Cuentos de mar: "el cabo"

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Son las 09:33 del Viernes, 29 de Marzo del 2024.
Cuentos de mar: "el cabo"
Tan temprano, recién amanecido, y ya resplandece el mar. La brisa salobre de levante se filtra por entre las cortinas. Sólo necesitas una inspiración profunda para sentirte revitalizado. Pero lo más sorprendente es que no hayas echado de menos el primer cigarrillo de la mañana. Tampoco has echado de menos el café. Por no hablar de esa extraña sensación en las encías. Esa porción de las encías donde te falta una pieza molar. En realidad son dos, tres… ¡Las que sean! ¿Quién las cuenta? Unas protuberancias de nuevas muelas incipientes tensan ahora la superficie de tus encías. Ya se pueden palpar con la lengua las aristas esmaltadas, dejando en el paladar un tierno sabor infantil y sanguinolento.
 
     Desde la ventana se distingue el Cabo en el lado opuesto de la bahía. Ni siquiera sabes dónde dejaste ayer las gafas. Sin embargo, adviertes el arco que describe la costa tras una atmósfera diáfana, las nubes que trepan silentes por la ladera de la sierra. Inspirar. Cada vez que inspiras ves mejor, oyes mejor el rompeolas, el chirrido de la rosa de los vientos, el grito acuciante de las gaviotas. Expirar. Cada vez que expiras te despojas de un mal recuerdo. Luego, bajas los escalones de dos en dos, de tres en tres. Nada de ascensores. ¡Y a tu edad! ¿Quién lo diría? Ni un “buenos días” le ha dado tiempo a articular al recepcionista. ¿Pero no tendrías tú que haberle dicho “adiós” a alguien antes de salir de la habitación?... Bueno, ya habrá tiempo de pensar en eso. Lo inmediato es el mar y nada más que el mar, cruzas la avenida desierta a estas horas, el paseo marítimo deshabitado, la playa sola, la arena aún fresca, exfoliante y, por fin, la orilla moja tus pies. 
 
     Inmersión. Ese silencio inmenso y transparente con resabio a mar picado de levante, que ahora revienta contra tu pecho unas pequeñas olas de espuma sutil y tibia. Reinventa caricias de olas sobre tus pulmones, produciéndote una tos dulce y liberadora de quistes infectos, despojadora de telarañas peguntosas y polvorientas de pasado. Nadar, nadar, nadar mar adentro. Nadar al menos la cuerda del arco, el horizonte de la bahía. “Me debería haber despedido antes de abandonar la habitación. ¿Pero, de quién?” Vuelven a su hogar pequeños barcos pesqueros impregnados de madrugada. Los pescadores, atentos a sus apechusques y capturas. Te ignoran, mientras tú  piensas en la palabra “hogar” y sientes una gran desolación. Contra la desolación, buenas brazadas. Casi te ves capaz de respirar el agua. Quizás el hogar esté allí, en el otro extremo de la bahía, en el Cabo. Podrías bucear y arrastras el vientre por el lecho marino, peinar posidonias con tus dedos, imaginar constelaciones de estrellas de mar.
 
     El atardecer tersa las aguas rizadas de aceite en este otro lado de la bahía. Nadar contra corriente es como nadar contra ese Levante que te hace ver la orilla cada vez más lejos. Pero hoy te sobran fuerzas para bracear, para nadar en todos los estilos, para surgir en la orilla ayudado por el rompeolas, como una criatura ajena a la tierra. Sientes la necesidad de mirar hacia el punto de partida, hacia tu origen, ahora teñido de ocaso. Y quieres rebozar tu renovada juventud en la arena, cavar agujeros, construir castillos. Recalas túneles bajo el muro almenado que acabas de erigir, hasta que tus dedos se encuentran con otros dedos. Levantas la vista sorprendido. ¡Es ella! Con el viento de levante, el cabello tapa sus facciones y ella utiliza la otra mano para sujetar los mechones rebeldes detrás de las orejas con un gesto coqueto e inocente. Son sus ojos. Es ella. Por lo tanto, esto es el Cabo. Es ella. Y es su boca la que dice a través del viento de levante: “¿Por qué te has marchado sin decir adiós?”
Antonio Carmona