Por Antonio Carmona Márquez
Confieso mi adicción a este tipo de lugares. Ya sé que trajinar por los auténticos derroteros satisface más que la contemplación de una exposición y unos mapas. ¡Por supuesto! Visitar un yacimiento de arte rupestre supera con mucho a su reproducción musealizada.
Sin embargo, estos centros de interpretación actúan como sucedáneos con ese sabor intenso a memoria colectiva, a una geografía condensada de objetos, actividades y paisajes que en principio incluso nos parecerán pertenecientes a un mundo lejano y exótico: trazados ferroviarios, estaciones y minas abandonadas, lavaderos que han dejado de ser un punto de relación y encuentro, ríos, gargantas, paredones, valles, altozanos…
En cuanto nos paremos a pensarlo un momento, nos daremos cuenta de que todo esto en realidad tiene un significado concreto y muy nuestro: representa lo que hemos sido. Es la raíz a través de la cual se nutre lo que hoy somos.