Aunque la voz del cantor se torna átona, cuando no halla palabras para expresarse, puede que se reconforte pensando: quizás no haya palabras para decir…
Que la Naturaleza ya era maravillosa antes de los nombres y de los hombres, antes de que nadie descubriera su carácter extraordinario, antes de que nadie describiera su belleza. Era, si cabe, aún más espectacular. Todo lo fascinante que se puede llegar a ser, cuando no necesitas que alguien cante tus alabanzas.
Porque la naturaleza no precisa al cantor, ni al rapsoda, ni al trovador, ni al poeta. Para sus preguntas, no tiene respuestas. Ni tiene ocasión de ofrecer ese instante que lo explica todo, ni existe ese lugar maravilloso más allá de una cartografía de estrofas, que a veces les consuela.
Pero la voz del cantor encuentra las palabras correctas de vez en cuando, y las canta para todo aquel que quiera. He sabido, con el paso de los años, que si lo hace bien, el cantor hace mutis por el foro. Y la Naturaleza, con todo su esplendor, entra en escena.