato para asistir a su buena amiga. No puedo asegurar que mi madre aún se mantuviera con vida mientras le administraba la extremaunción pero doy por hecho que si pudo percibir el momento, sintió que su querido don Mariano le estaba abriendo la puerta del lugar que ella tanto anhelaba.

Eduardo Egido Sánchez
D. Mariano Mondéjar Soto a la derecha con casulla blanca