Por Antonio Carmona Márquez
Esto ocurre una vez cada cierto número de años. Las tierras calatravas y manchegas son así, necesitan un ejercicio de persuasión, un acto de fe.
Cuando muestras al visitante un prado, una vega, una dehesa o una laguna volcánica, como hoy es el caso, y le explicas la belleza y la vida que puede llegar a albergar, notas una repentina mirada de escepticismo, de descreimiento.
“No puede ser para tanto. No puede ponerse tan verde”. Es lógico. Ni siquiera tú mismo, que sí lo has experimentado, te lo acabas de creer cuando observas ese mismo paisaje en momentos que no se dan las condiciones propicias.
Por mucho que dure la sequía, la tierra siempre tiene aquí dispuesta la semilla para desarrollar este increíble espectáculo de colores contrastados, de luces vespertinas, donde bulle en barullo una inmensa variedad biológica, conformando un paisaje que llega hasta el punto de “ponerse flamenco”.