El Campo de Calatrava no posee espesuras, sino más bien cerros de roca desnuda, sobre la que se encumbra su esencia castellana. Aquí y allá su tierra regurgita piedra volcánica, acuna aljibes, abriga covachas y, en su superficie, crece ágil el pasto y el matorral con garras.
Paisajes abiertos de cielo altanero que mira su reflejo en las charcas, arroyos y ríos humildes, pero sin complejos. El pastor aún guía a su rebaño a través de veredas amenizadas por el canto de la perdiz y la flor del almendro.