Bajo los escombros

La voz de Puertollano
La Voz de Puertollano en Facebook
La Voz de Puertollano en Twitter

Son las 18:28 del Jueves, 25 de Abril del 2024.
Bajo los escombros
Creo que estoy muerto. Te juro que no es mi intención ponerme tétrico, aunque todo apunta a que he pasado de estar más o menos vivo a ser un cadáver bajo los cascotes, un finado, un fiambre, un difunto bien, bien rematado. Hay que ver, cómo se apelotonan los sinónimos en la cabeza en cuando estás aquí abajo, presionado por el peso de tus pertenencias y de tu hogar. Hace un momento había empezado a prepararme el desayuno en calzoncillos y de pronto ha sonado un ruido ensordecedor y se ha desplomado el tejado, los ladrillos, los azulejos, los muros de carga, todo se ha llenado de polvo y confusión. Mire usted por dónde, una bomba cae sobre una casa en medio de la nada y me tiene que pillar en calzoncillos. ¡Qué vergüenza cuando encuentren mis restos! En calzoncillos y sin desayunar. ¡Anda, mira! ¡Así que la gotera estaba ahí! Era una de esas goteras rastreras y puñeteras, de las que cuesta tanto sellar, si es que encuentras el origen. Llevaba años intentándolo. ¡Cuántos reproches me he visto obligado a escuchar al respecto: “¡Menudo manitas estás tú hecho!” Ahora tengo justo enfrente de mis narices el reguero que ha ido dejando un hilillo de agua sobre el rasillón. A decir verdad, ese rasillón me ha reventado las narices.
 
Ya sé que la casa está en zona fronteriza, pero aun así convendrás conmigo en que ha sido mala suerte. Seguramente fue un misil de artillería perdido, o la decisión de algún soldado en prácticas convencido de que la casa estaba vacía. A mí, que jamás me ha tocado ni un ochavo a la lotería y, vaya usted a saber por qué, hoy me ha tocado el Premio Gordo. Menos mal que la familia se fue en cuanto empezó la guerra. Ellos están a salvo, muy lejos, a pesar de que ahora mismo, como fallecido, los siento más cerca que nunca. ¡Ya es mala suerte, por Dios! Precisamente ahora que estaba disfrutando de mi soledad. No me malinterpretes, no es que me moleste la presencia de mi mujer e hijos, pero qué bien me había venido la excusa de la guerra para hacer mis cosillas, para aporrear el teclado, ¿comprendes? La guerra tiene sus inconvenientes, ¡quién lo niega!, pero hay que reconocer que resulta de lo más inspiradora. 
 
¡Bueno está!, por lo menos me han pillado recién afeitado. Precisamente hoy había decidido atender mi higiene personal. Ya sabes lo que pasa cuando vives solo, vas dejando esto y aquello para mañana y… ¡¡Está sonando el móvil!!... Luego pasa lo que pasa, te pescan en calzoncillos y a saber en qué estado se encuentran los susodichos. Más me vale que no estén matizados de zurraspa para que no se cabree la señora. El móvil sigue sonando, aunque cada vez oigo con menos intensidad la música de jazz que elegí para el tono de llamada, al tiempo que cada vez escucho con más precisión qué están pensando los que me llaman, lo que están planeando decirme desde tan lejos. “Sí, yo también a vosotros, nunca lo dudéis.” No sé si me pueden oír. Ojalá que de alguna manera lo hagan.
 
Sería interesante ahora desentrañar si la bomba que han dejado caer sobre mi casa, en esta zona fronteriza, es una bomba de los buenos o de los malos. Desde aquí abajo se hace dificultoso distinguir a unos de otros. Parecen todos humanos tan frágiles, tan perdidos, tan desamparados… El caso es que, el uno por el otro, han aplastado mi hogar, la única casa que tengo. Qué extraño suena aquí abajo el verbo “tener”. Ahora empiezo a sospechar que somos parte de lo que tenemos, que mi casa en realidad me tenía a mí, que mis amigos me tienen, que es mi familia la que me tiene y yo siempre formaré parte de todos ellos y ellos formarán parte de mí. ¡Qué fácil! Con solo desearlo, he conseguido escabullirme del peso de los escombros, desembarazarme de todas esas posesiones que hace un rato me parecían tan importantes. Aquí fuera sopla un aire fresco y mañanero que no puedo sentir ni inhalar. Por el camino vienen ya algunos vecinos y conocidos corriendo para socorrerme. “¡NO CORRÁIS, VECINOS, QUE YA NO HAY PRISA!” Nada, ni caso. No van a parar hasta encontrar un cadáver que ya no tiene nada que ver conmigo.
Antonio Carmona