La Ermita y la Luna

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Son las 06:53 del Martes, 3 de Diciembre del 2024.
La Ermita y la Luna

 

Por Antonio Carmona Márquez

 

— ¿Se refiere a aquella pequeña construcción sobre un cerro?

— ¡Exacto! Tenemos que visitarla, así que… ¡en marcha!

— Ya estoy introduciendo las coordenadas de traslación.

— ¡Ni se te ocurra! ¿Te crees que estamos llevando a cabo una ruta turística? Esto es Trabajo de Campo puro y duro. Si quieres integrarte en esta sociedad, lo primero que has de hacer es caminar tal como lo harían sus aborígenes, sentir lo que ellos sienten: el sudor, la fatiga, un traspié sobre la superficie irregular, los pinchazos del enebro, la contingencia de una momentánea desorientación, la sensación de recompensa al llegar a tu destino.

— ¡Pido perdón, mi Mentor! Valga como excusa a mi desacierto el inminente descenso de su Astro, el Sol, tal como aquí le denominan. Pensé que nos convendría anticiparnos al cíclico avance del Hemisferio Oscuro… ¿Por qué es tan importante visitar esa humilde edificación? ¿Acaso vive ahí alguien que ellos consideran su Guía?

— No, ahí no vive nadie. No es una morada en el sentido que estás imaginando. En realidad, es un lugar de reuniones lideradas por un chamán, donde se llevan a cabo ritos de paso y ceremonias religiosas. Todo aquí tiene un propósito y el de esta edificación consiste en simbolizar la Casa de Dios, de su Dios. Satisface las necesidades espirituales de muchos de esos nativos, contrarresta la angustia producida por la incertidumbre, les sirve para adquirir cierto consuelo ante la enfermedad y la muerte, y les ayuda para un supuesto control de todo aquello que escapa a la Ciencia o para buscar amparo ante lo sobrenatural.

— ¡Menudos ilusos! Siempre habrá fenómenos que escapen a nuestro control. Aún no se han dado cuenta de que no hay nadie “a los mandos”, nadie les está escuchando.

— ¡No se te ocurra volver a hablar así en mi presencia! Tú estás aquí para entenderlos e interpretarlos en su contexto y no para juzgarlos. ¿Es que te crees mejor que ellos? Tampoco nosotros sabemos con certeza si, como tú dices, hay o no hay Alguien “a los mandos”.

— Pero sí que sabemos, Mentor mío, que las plegarias, los sacrificios, los ritos, la “Magia” no cambia ni un ápice el devenir de ningún Ser Vivo en el Universo. Está mil veces demostrado empíricamente, por activa y por pasiva.

— ¡Eso no importa! Siempre y cuando otorgue alivio al que tiene Fe, al que respeta y cumple sus dogmas y rituales, me parece motivo suficiente para el reconocimiento de su incalculable valor como “herramienta” para procurarse estabilidad y refugio.

— Pero, nosotros somos científicos, ¿no?... ¿De qué forma habrían de conjugarse estos temas dentro del ámbito de la Ciencia? La Fe no es necesaria para admitir lo que la Ciencia afirma.

— Los seres que ahora nos ocupan no viven inmersos únicamente en un mundo de conceptos mágicos y místicos. Sobreviven, sobre todo, gracias a la Ciencia, a “su” Ciencia, la que ellos mismos han conseguido pergeñar. Nadie les ha ayudado. La construcción a la que nos dirigimos está cimentada sobre leyes y principios científicos. Esa dicotomía de pensamiento mítico y científico es lo que hemos venido a analizar. Tú sólo has cumplido dos Esspaseks. Apenas lo que tarda este mundo en rodear 300 veces su estrella. Eres demasiado joven para comprender ciertas nociones. Así que, ¡espabila y en marcha!

(93 minutos y 27 segundos más tarde, unidades de tiempo según los parámetros vernáculos)

— También es casualidad que lleguemos a este enclave litúrgico justo cuando tras aquellas montañas una de sus lunas alborea.

— Ahora resulta que mi pupilo cree en las casualidades y no en las causalidades. ¡El científico!

— Posiblemente se trate de una Señal, mi Mentor.

— Ya empiezas a hablar como los Seres Humanos. Conviene que sepas que ellos sólo ven una de sus lunas. No están aún capacitados para advertir todo aquello que ocupa otro espacio-tiempo. Ni siquiera son conscientes de que la Luna que conocen deja de estar ahí en cuanto nadie la contempla, cuando se permiten dejar de soñarla o de creer en ella.

— Así me lo hicieron saber hace mucho tiempo: las convicciones más sinceras y naturales siempre se las apañan para crear materia o permutar sus características.

— Sí, pero como vuelvas a caminar sobre las aguas delante de los aborígenes, te abro un expediente que no vuelves a salir de nuestra TierraHogar en la vida. ¡Habrase visto tamaña falta de profesionalidad! ¡Quedas advertido!

— ¡Cuánto echo de menos nuestra TierraHogar, mi Mentor! ¿Usted no?

— Sí, algunas veces sí, la verdad. La gravedad es aquí tan tenue que necesitas desplegar raíces para sentirte parte del todo.

— ¡Mi Mentor! Un Ser Humano está cruzando el arroyo y se dirige hacia este lugar. Va acompañado de uno de esos mamíferos que lo olisquean todo. De hecho, creo que ya ha barruntado nuestra presencia. Está ladrando.

— ¿El Ser Humano?

— No, el otro mamífero. Quizá sea un buen momento para interrogar al nativo y así recoger datos que podríamos examinar a posteriori.

— No, es muy tarde. No es un buen momento. Mucho me temo que en estas pequeñas aldeas humanas seríamos nosotros los que nos veríamos obligados a contestar a más preguntas de las que acertaríamos a formular. Será mejor que nos camuflemos cuanto antes.

— Ya he accionado nuestro imperceptible disfraz de “Brisa Otoñal”.

Antonio Carmona