Por Antonio Carmona Márquez
El primer frío de la mañana amordaza corcheas y jadeos, emboza baladas que se quedan en casi nada, apenas difuminadas en el vaho.
El primer frío de la mañana muerde con diminutos dientes de escarcha sobre orejas frías de cristal. ¡Ay!, si no fuera por el Sol que tarde o temprano asoma para acolchar asperezas serranas. Si no fuera por las ruinas perennes y las hojas de zarza que siempre aguantan.
Quizás todos temblaríamos ante el primer frío de la mañana, si no fuera por los bolsillos cálidos del abuelo, repletos de paisajes y recuerdos, envueltos en un pañuelo de calma.