Por Antonio Carmona Márquez
Arriba, un par de nubes menguantes, como extraviadas en medio de un inmenso azul. Un par de nubes casi estáticas en su cuidada pose de acuarela.
Abajo, un viejo buque varado en la Historia, entre espigas y amapolas, con arboladuras pentagonales y albarranas, con popa y proa de piedra. Un castillo-isla con quilla encallada en tierra entre aguas de foso, taray y Guadiana. Los sueños castellanos rara vez flotan.
Mañana de calma chicha. El aire apenas enarbola una enseña Calatrava. Mientras, cientos de grajillas vigilan la rara belleza añosa de unos muros desnudos, valientes, leales, expuestos a lo que venga. Fortaleza con majestuosa puerta, hoy abierta de par en par a la curiosidad.
Desde lo más alto del alcázar se ven los campos, se ve la siembra, se ve todo el escenario. Y como telón de fondo, la sierra.