Mi querida Aldonza Lorenzo, mi fermosa Dulcinea:
Espero que aún me recuerdes. Yo soy aquel que se precia de haber acometido dos empresas harto quiméricas: desfacer entuertos y conquistar tu amor. Te escribo acuciado por un terrible mal que me aflige: me siento viejo y, sobre todo, estoy solo. Creo que, a estas alturas y visto lo visto, en esta sociedad donde nos ha tocado morir, la soledad se ha convertido en la más prolífica de las epidemias. Sinceramente deseo que tú no sufras este mismo infortunio. A este cuerpo sin alma ya no le quedan fuerzas para lidiar en más atolladeros. En realidad, ni siquiera tengo claro quiénes son los héroes y quiénes los viles y cobardes.
Por desgracia, no sabría explicarte con exactitud el paraje en el que me hallo. Todo es tan confuso… ¿Qué cometido me trajo aquí?... Ya no lo puedo recordar. ¿Podrías, te suplico, acudir presurosa para hacerme compañía y ayudarme a desenredar esta madeja que obnubila mis entendederas?... Más bien se me antoja, que este emplazamiento no es otra cosa, sino uno de esos hospicios dedicados al cuidado de desahuciados, menesterosos y ancianos. Al atardecer, cuando por fin refresca —si es que refresca— nos acomodan ante la vista que nos ofrece un luminoso valle de cerros suaves y desgastados, salpicados de encinas y abruptas pedrizas. Los cambios de colorido estacional, tan adictivos, marcan el rítmico fluir del tiempo.
No consigo que me tomen en serio cuando me presento aquí ante mis contertulios, como “el Caballero de la Triste Figura”. Será por ello que algunos me replican: “¡Y yo soy Sancho Panza! ¡Y yo, Obélix!” —¿quién diantres es ese Obélix? ¿Acaso tú le conoces?— “¡Ande, no lea usted tanto que se le va a secar el magín!” Yentonces entre todos conforman un gran estruendo de carcajadas. No comprendo su sentido del humor. Sin embargo, me río con ellos y les sigo la corriente con el fin de pasar inadvertido y no contrariarles. Anoche me atreví a pedir un Bálsamo de Fierabrás para calmar mis dolencias. ¿Sabes qué me contestó una manceba de buen ver que nos atiende? “Mejó le traigo un vasito de leche templá al microondas, y así aprovecha usté y se lo toma con la medicasión.” ¡Qué falta de respeto! Aunque admito que es una moza muy cariñosa. Tiene un acento sureño de lo más “salao”, como diría ella. Y no para quieta con sus graciosos trotes de potrilla. En fin, como comprenderás, me veo forzado a hacer la vista gorda ante estas chanzas que los personajes eternos hemos de tolerar.
Como te decía, desde aquí contemplo este viejo valle seco, donde se alberga algún que otro camposanto en sus laderas. Miles de cuerpos yacen en las entrañas de una tierra que antes los había visto nacer y arrostrar sus vidas, como obstinadas hormiguitas convencidas de que remolcar su pesada carga tenía algún sentido. Muchos, a buen seguro, murieron creyendo en otra vida mejor. Otros morirían descreídos, o simplemente pensaron que retornarían a la Naturaleza que los engendró. Ya ves, Dulcinea, con el tiempo me he vuelto un viejo tan juicioso como escéptico.
Durante las inacabables noches de vigilia, me abrazo a la almohada como quien se abraza a un salvavidas, mientras te imagino susurrándome palabras de alivio.Últimamente siento que me acecha la muerte. Peor aún, siento que me acecha la desilusión, la desesperanza y el olvido. Si al menos contestaras a mis cartas… Seguiré aquí, escribiéndote las veces que haga falta, esperándote y pensando en ti. Como siempre, Dulcinea, encomiéndome a ti con esta soflama, con esta plegaria: “la razón de la sinrazón, que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”. Tampoco me quedan muchas más cosas que hacer, la verdad. Hallo consuelo, no obstante, en el recuerdo, que no sé si es inventado o cierto, ¡qué importa ya eso!, y ante el recurrente pensamiento de que siempre nos quedará El Toboso. Vale.
Tu Caballero de la Triste Figura, tu Hidalgo Manchego
Alonso Quijano